El momento cúlmine fue, sin duda, ése en el que el presidente Alberto Fernández anunció el próximo envío del proyecto de legalización del aborto. Fue cúlmine porque nunca antes ningún presidente respondió a esa demanda que lleva décadas pero que las nuevas generaciones han tomado como propia y urgente, pero también por el marco en el que Fernández eligió colocar su discurso, que fue con el que abrió. El de la palabra devaluada.
En esa perspectiva, y con una imagen ya construida en base a su credibilidad frente al electorado –no frente a los medios ni los poderes fácticos –, que todo el paneo que dio a lo largo de todo el discurso invitó a creer que lo que dijo lo hará, y que ya no estamos frente a dirigentes que usaban la palabra como un envase sin producto adentro. Que estamos frente a la política –se esté a favor o en contra de una u otra medida –, que promete en campaña lo que después materializa en la gestión.
Ese paneo, desde los cambios en hidrocarburos, el respeto medioambiental, la reforma de la Justicia Federal, el regreso de programas como el Conectar Igualdad, la inyección de recursos a la ciencia, el programa de los mil días, que garantiza una primera infancia segura para la madre y el bebé, la desclasificación de los archivos donde constan declaraciones de testigos secretos en el caso AMIA, en fin, cada ítem por el que fue pasando, responden indudablemente al modelo de país que con un matiz más o menos marcado, ha sido el signo del peronismo en la Argentina, si nos salteamos la oscura década del 90.
Pero esas ideas sobre “los últimos primero”, no fueron las de siempre porque fueron las de hoy, la de este país que acaba de ser una prueba piloto de cómo y cuánto y hasta dónde puede llegar un partido que nunca fue otra cosa que una unidad de negocios. Cada anuncio estuvo vinculado al estado actual de las cosas, aunque Macri no fue mencionado. Fernández fue como un gel de aloe vera sobre la piel ardida.
El presidente es consciente de que le está hablando a gente que ha sufrido y sigue sufriendo los latigazos de un proyecto para el que la población sobraba. Y desde la postura frontal y atrevida con la que encaró la reestructuración de la deuda –con la gente adentro –, y con la que pronunció la palabra “legalización” cuando habló del aborto, y con la que afirmó que el problema ya existe y que hay que darle cauce porque las mujeres mueren, pero al mismo tiempo disponer los cuidados para que toda embarazada, por más vulnerable que sea, tendrá la garantía de que podrá criar a su hijo si decide tenerlo, nos habla, sí, de lo que se votó en las elecciones. No debería sorprendernos, pero nos sorprende porque escasea y lo que sobra es palabra devaluada.
Ninguno de los temas tuvo gran desarrollo. Fue un discurso de decisiones políticas que serán concretadas dentro de muy poco tiempo, en la que ya hay equipos trabajando. No fue un discurso para la tribuna sino para la sociedad. El presidente Fernández sigue apostando a los consensos, además de haber reafirmado el de Memoria, Verdad y Justicia.
Uno escucha y desea fervientemente que encuentre esos consensos. Aunque conociendo a los que perderán una de muchas vueltas con sortija, para cumplir, como creemos que lo hará, con todos esos proyectos, es de esperar que habrá intensas fricciones. Los sectores de poder afectados tendrán su cadena nacional privada y sus tretas de siempre para expandir confusión. Como dice el presidente mexicano a su pueblo, incluso por algunas sintonías parecidas, “los tengo a ustedes”. Fernández no tendrá respaldo más allá del que en una democracia debe ser el vital, el de quienes lo votaron. Tendremos que trabajar todos y todas para cuidarle las espaldas, defender su nombre y apropiarnos de sus políticas.