Durante la última edición de la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires se presentaron tres películas: una historia de apocalipsis distópico, un documental sobre el rol de las mujeres en un universo patriarcal y opresivo como las minas de carbón y una experiencia en clave de bitácora personal de un artista que, a los 25 años, ha quedado ciego y retrata su vida para verse cuando, quizás, recupere la vista. Como espacio experimental, la Bienal permite que emerjan nuevos discursos, nuevos modos de contar y de pensar la actualidad. Y la producción audiovisual dejó estas tres muestras, que están a la altura.
Luz distante, de Santiago Reale
Un futuro distópico sin Estado ni ley, pero con reglas: la primera es la huida. El fluir constante de dos jóvenes en busca de la sobrevida y la libertad. Se cargan, en su discurso poético, a las formas establecidas, a los caretas, a los acechadores.
En un cortometraje recargado de imágenes bellas, de estética despojada y mucha dinámica rutera, la poesía emerge desde el inicio, y en esa media hora parece reemplazar a la narrativa lineal. La fuerza de las imágenes fragmentadas, combinadas con el discurso político estético, juega su rol: ¿a dónde debe ir la juventud para ser libre? ¿Es que acaso debe romperse todo para brotar lo nuevo?
Santiago Reale, un egresado de la Universidad de Cine de La Plata que ya filmó y recibió premios por otros cortos, se pregunta en este experimento pos-apocalíptico por algunos límites del capitalismo, del modo de vida burgués reinante y hegemónico. Los protagonistas huyen, entre pueblos destruidos y medio fantasmas, y queda la sensación de que algo los hostiga, aunque no se sepa bien qué. ¿El pasado? ¿La restauración?
Río Turbio, de Tatiana Mazú
Lo primero es una negación: no vas a poder filmar la mina, le dicen a Tatiana Mazú. Y luego refuerza su tía, investigadora del tema: “Las mujeres no podemos ingresar”. El documental parte de una imposibilidad. Se la ve a Mazú en un registro de pequeña, en un pasaje familiar y turístico recorriendo el museo de la mina, conociendo el carbón y las rocas extraídas. Aparece luego el peso del abuso, el patriarcado sobre el hombre. Un ensayo sobre el universo de los mineros y de las mujeres en un universo de hombres. Un ensayo crudo, muy lejos de las risas que –sobre un universo similar de pueblo, patriarcado, opresión y encierro– arranca la famosa obra Petróleo, de Piel de Lava .
Río Turbio traslada el clima opresivo de la mina, pero también de las normas que rigen tácitamente la vida de los mineros y sus familias. Esa oscuridad silenciosa, reservada. Este ensayo de no ficción de Mazú acaba siendo una pieza arqueológica sobre su familia y sobre un pueblo. Con mucho silencio, pero muchos significados.
Antes, en La Internacional, un corto que llevó a decenas de festivales, Mazú ya había filmado a su familia (una discusión, una olla popular y un piquete) y experimentado con recuerdos en VHS con su hermana, para hablar de la humanidad hermanada a la que remiten los versos del himno socialista. La fuerza de su cámara indiscreta radica en hacer de lo pequeño algo universal.
Río Turbio también es una historia de luchas obreras, de la tragedia con 14 muertes en 2004, de las denuncias por condiciones de vida infrahumanas y crisis permanente. La mina era regenteada hasta 2002 por Sergio Taselli, un empresario famoso por vaciar múltiples firmas –Parmalat entre ellas– y por concesiones con finalización fallida, como los ferrocarriles Roca y Belgrano Sur, entre otros. Su legado fue la tragedia. Mazú sobrevuela eso sin nombrarlo. Pareciera que todo lo que rodea a la mina es silencio, patriarcado y muerte: las mujeres aparecen para desarmar esa tríada.
¿Qué hago en este mundo tan visual?, de Manuel Embalse
La idea de retratar la experiencia de Zezé Fassmor, que a los 25 años perdió la vista, es una declaración: ante un mundo que se rige cada día más por el mandato de la imagen, la autofoto y la suba de experiencias a redes sociales, ¿cómo retratar la experiencia de un no vidente? Zezé empezó a retratar su entorno, su vida; saca selfies no ya como modo de mostrar sino como registro, como la reconstrucción de su vida hoy, de su experiencia, por si algún día recupera la vista. Es performer, artista, fotógrafo, periodista. Es un espectáculo de sí mismo.
Todo es, en suma, una especie de diario íntimo, de bitácora personal. Embalse es músico, artista audiovisual, editor y más; y lo que retrata es lo que ven los que están con Zezé, su experiencia en primera persona, su viaje a las Cataratas del Iguazú, su encuentro con sonidos selváticos, con una experiencia trascendente y hasta con un mono medio ciego.
¿Cuánto normalizamos, por ejemplo, el vínculo con nuestro celular y su permanente reflejo visual? Zezé también se levanta con el celular en la mano. Y con el complemento sonoro que le permite saber dónde está. Como si toda referencia debiera ser explícita. Y le pregunta a Siri: ¿cómo ves, Siri, si no tenés ojos? “Buena pregunta”, dirá una voz computarizada como toda respuesta. El eclecticismo de Fassmor se cruza con el de Embalse (se conocieron compartiendo escenario) en un documental con algunos gags y bastante existencialismo de fondo. Donde todo parece desenfocado, precisamente, para encontrarle los múltiples sentidos a la experiencia de estar vivos hoy.