La figura poselectoral del ex presidente Mauricio Macri es penosa, irritante o, digamos, patética. Se trata de un personaje indescifrable. Es cierto que tuvimos presidentes campeones en eso de provocar vergüenza ajena. Galtieri (presidente de facto) era un fanfarrón prepotente. Menem se transformó de un modo asombroso. Pretendía ser un caudillo federal heredero de la cabellera de Juan Facundo Quiroga (eso que Sarmiento llamó “un bosque de pelo”) y pasó a ser un neoliberal muñecoide, adicto a los deportes y los estruendos de la farándula. Que privatizó todo lo que pudo y con esa privatización vendió el país a precios miserables que se guardaron él y toda la pandilla que lo acompañó. Se cansó, sin embargo, de ganar elecciones. Algo tiene que ver este pueblo con las nefastas figuras que lo gobiernan. De la Rúa decretó un estado de sitio beligerante y se fue dejando más de treinta muertos a lo ancho y largo del país. Era un político radical, centrista de toda la vida que, ni bien se calzó la banda presidencial, empezó a transformarse en un neoliberal rodeado de hijos ávidos y pidiendo blindajes a la banca financiera mundial, miles de millones que no blindaron nada y abultaron los bolsillos de sus amigos y familiares. Pero acaso Macri haya ido más allá. No vamos a insistir con la narración de los desdichados actos de su desdichado gobierno. Nos inquietan las cosas que hace ahora en el llano. Es cierto que él y los suyos no se sintieron tan, tan derrotados en las elecciones de octubre. Ese 40,8% (41% dicen ellos muy desafiantes) es una ofrenda que gran parte de nuestro pueblo les entregó para que siguieran estorbando, metiendo palos en la rueda cautelosa del nuevo gobierno. Cautelosa, decimos de esa rueda, porque tal vez no tiene más remedio que serlo. El 40,8% es parte importante de la herencia infausta que recibió el presidente Alberto F. Y alimenta el coraje aguerrido y belicoso de la oposición que comanda un ser hecho para la confrontación y no para el acuerdo solidario. Haber dejado a Patricia Bullrich como presidenta del PRO es una incitación al conflicto brutal, antidemocrático. Cuando lo hicieron ya sabían qué tipo de oposición harían. Una oposición salvaje, de choque, impiadosa. Pero Macri parece estar como ausente. Se lo vio en un video acusando a sus asesores de haberlo aconsejado mal. “Yo conozco a los mercados”, dijo. “Cuando no se les paga no prestan más”. Pero (insistía en decir) él había advertido a sus adláteres. “Así nos vamos a la mierda”. (A este campeón del antipopulismo le gusta usar el lenguaje áspero del tablón futbolero.)
Ahora se lo ve saliendo de una fiesta en Punta del Este. Lamenta algo: hace diez años que no venía a una. La tarea del presidente obliteró al pibe farrista de los noventa. Pero ha regresado a Punta. Se lo ve algo agitado. El periodista le pregunta si bailó mucho. El ex presidente contesta: “Yo soy un gran bailarín”. Caramba, Macri. ¿Cree que a alguien le importa que sea un gran bailarín? Si hasta la sra. Lagarde (usted se lo reprochó) omitió decirlo. Y eso que era desmedidamente generosa con usted. Le dio tantos dólares que usted mismo se asombró. A propósito: ¿a dónde fueron? A la timba financiera de sus amigos y hacia paraísos fiscales. A nosotros (por decirlo claro) no nos importa si usted baila bien o mal. Habríamos preferido que fuera un buen presidente. Ud. fue, no sólo el peor presidente de la democracia, sino uno de los peores de nuestra historia. Sólo los blindados del aberrante genocidio lo superaron. Pero después de esa etapa macabra hay que remontarse a Miguel Juárez Celman para encontrar algo tan deleznable. ¿Sabe quién fue Juárez Celman? No, nunca jugó en Boca Juniors. Gobernó el país entre 1886 y 1890. Llegó apadrinado por Roca, que luego se avergonzaría de él arrojándole crueles aunque sin duda merecidos epítetos. Impuso algo que se llamó Unicato. Que consistía en centrar todos los poderes en manos del presidente de la República. Promovió la inmigración porque el elemento nativo del país le repugnaba. Pidió desmedidos préstamos externos. Convirtió al país en una timba financiera. La bolsa de Buenos Aires convocaba todos los afanes de la gente acomodada y de los sectores medios (aunque mucho menos) también. El escritor Julián Martel escribe una novela a la que titula La Bolsa, llena de pasajes antisemitas. Surge la Unión Cívica, en la que hasta Mitre milita. Pero su gran figura es Leandro N. Alem. Saben que jamás ganarán por la vía electoral, ya que Juárez Celman sólo tolerará elecciones fraudulentas. Entonces (¡esos eran radicales!) los de la Unión Cívica hacen una revolución. Usted, Macri, nunca tuvo que preocuparse por eso. No tuvo un Leandro Alem sino a unos radicales dóciles, obsecuentes que le votaron las leyes y hoy lo siguen en la feroz oposición (que ya linda con lo destituyente) que le hacen al gobierno de Alberto Fernández. La revolución del 90 (llamada la revolución del Parque) fracasa militarmente, pero en el plano político el Unicato ha muerto. Juárez Celman, exigido por Roca y Pellegrini que lo abominaban, renuncia y se va. Deja una Argentina endeudada y sometida por completo al capital británico. El país es tierra arrasada. Lo mismo que con usted. Bailaba en los grandes salones y muy bien. Tenía un aspecto de gran aristócrata y así se sentía: un hombre intocable, superior, destinado a sostener las jerarquías. Dejó la peor memoria que un presidente puede dejar. Lo sucede Carlos Pellegrini y los radicales se preparan para el alzamiento de 1905 contra Quintana. Ahora se preparan para seguirlo a usted, para oponerse tercamente al gobierno de Fernández, para no tocar la justicia corrupta de las espías y los arrepentidos, la del lawfare. Para mantenerles esas descomedidas jubilaciones de privilegio que ofenden a nuestra gente. Y Ud. sigue adelante. En su mejor estilo, bailando en Punta del Este, festejando vaya uno a saber qué y gambeteando a lo Tévez (gran amigo suyo y de sus negocios) la mano corta, escasa de la justicia que lo cuida. Habrá que ver hasta cuándo. Porque en Comodoro Py y en Jujuy hay muchas cosas que arreglar. Alberto F. lo sabe y seguramente lo hará.