El Plan Argentina contra el hambre y la tarjeta alimentaria colocaron en un brete a dirigentes y comunicadores. Compelidos a descalificar cualquier acción oficial, tenían que encontrarle la vuelta: era insensato ponerse de punta contra la transferencia de ingresos. Los contradictores vitalicios se desplazaron a un terreno que conocen bien: subestimar a los humildes, arrogarse un rol paternalista, enseñarles “desde arriba” a cómo gastar y cómo consumir.

La idea del Gobierno era dejar a criterio de los o las jefas de familia (las mujeres son mayoría) qué productos comprar. Se prohibieron bebidas alcohólicas, por motivos evidentes. El resto quedó supeditado a la decisión familiar como en todos los hogares.

En redes y medios de difusión cundieron mensajes paternalistas que rezumaban soberbia cultural o de clase. Estiremos, un cachito, su modo de pensar. Los pobres no saben… votar entre otras cosas. Tampoco programar una dieta saludable para sus hijas e hijos. Está mal que el Estado les permita comprar gaseosas, deberían suprimirlas de los bienes adquiribles con la tarjeta. Escribirles una cartilla.

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El Ministerio de Desarrollo Social hace un seguimiento de las compras, la informatización facilita mucho. No impuso consumos por bando militar pero difundió listas de productos recomendados y no recomendados. Los primeros datos corroboran que las administradoras familiares gastaron preponderantemente en alimentos recomendados: leche, carne, verduras y frutas frescas. Destinaron el 58,1 por ciento de sus ingresos mensuales que equivalen al 42,8 por ciento de los productos comprados.

Reciben un depósito mensual, la mayoría compra en tres o cuatro ocasiones, sin duda para aprovisionarse de alimentos frescos.

El 25,5 por ciento se usa para alimentos no recomendados, demasiado abundantes en sodio o azúcares. Las gaseosas o los jugos en polvo azucarados insumen el 2,5 de lo gastado.

El programa incluye talleres de educación nutricional, gratuitos y voluntarios. Pero lo determinante para volcarse a los mejores productos es la inteligencia de las familias.

Con sabiduría revierten perversas consecuencias de la política macrista. El mate cocido o el té “bebido” a la noche para calentar la pancita porque la inflación de bienes básicos superó al promedio.

Convocadas a cuidar a sus pibes, las familias no dudaron. Eligieron lo mejor. El Estado reconoce derecho a una cantidad decorosa y modesta de plata: mensual, bancarizada y abonada puntualmente. Lo demás lo suma la sabiduría de los sectores populares. De quienes no levantaban parquet para hacer asado tiempo atrás ni descuidan a sus vástagos como suponen conciudadanos vanidosos que miran al resto por encima del hombro.