El afiche publicitario –que la película, a su debido tiempo, contextualiza y justifica– es todo lo estilizada y atractiva que pueda imaginarse. Queen está sentada sobre el capó del Pontiac Catalina turquesa que los viene transportando, a ella y a su compañero, desde hace algunos días y a través de las fronteras de varios estados. La imagen es en blanco y negro contrastado, por lo que el color se transforma en un gris metalizado. La mirada de la chica, algo triste y cabizbaja, no logra eclipsar ni un poquito la pose icónica, publicitaria, de su cuerpo negro y esbelto, que junto al corte de pelo bajo y corto, el vestido atigrado de una pieza con faldas mini y unas botas largas recuerdan a Grace Jones circa 1980. A su lado, Slim, trajeado con un jogging de diseño cerrado hasta el cuello, apenas apoyado en el automóvil, la mirada al frente y dirigida hacia la cámara. Detrás de ambos y del Pontiac, algunas llantas apiladas contra una pared, en lo que parece ser un taller mecánico de poca monta. La descripción del poster, de esa fotografía de Queen y Slim tomada en la mitad de la escapada, no es caprichosa y define de manera muy precisa el estatus de celebridades del crimen que han adquirido sin quererlo, casi sin esfuerzo. Es también una posible definición visual del largometraje de Melina Matsoukas, la realizadora de decenas y decenas de videoclips –de Snoop Dog a Beyoncé, de Kylie Minogue a Jay-Z– que ahora debuta en el largometraje con esta nueva versión del clásico relato de amantes en fuga. “Ustedes son los Bonnie y Clyde negros”, les dice alguien en un momento de aparente calma, afirmando –por si hacía falta– esa filiación consciente, construida a lo largo de poco más de dos horas. Queen & Slim, que se conocerá en la Argentina el próximo jueves 12 de marzo, recupera el recuerdo de los espectadores de otros tantos criminales románticos, idealizados por el cine, al tiempo que presenta en pantalla una versión más grande que la vida (por momentos tan cool como la banda de sonido) del racismo made in USA. En ese mismo sentido, Daniel Kaluuya como Slim (el actor de ¡Huye!, aquí un poco menos asustado que en el film de Jordan Peele) y Jodie Turner-Smith (actriz en las series Jett y Nightflyers) encarnan, una vez más, ese tótem de la cultura popular estadounidense y universal: la pareja de forajidos perseguidos incansablemente por la ley, aunque estimados por una parte nada desdeñable de la población.

Queen & Slim comienza suavemente, con el primer encuentro de los protagonistas en un diner de manual, en la ciudad de Cleveland. Antes del comienzo de la película ni siquiera se conocían y Slim le reprocha a Queen el hecho de que tardara tanto en responderle las solicitudes de una app de citas. La charla es informal pero algo tensa y no parece haber demasiado en común entre ellos: una abogada penalista que no acaba de pasar uno de sus mejores días (uno de sus clientes fue condenado a muerte) y un empleado de una cadena de tiendas de descuentos. ¿Por qué eligió ese lugar para el encuentro?, pregunta la joven, tal vez acostumbrada a lugares un poco más sofisticados. “Al menos sus dueños son negros” es la respuesta inmediata, primer indicio indirecto de lo que no tardará en ocurrir, luego de que Slim se ofrezca a llevar Queen a su casa y un auto de la policía les haga señales para detenerse. En una entrevista con el periódico The Guardian, Melina Matsoukas –neoyorquina de nacimiento, hija de activistas políticos, con ascendencia griega, judía, afrocubana y jamaiquina– recordó que su primer recuerdo de la brutalidad policial fue “cuando mataron, en 1999, a ese joven llamado Amadou Diallo, un inmigrante africano del Bronx. Lo asesinaron con 41 disparos cuando movió su brazo para buscar la billetera. Apenas si se había mudado, tratando de forjarse una vida, y todo lo que vieron en él fue a un hombre negro que parecía una amenaza. Daniel Kaluuya es británico y no quiero hablar por él, pero al crecer tuvo sus propias experiencias personales con la brutalidad policial en Londres. Para mí, este no es un hecho ligado exclusivamente a los Estados Unidos. No es un tema afroamericano sino, simplemente, un hecho ligado a la comunidad negra”. Las palabras de la realizadora reflejan de manera precisa el hecho en la ficción que hará las veces de motor narrativo. Slim pisa el freno y sigue las órdenes del oficial blanco que los detiene: habilita su carné de conducir y los documentos, se baja del auto cuando así se lo indican, abre el baúl y confirma que no ha bebido ni una gota de alcohol. Pero en cierto momento el nerviosismo de la pareja y los prejuicios del representante de la ley hacen que todo aquello que podía salir mal salga aún peor. Una bala entra en la pierna de Queen y el policía termina tendido en el pavimento, muerto, la escena registrada por la cámara del patrullero. “¿Querés que el estado pase a ser tu dueño?”, afirma en forma de pregunta la mujer, conocedora de los recovecos legales y de las escasas chances de ganar la apuesta. Apenas han transcurrido doce minutos de proyección (todavía no han corrido los títulos de apertura) y el dúo ya está huyendo, aunque sus puntos de vista sobre los pasos a seguir no podrían ser más disímiles.

Puño en alto

El extenso C.V. video-musical de Matsoukas incluye la reciente realización de Formation, el clip del tema homónimo de Beyoncé, cuyas imágenes remiten al estado de las cosas en Nueva Orleans luego del huracán Katrina y el rol de las fuerzas policiales en el lugar. En una de las imágenes recurrentes más potentes del corto puede verse a la cantante sentada sobre el techo de un patrullero que, de a poco, comienza a hundirse en el agua. Ese trabajo le valió a la realizadora un premio Grammy y más de una crítica originada en ciertos estamentos por su “incitación a los malos comportamientos”. Los primeros capítulos de la huida de los (¿anti?) héroes Queen & Slim incluyen el encuentro casual con un sheriff local y el reconocimiento de un ciudadano (negro) de Nueva Orleans: las imágenes de la dupla durante el hecho en cuestión han comenzado a recorrer las señales periodísticas y todo lo alto y ancho de Internet. A pesar de ello, el hombre los trata con admiración y respeto y, al despedirse, lo hace con un Power to the people en la garganta y el puño en alto. Como si un súbito viaje en el tiempo lo hubiera trasladado cincuenta años atrás, a la era del apogeo del “poder negro”, cuando las posibilidades de hacer cambios en la sociedad adquirían tintes mucho más radicales de los posibles hoy en día. En una nota conjunta con la realizadora y miembros del reparto, realizada por el medio especializado Variety, Matsoukas fue frontal y directa al afirmar que su deseo era hacer una película “que fuera para nosotros y hecha por nosotros. Una celebración de todo lo negro, para honrar a nuestra gente, a nuestros antepasados y a aquellos que han perdido la vida por la brutalidad policial. Queríamos, sinceramente, que fuera una meditación acerca de la experiencia negra”. Daniel Kaluuya, que además de participar como actor principal fue uno de los productores ejecutivos del film, aclaró en esa misma entrevista que las comparaciones con Bonnie y Clyde eran comprensibles, pero que la gran diferencia radicaba en que “la famosa dupla tuvo que hacer algo criminal para ponerse en esa situación, mientras que Queen y Slim simplemente son, existen. Sólo con eso alcanza para verse envueltos en problemas. Me sentí muy responsable también por el hecho de tener como protagonistas a dos personajes de piel oscura que encabezan un relato romántico, algo que no suele verse en el cine mainstream”.

Pero en Queen & Slim el romance llega bastante tiempo después, cuando el acecho de aquellos que los persiguen comienza a ser más férreo y cercano. Antes, las desavenencias continúan siendo la marca de una convivencia forzada. El descanso –demasiado breve, antes de comenzar el derrotero que los llevará, con suerte, a las costas de Miami y, de allí, a tierras cubanas– tiene lugar en la casa del Tío Earl, personaje interpretado por Bokeem Woodbine, quien alguna vez, a comienzos de los años 90, pareció a punto de transformarse en la próxima estrella negra de Hollywood. El tío en cuestión es todo un personaje y en su construcción Matsoukas vierte arquetipos que atraviesan las últimas tres o cuatro décadas de producción audiovisual, a su vez arraigados en estereotipos de orden racista. Aunque nunca se sepa a qué se dedica con exactitud, Earl vive junto a un grupo de mujeres y su relación con ellas parece ser las del clásico pimp (fiolo) negro con sus chicas. Queen & Slim no es un retrato realista –aunque por momentos lo parezca– sino una fábula sostenida por trampolines culturales que incluyen el mencionado film de escapes, el blaxploitation y, desde luego, toda una configuración de “tipos” fácilmente reconocibles. La realizadora no intenta escaparles a los placeres del cine popular. Muy por el contrario, los utiliza como subterfugio para transmitir ideas sin abandonar sus estructuras más evidentes. En una de las mejores escenas del film, una parada al costado de la ruta encuentra a los protagonistas tomando un brevísimo descanso en el oasis más inesperado, un típico bar “de negros” en el cual la música y el baile toman por asalto la noche. Allí, el mismísimo Little Freddie King –sobrino del mítico Lightnin' Hopkins y una leyenda del blues de Mississippi por derecho propio– zapa una versión de “Pocket Full of Money” junto a su banda, sobre un pequeño escenario. Nadie parece reconocerlos pero un inesperado regalo espirituoso de la chica de la barra los convence de lo contario: todos saben quién es Queen y quién es Slim y es por esa razón que están dispuestos a protegerlos. La música importa y el resto de la banda de sonido, editada por Motown, incluye éxitos y temas oscuros de intérpretes que van de Herbie Hancock a Pharrell Williams y de Roy Ayers a Lauryn Hill, además de la bella balada “Collide” , compuesta especialmente para el film e interpretada por el dúo estadounidense Earthgang y la cantante británica Tiana Major9.

Melina Matsoukas en rodaje con sus actores

El inevitable destino

Para bien y para mal, a esta fantasía animada por el movimiento constante hacia adelante –y por momentos segregacionista en sentido inverso al usual– le llega su momento de romance y sentimientos, cruzando incluso la barrera de lo cursi. Es un riesgo que Melina Matsoukas y los guionistas James Frey y Lena Waithe toman de manera muy consciente, como ocurre con el resto de las elecciones temáticas y formales. Pero Queen & Slim no es una comedia romántica y el hálito trágico que está presente desde los primeros minutos pisa el acelerador en los últimos tramos, cuando los planos aéreos de la ruta comienzan a poblarse de lagunas y de la cercanía de un mar fuera de cuadro. En el fondo, resulta claro que los protagonistas son el reflejo de un instante en la historia y de un contexto cultural, a su vez arraigados en millones de relatos familiares y personales que corren en las venas de las generaciones previas de ciudadanos estadounidenses de origen africano. Hay bronca en Queen & Slim y esa bronca es tanto heredada como retroalimentada por los actos del presente. Ellos, la chica y el chico en escape hacia un inevitable destino, la pareja del afiche, son encarnaciones fantasiosas de un relato que la vida real presenta de maneras mucho menos espectaculares, pero igual de duras, tristes e irremediablemente trágicas.