Cuando el mundo está en las garras de una pandemia, el último lugar al que alguien querría ir es la fila central del más grande y más repleto auditorio de un complejo multisala. Podría pensarse que esa es la perfecta incubadora para cualquier enfermedad que se precie de tal. Los gérmenes estarán rebotando por el hall, a través del aire acondicionado, en las máquinas y baldes de pochoclo y en el mismo tapizado de los asientos. Cualquier tos o estornudo de un espectador puede provocar pequeños paroxismos de ansiedad en el resto.
No es precisamente sorprendente, entonces, que de acuerdo a varios medios especializados, 70 mil cines de China estén cerrados mientras se diseminan por todo el mundo los reportes sobre el coronavirus. La planeada gira de presentación publicitaria de la nueva película de James Bond, No Time To Die, último avance sobre el estreno planificado para abril, ya ha sido cancelada. Hong Kong Filmart, uno de los eventos más importante de la industria cinematográfica que reúne a productores y distribuidores orientales y occidentales, fue pospuesto de su habitual realización en marzo hasta agosto.
Mientras el coronavirus se sigue expandiendo, el Festival Internacional de Berlín se sigue llevando adelante pero a los invitados se les ofrece una exhaustiva información sobre los procedimientos a seguir en caso de que lleguen a aparecer infectados, y cómo llegar y acceder a atención inmediata en el Instituto de Virología berlinés.
La taquilla puede estar sufriendo a medida que el contagio se extiende, pero el caos también está disparando la imaginación de los realizadores y picando la curiosad de algunas audiencias. Tal como se informó recientemente, Contagio -el thriller dirigido por Steven Soderbergh en 2001 en el que Gwyneth Paltrow traslada de manera inadvertida un virus mortal al estilo SARS de Hong Kong a los Estados Unidos- se ha disparado en los rankings de streaming en las semanas que el COVID-19 lleva impactando en las noticias. Al mismo tiempo, los reporteros de noticias vienen comparando los eventos de Wuhan –donde comenzó la pandemia- con aquellos que suelen verse en películas de zombies.
De pronto, películas como Guerra Mundial Z y 28 días después, que alguna vez fueron vistas como la representación de algo muy lejano, obtuvieron una pátina de plausibilidad. Cuando Contagio se estrenó en el Reino Unido, el film de Soderbergh recibió un inesperado sello de aprobación por parte de expertos en salud que escribieron elogiosamente en el British Medical Journal. “Casi cada año Hollywood estrena otro tanque de taquilla con la temática de las epidemias que presenta un argumento de pura fórmula. Un microbio altamente letal, que usualmente lleva a comer carne humana, se desencadena sobre el planeta. Sus víctimas se convierten en zombies, y la raza humana se vuelve contra sí misma”, se quejaban los expertos de la publicación sobre la típica y predecible cadena de películas con enfermedades asesinas; pero al mismo tiempo señalaban que Contagio se movía en un nivel diferente: “Es una película que finalmente toma en cuenta de manera adecuada el aspecto científico”.
Soderbergh puede haber tomado de manera adecuada el aspecto científico, pero no estaba interesado en hacer una película de salud pública. “Estaba intentando empujar lo más lejos que pudiera el film de género”, le dijo el cineasta a la revista Film Comment. Quería que Contagio llegara a otros públicos. Era un lanzamiento comercial y del mainstream sobre un tópico que, como la enfermedad sobre la que trataba, cruzaba las fronteras nacionales y tenía un alcance global. Ya había trabajado con el guionista Scott Z. Burns en el biopic de la cineasta de la era nazi Leni Riefenstahl, pero estaba preocupado de que semejante película no atrajera al público. A partir de allí, cuando Burns le dijo que quería hacer “una película ultra realista sobre una pandemia”, Soderbergh decidió inmediatamente que era una idea promisoria y potencialmente rendidora, digna de ser sostenida y desarrollada.
El lenguaje del director resuena con aquel utilizado por Elia Kazan cuando hizo su propia película sobre virus, Pánico en las calles (1950) en New Orleans. De manera ostensible, el film se centraba en un oficial sanitario militar, el teniente general Clint Reed (Richard Widmark), que intentaba detener la diseminación de una plaga de neumonía persiguiendo a todo el que hubiera tenido contacto con un inmigrante ilegal asesinado que portaba la enfermedad. Kazan, de todos modos, hizo un tratamiento de la historia en un formato de thriller similar a El tercer hombre. El director estaba mucho más interesado en filmar dramáticas secuencias de persecución en las calles, astilleros y galpones de New Orleans que en explorar las implicancias sanitarias de la epidemia. Disfrutó la posibilidad de hacer la película en locaciones reales, lejos de los estudios. Allí, Reed corre una carrera contra el tiempo. Si no detiene la enfermedad en 48 horas, viajará mucho más rápido que la simple gripe. “He visto trabajar a la enfermedad. Si la dejamos, se diseminará por todo el país”, advierte un personaje.
En Pánico en las calles, la potencial plaga se convierte en un equivalente de los “MacGuffins” de Alfred Hitchcock, un artefacto que conduce la trama pero tiene poca relevancia en sí mismo. Más que perseguir gérmenes, las autoridades bien podrían estar persiguiendo ladrones de un cargamento de oro, o espías soviéticos que portan material radioactivo.
“Espero que Epidemia sea como un Tiburón de los noventa”, comentó de manera notoria Wolfgang Petersen sobre su película virósica de 1995, hecha en la ola del brote de ébola y con Dustin Hoffman en el elenco: una cara algo improbable para el duro científico militar que intenta salvar a la humanidad. Petersen estaba siendo honesto pero también poco serio sobre cómo había sido hecha la película. Tenía todo que ver con el escapismo y con estremecer al espectador, y no ponía el foco en los riesgos de la salud pública. Tiburón (Steven Spielberg, 1975) fue tan exitosa que los estudios Universal montaron en su parque temático una atracción que presentaba al Gran Tiburón Blanco. Afortunadamente, Warner Bros no hizo lo mismo con Epidemia, a pesar de que también fue un gran éxito en la taquilla.
Como Hollywood terminó aprendiendo, los espectadores claramente adoran las películas sobre enfermedades y epidemias. Otro drama relacionado con el ébola, la serie The Hot Zone exhibida en National Geographic, consiguió el año pasado cifras de rating muy altas. Sus productores, que ya planeaban una secuela, ahora tienen un montón de material para inspirarse. Mientras tanto, Netflix reveló grandes cifras de audiencia para su película Bird Box (2018), un sombrío retrato posapocalíptico en el que una contagiosa y demoníaca fuerza hacia que los humanos se mataran entre ellos por millones.
Es típico que los realizadores vean en las historias de contagio una oportunidad antes que un desastre. Se sienten atraídos por la enfermedad de manera tanto literal como metafórica. “Como dijo Frank Capra, filmar es una enfermedad. Cuando infecta tu torrente sanguíneo, toma el control como la hormona número uno. Juega a Yago con tu psiquis”, declara Martin Scorsese al comienzo de su documental A Personal Journey through American Movies (1995), como si sintiera que todos los cineastas decentes estuvieran contaminados. “El antídoto para filmar es... filmar más”.
Las películas sobre enfermedades permiten a los directores pasar de escenas épicas de multitudes a momentos misterosos e íntimos en los que individuos descubren que sus cuerpos los están traicionando. Pueden lidiar con temores acechantes que van de los comunistas escondidos en la sociedad a los inmigrantes, el miedo al “otro”. Los síntomas del coronavirus pueden tomar semanas en aparecer tras la infección inicial. Ese detalle evoca recuerdos de varias adaptaciones de La invasión de los cuerpos, donde un ente extraterrestre produce réplicas de humanos: se ven y hablan normalmente, pero hay algo que no está del todo bien. En las películas, cuando se trata de enfermedad la persona sentada al lado en el tren puede tenerla. Incluso uno puede ser el portador, como las víctimas de la psoriagrís en Game of Thrones. Junto a las películas catástrofe de enfermedades que intentan captar al público del complejo multisalas aparecen films dramáticos, documentales y productos televisivos sobre el HIV. Esos, de todos modos, siempre tienden a ser asuntos sombríos y respetuosos. El ébola y el SARS, en cambio, inspiran thrillers y películas exploitation; el sida es tomado de manera mucho más seria por los narradores de historias en pantalla.
No todas las enfermedades inspiran películas. 1917, el film de Sam Mendes sobre la Primera Guerra Mundial, viene ganando premios y reventando taquillas, pero ha habido muy pocos films sobre la gripe española que explotó en 1918, al final de esa guerra. Esa enfermedad causó más muertes que las que sucedieron en las trincheras. Hace poco, la cadena BBC emitió el docudrama The Flu That Killed 50 million (“La gripe que mató 50 millones de personas”), pero los directores en general se han mantenido lo más lejos posible del tema. Es considerado demasiado oscuro, la historia de un absoluto fracaso. En las películas de Hollywood sobre catástrofes sanitarias, algún científico de mandíbula cuadrada usualmente descubre el antídoto a tiempo para rescatar a la humanidad antes que empiecen los créditos finales. En el caso de la gripe española no hubo héroe que salvara el día. Los artistas y cineastas que encontraron una macabra poesía en el Somme o en Verdún tienen que pelear para encontrar historias emotivas sobre la mortal gripe, con lo que la eluden.
Obviamente, es demasiado pronto para hacer películas sobre el coronavirus. Aún los más oportunistas se dan cuenta que es groseramente insensible abordart el tema ahora, cuando la enfermedad aún se está desplegando. De todos modos, cuando finalmente sea controlada, puede predecirse con bastante confianza que Hollywood buscará alguna manera de convertir el virus en materia de blockbuster.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.