Las carencias que sufrió durante su infancia y su adolescencia marcaron a fuego Braian Toledo, que estaba convencido de que desde su lugar podía evitar que algunos chicos vivieran las penurias que pasó él. Por eso, junto a su novia, organizaba bolsas con donaciones y las repartía en casa de gente con necesidades insatisfechas. Algo que sabía que no era suficiente, pero que el atleta nacido en un barrio muy humilde de Marcos Paz consideraba que debía hacer para sentirse mejor consigo mismo. De la misma manera que sintió que no podía faltar anoche para darle unos regalos a sus hermanitos, motivo por el cual estuvo hasta la madrugada en su barrio, pese a que hoy debería seguir con sus entrenamientos en el CENARD pensando en su sueño olímpico.
“Yo me lo propuse. Porque me hace bien y lo siento como una necesidad", contó el propio Toledo en una nota publicada por Página/12 hace exactamente un mes. "Mi historia pesa mucho, es mi motor, me empuja a que otros no pasen lo mismo que yo. Sé que es imposible, porque no sólo es tarea mía, es más del Estado, pero yo me siento feliz aportando mi granito de arena", explicaba el atleta, en medio de la recuperación de una operación a la que fue sometido tras romperse cuatro ligamentos de su tobillo derecho y que le había complicado el camino rumbo a sus terceros Juegos Olímpicos.
Pero no sólo mostraba su costado solidario. En sus acciones, Toledo buscaba que otros colegas lo imitaran, para sumarse al proyecto en el que estaba embarcado junto a la firma Weber, uno de sus sponsors, desde hacía ocho años. "El aporte no es solamente donando cosas, cambiando la vida de las personas, sino también yendo a los lugares, conteniendo a chicos que lo necesitan tanto como un plato de comida y, a la vez, motivando a otros deportistas para que sigan este camino solidario. Cada uno puede hacer una diferencia", explicaba el subcampeón mundial junior de lanzamiento de jabalina en 2012.
Como uno de los embajadores del programa solidario la Huella Weber, Toledo había comenzado a trabajar desde hace ocho años en su barrio para ayudar a Arriba los Pibes, una ONG en la que funciona un merendero que da de comer a 90 chicos, y que también brinda talleres laborales y educativos. "Es una bendición porque hay mucho compromiso y un gran trabajo de equipo. Es un placer ver cómo le cambiamos la realidad a la gente", contaba sobre ese proyecto.
Más tarde se unió a Los Pepitos, un merendero para 120 chicos ubicado en Merlo. Y el año pasado lo terminó en una sociedad de fomento ubicada en la rotonda de La Plata, convocando distintas empresas para mejorar la realidad de un club de barrio al que asisten 400 chicos por mes.
Para 2020, además de su sueño olímpico en el plano deportivo, tenía un proyecto mucho más ambicioso. "Es un merendero que habría que levantar casi de cero. Hoy dan de comer en una mesita, bajo un árbol… Tienen muy poco. Estamos viendo con Weber cómo llevarlo a cabo", explicaba en aquel momento. Por culpa del trágico accidente de la madrugada, no lo podrá ver concretado.