Hay una idea un tanto particular en torno a la poesía contemporánea que ya ha quedado como un lugar común del cual es difícil salir. La idea es que los poetas de ahora se rebelan contra las formas tradicionales, contra las formas métricas cerradas, contra las rimas y complejas metáforas, con el objetivo de hacer una poesía que le llegue a aquellos lectores que no suelen leerla. Como todo lugar común, el punto central de esta idea reside en una falta de consideración histórica: nadie, después de las vanguardias históricas (surrealismo, dadaísmo, hasta el tímido ultraísmo español importado por algún que otro joven poeta argentino), puede decir que la producción artística contemporánea no trate, por todos los medios, de todas las formas posibles, de llegar a la mayor cantidad de personas en el menor tiempo posible. Hasta el punto de que la pregunta típica que plantean algunos lectores, algunos espectadores de obras de relevancia actual, “pero, esperá… ¿Esto es poesía? (o pintura, o música, o una película)”, es la clara percepción de que esa idea “tradicional” es en realidad un modo de considerar la producción artística ya perimido, viejo, y que el golpe de efecto, el impacto, la reducción de la densidad simbólica de la obra de arte para hacerla más simple, apuesta primeramente por la fuerza de choque o el impacto de lo hecho en una gran masa de personas antes que por la demora en su apreciación o contemplación.
Claro, es una postura frente a esa novedad de cien años impuesta por los movimientos vanguardistas, obnubilados por procedimientos como el montaje cinematográfico y las técnicas comunicativas publicitarias, las cuales se convirtieron en nuevas formas de escribir o pintar. No es novedoso que se escriba para llegar a la mayor cantidad de gente en un lenguaje accesible: ese es el piso con el cual todo poeta tiene que trabajar a la hora de empezar a escribir. La obra de Mariano Blatt, ahora recopilada en una nueva edición ampliada de Mi juventud unida (aparecido primero en el sello Mansalva en el año 2015), es el claro ejemplo de este vínculo entre procedimientos de escritura ligados a novedades técnicas, capacidad de síntesis y trabajo con el lenguaje de una época. Este libro le permite a cualquiera ver, precisamente, quince años de poesía argentina. No sólo de Blatt, sino de una gran cantidad de poetas que siguen escribiendo al día de hoy.
Blatt (Buenos Aires, 1983) comenzó a escribir poesía en formatos como fotolog, antecedente de los modos de escritura que hoy imperan en instagram: poemas que trabajan con lo cotidiano y que imponen, por un lado, un modo de sensibilidad, una manera de sentir; y, por otro, un territorio o espacio en el que reconocerse. El modo de sensibilidad que encontramos en sus poemas puede muy bien conectarse con toda una tradición de poesía gay, pensada como una lógica de sentir que tiene antecedentes por demás interesantes (y muy poco explorados por la mayoría) en obras como la de Miguel Ángel Lens, Adolfo de Teleny, Ugo Rodino, todos miembros del grupo Poesía Gay Buenos Aires, o con el grupo San Telmo Gay de 1985. Una poesía enfocada en el placer corporal, en el establecimiento de un código amatorio y en la construcción de nuevos objetos de deseo, que en Blatt toman la forma de skaters, pibes del barrio, y que pasan por prácticas como compartir una birra, un porro, keta o md. Algo que, precisamente, forma parte de una idea de vida cotidiana, sin significancia particular, tan de todos los días que es, como anuncia el poema, “Cualquiera”: “Qué cualquiera esa de que te estás viendo con un pibe de Adrogué que te pasa keta”.
La clave barrial en Blatt es también parte de un esfuerzo sintético: en muy pocas cuadras se resume un mundo. Contactos, figuras regulares que hasta se identifican con claves propias de un código manejado sólo por los del barrio o que dan esa sensación a color local (“El auto del Turco”, “el hermano de Anto”) son el puntapié para hablar del sol, la amistad, el “yuyito” compartido que abre el mundo a la belleza de lo inmediato, a la búsqueda de felicidad, como auguraba el sello editorial que unía estos dos conceptos y que también fue emblema de una época.
Al leer Mi juventud unida quedan sin embargo algunos interrogantes. Uno de ellos tiene que ver con la noción de que toda la poesía de la primera década del siglo 21 (y la segunda mitad de los 90) se abocó al uso de un lenguaje llano y buscó concentrase en las cosas para que de ellas salga la idea, como lo presentaba la frase de William Carlos Williams que hizo de bandera para los poetas objetivistas del periodo. Habría que ver si no hubo una insistencia por parte de la crítica en encontrar en la síntesis (o deflación) simbólica y en estas características los rasgos distintivos de todo un período, como pasa con libros como Una intimidad inofensiva de Tamara Kamenszain o con los modos de periodizar la poesía reciente de Martín Prieto. Blatt retoma algo del objetivismo, una línea, al menos, que puede identificarse con los poemas de Fernanda Laguna o con cierto espíritu de algunos poemas de Fabián Casas, pero también lleva al límite ese tipo de escritura. La existencia de este libro confirma que ya no puede leerse como novedad esa poesía. Y eso habilita a una lectura a contrapelo de lo más reciente para tratar de encontrar otros modos de escritura, otra producción que apareció en el mismo período, sin necesidad de entronizar ningún genio poético oculto. Basta sólo con mencionar cómo, durante el mismo período de escritura de Blatt, la poesía de Ioshua (José Marcos Belmonte, 1977-2015), con su obra completa reunida en el libro Todas las obras acabadas, trabajó también con el barrio, un modo de la sensibilidad gay, el mundo de las drogas, pero desde un costado menos luminoso y con otro tipo de sentimiento imperante en comparación a lo que encontramos en Mi juventud unida.
Como todo en poesía, de lo que se trata es de intensidades, de puntos de relevancia. Poemas como “Una galaxia llamada Ramón” son el cenit de un procedimiento de escritura que permite el rastreo de esa lógica en todos los demás textos. Los dos poemas de cierre, “No es” y “Ahora”, que se comenzaron hace un par de años y planean seguirse durante toda la vida de Blatt, son apuestas interesantes que conforman los nudos de tensión entre realidad y escritura, entre sentir y capturar con palabras lo que se siente, el gran tema de Mariano Blatt y de la poesía, en general. Esto es, la distancia entre vida y representación.
Mi juventud unida es el cierre de una etapa que llevará a Blatt seguramente a nuevos proyectos en donde música y poesía se crucen, tal como ya se ha observado en sus presentaciones con Julieta Venegas. Queda ver, leer, encontrar a esa nueva poesía que puede ser capaz de resumir una época, de habilitar nuevas lecturas del pasado (más reciente) o de abrir, casi sin querer, una nueva galaxia poética por explorar. Se llame como se llame.