La marca de un Oscar en el historial de una película determina su llegada a múltiples públicos, a nivel mundial. Transmite cultura. Potencia la industria. Y a tono con “la marea verde”, hoy promueve a las mujeres en las decisiones del sector. La designación de Vanessa Ragone al frente de la Cámara Argentina de la Industria Cinematográfica (CAIC), reviste esa singularidad de época. Y detenta una visión panorámica, inusual y necesaria, sobre el medio que en cuatro años “perdió su potencialidad”, señala Ragone.
Ragone dirige dos casas productoras: Haddock Film y Zona Audiovisual (ésta, en sociedad con Mónica D’Uva). Ambas están integradas netamente por mujeres. Esto la distingue. De las veintisiete empresas asociadas a la CAIC, solo cinco están lideradas por mujeres. “Es una industria muy masculina –define-, si bien hay muchas mujeres productoras, es el área donde hay más mujeres en actividad, pero casi ninguna es dueña de una empresa”.
Su posición ante la industria se observa en pantalla. Desde El secreto de sus ojos (ganadora de un Óscar en 2010) a La noche de 12 años, Ragone impone una práctica competitiva. Entiende al cine como una industria “cara y compleja”. Y explica en la entrevista con Página/12: “Hemos caído en la cuota de pantalla nacional. Estos cuatro años, fue horrorosa la caída. De un 18 por ciento en 2015 al 8 en 2019. La gente se desconectó del cine nacional. Lo tenemos que recuperar entre todos, la industria, el INCAA, los distribuidores, los exhibidores. No tiene sentido producir si no se puede ver. Pero no hay que producir menos, sino promover que se pueda ver más”.
Describe el estado del sector y fija sus objetivos de gestión: “Queremos revalorizar la potencia industrial del cine”, sostiene. “Y que se haya decidido, que una mujer sea la presidenta –señala sobre su designación - pone en cuestionamiento condiciones de producción que subsumían la cuestión de género ante otras necesidades de la industria, ahora al menos estará en discusión”.
-¿Qué lugares reserva la industria para las mujeres?
-Hay muchas productoras pero no son empresas constituidas. Hay un 30 por ciento de directoras pero con excepción de Lucrecia (Martel) se dedican al documental, a proyectos de poco presupuesto. Y el cine es arte, pero también es dinero. Los grandes presupuestos difícilmente se ofrecen a mujeres.
-¿También observa esto a nivel internacional?
-Hollywood recién está entendiendo esto. Un caso es Greta Gerwig, que de Lady Bird pasó a Mujercitas, subió de nivel presupuestario. Los estadounidenses tuvieron el Me too. Nosotros ya hace años nos planteamos lograr 50/50 de cupo de género en 2020. Pero con el gobierno anterior fue muy difícil producir. No se cumplió.
- ¿Cuál es el plan que se plantea en ese sentido?
-Tener cupos y políticas de fomento. Establecer un protocolo de género. Hoy, cada productora hace lo que puede en circunstancias vinculadas con presión o abuso. Los gremios tienen protocolos. Las empresas internacionales también. Queremos abrevar de muchos lados para que tenga sentido en nuestra manera de trabajar. Y mantener libertad creativa. Buscamos la igualdad de derechos, pero hay un aspecto creativo en cuanto a las temáticas, que pesa y juega.
-La mirada femenina aquí tuvo un fuerte vínculo temático con Madres de Plaza de Mayo, ya desde Un muro de silencio…
-Hubo fuerte presencia desde el documental. Los rubios, de Albertina Carri y Papa Iván de María Inés Roqué, son los primeros sobre esa lucha, vista desde los hijos. Los dirigieron mujeres. En todos los derechos por los que luchamos, las mujeres tenemos algo que decir. Un poco a contra mano porque así vivimos, con derechos a la baja, con menos privilegios. Hoy transitamos otros temas controversiales. Un vasto colectivo de mujeres trabaja identidad y género. En tele se vio Pequeñas victorias, una familia ensamblada, con dos madres y una de ellas trans. Tendemos a ciertos mensajes desde una mirada distintiva ¡aunque hagamos Mujercitas!
-¿Qué propuestas generales tiene pensadas para la CAIC?
-Que nuestras pelis se vean. Hay un sistema al que hay que entrar, se llama industria y no es una mala palabra. Dejar la dicotomía autor/industria. Es una industria de alto valor agregado. Viable ecológicamente. Hay mucho por hacer en torno a las plataformas como servicio de contenidos al exterior. Y qué pasa con el fomento que tiene que venir de ahí. Hay desgravaciones impositivas. Ideas hay. Muchas vienen de muy atrás. La cosa es activarlas confiando en una visión de gobierno que entienda al cine como una industria.
-¿Por qué considera estratégica la impronta industrial?
-Porque el cine transmite parte de lo que es Argentina al mundo. Basta pensar en Parasite. Nadie sabía dónde quedaba Corea del Sur. Ganó el Óscar y todo el mundo sabe dónde queda, qué se come, ¡cómo son los coreanos! Lo que el cine transmite es de dimensiones enormes. Construye la famosa marca país. Devolverle el valor de industria permite mostrar cómo somos. Y que la gente se sienta cómoda con su cine nacional.
-¿Cómo es la situación respecto a otros consumos culturales?
-Es el más barato. Y la gente va al cine, pero a ver pelis de Estados Unidos, que es lo que se promueve. Tres distribuidores llevan las campañas de promoción. Las productoras no podemos hacerlo porque cuando llegamos al estreno ¡ya no tenemos un peso! Un lanzamiento puede costar como una película. Las pelis de Marvel o Disney, lo tienen amortizado porque ya estrenaron en EE.UU.
-¿Qué motivos llevaron a esta situación? ¿Puede revertirse?
-Perdimos distribuidores nacionales, medios, que invertían y confiaban en proyectos argentinos. Tenemos pocas salas en relación a la población, hay menos de mil, y tres grandes cadenas distribuidoras. Esto quiere decir que tres personas deciden qué se ve cada semana. La ley de cuota de pantalla no se cumple. Los países que logran 50/50 como Dinamarca o Suecia, tienen unas leyes de cupo furibundas. Hay que fiscalizar. Y producir.
La ficha
Un sello personal de Vanessa Ragone es la coproducción. Desde que produjo su primer largo, Hermanas, de Julia Solomonoff, en 2002, con España. Produjo más de treinta títulos con esa modalidad: El secreto de sus ojos de Juan José Campanella; La noche de 12 años de Álvaro Brechner; Las viudas de los jueves de Marcelo Piñeyro; M, de Nicolás Prividera; Todos tenemos un plan de Ana Piterbag; Al final del túnel de Rodrigo Grandelo; El último traje de Pablo Solarz o La novia del desierto de Atán y Pivato. Cuando no produce, Ragone dirige documentales. Algunos son referencia del cruce entre culturas originarias y actualidad en formatos participativos. Y además da clases, en la ENERC y en la UBA.