Libre como Claire. Así es como tituló dos semanas atrás el diario francés Liberation su despedida a Claire Bretécher, cuyo fallecimiento —dos meses antes de cumplir 80 años— fue para ellos la noticia del día, ocupando no sólo toda la portada sino también sus cuatro primeras páginas. Un título que se puede leer también como una síntesis de su obra, siempre libre pero también clara. Tanto en el trazo como en sus intenciones, buscando llegar al blanco por el camino más directo. Para Bretécher el objetivo siempre estuvo a mano: sus pares, su clase, su género. En sus tiras y con sus personajes se supo reír de hombres seductores y soberbios, de mujeres pretenciosas e inseguras, de adolescentes ignorantes y malcriadas. “Burlate de todos nosotros”, le dijeron en el semanario Le Novel Observateur, cuando la invitaron a reemplazar los trabajos de nuestro Copi con sus Frustrés, y se lo tomó al pie de la letra. Tanto que, al despuntar la década del setenta, el fenomenal éxito de esa tira la convirtió en una estrella con luz propia que superó los límites del mundo de la historieta francesa, donde ya reinaba hacía tiempo. Al menos por ser la única capaz de ponerse esa corona: en el terremoto generacional de los sesenta la bande desineé se había empezado a poblar de mujeres de armas tomar —y ropas tirar—, desde Barbarella hasta Jodelle. Pero afuera de los cuadritos siempre el mundo fue otro, y los primeros en saberlo son los que los llenan. Nunca hubo, después de todo, muchas mujeres dedicadas a la historieta. Bretécher comenzó su carrera escapando de Nantes, huyendo de un padre violento, y de una educación demasiado formal en Bellas Artes. Se instaló en París para intentar vivir de sus dibujos aquí y allá, hasta que nada menos que René Goscinny —el padre de Asterix— le abrió la puerta, dándole para ilustrar uno de sus guiones (en rigor de verdad, se trataba apenas de viñetas con el texto debajo, algo así como un paso anterior a la historieta). A la cabeza de la revista juvenil Pilote —donde salían todas sus creaciones— Goscinny en realidad le abrió la puerta a todos, pero cuando las sacudidas de mayo del ’68 hicieron saltar un poco todas las puertas y cerraduras, Claire pudo hacer entrar a Celulitis, su primer gran personaje, una princesa insatisfecha que pedía a gritos ser raptada. La primera de las heroínas feas y neuróticas con las que la bella Bretécher —como señaló recientemente Catherine Meurisse, una de sus sucesoras— compensó tanta bella liberada que había empezado a poblar las historietas (y dibujadas por varones, cuándo no). Hay mucho de Brant Parker y John Hart, los creadores de tiras como B.C. o Wizard of Id en Celulitis, así como Jules Feiffer puede ser considerado un precursor para sus Frustrados, a los que le seguirían sus Madres, Mónica y sus embriones, y la adolescente Agripina, que llegó incluso al dibujo animado. Pero así como es posible rastrear sus referencias, es mucho más fácil reconocer a sus descendientes, porque todas lo son, incluso las que no se hayan dado cuenta. Toda mujer que se dedique al humor mas o menos confesional en historieta no sólo en Francia, sino también en el Río de la Plata, viene de Claire. La aparición de sus trabajos en las revistas de la editorial La Urraca a comienzos de los años ’80 —Humor y demás derivados— abrió un camino por que transitó incluso Maitena, que podría ser considerada como su gran heredera en castellano. En los días posteriores a su muerte las redes se han llenado de varias de esas páginas de sus personajes que deslumbran por actuales, porque parece que no ha pasado el tiempo y fueron hechas ayer, no sólo por la atrevida visión de su autora sino porque en ciertas cosas el entorno no ha cambiado demasiado, o ha sabido cambiar algunas cosas para que en realidad nada cambie. Pero otra de las cosas que deslumbran al recordar a Bretécher, es como nunca complació a sus lectores, ni los invitó a reírse de lo obvio o a celebrar juntos su cultura y sus valores, sino que siempre los puso en jaque, se burló de ellos y de ella misma. En su Enciclopedia Mundial de la Historieta, Maurice Horn escribió ya en los años 70 que las risas de Celulitis siempre dejaban un regusto amargo, tal vez porque las balas siempre picaban muy cerca. “Me río de la izquierda y la progresía porque es un mundo que conozco y del que de alguna manera formo parte”, dijo por entonces. “A la derecha la tengo bien lejos, y nunca me han resultado muy graciosos”. En los obituarios, recuerdos y despedidas que siguieron a la noticia de su muerte, se repitieron los halagos de Roland Barthes, que la consideraba la mejor socióloga francesa, algún prólogo de Umberto Eco, o alguna frase de Pierre Bordieu. Pero lo más emocionante fueron los elogios unánimes de sus colegas, que desde Francia pidieron que no se subraye tanto su carácter de pionera femenina dentro de la historieta, porque eso puede esconder el hecho de que ella está ahí arriba entre los mejores, sean del sexo que sean. Pero el detalle más entrañable —además del hecho que su primer retrospectiva se haya realizado en el Pompidou apenas cinco años atrás— es que en el último tiempo se encontraba preparando una muestra con la que pretendía celebrar sus 45 años con la historieta (y la sociología, claro). Decía que material no iba a faltar. Porque como su madre siempre la acusó de no hacer nada, sólo para demostrarle a ella que estaba equivocada —y para recordarse a sí misma todo lo que hacía— guardaba no sólo todos sus dibujos, sino incluso cada uno de sus bocetos. Aseguraba tener cajas y cajas llenas: esa era —decía— su superstición. Lo que es un alivio. Porque siempre hará falta de más y más Bretécher –y de sus mejores herederas– ante un entorno que se regodee demasiado con sus propias opiniones y un mundo empecinado en cambiar sin cambiar.
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