Cuatro fueron los invocados. Tres murieron: Raúl Alfonsín en 2009, Juan Perón en 1974 y Manuel Belgrano hace casi 200 años, el 20 de junio de 1820. El Alfonsín citado por el Presidente en su mensaje de apertura de sesiones dijo que los intereses generales deben primar por sobre los sectoriales. Perón estableció que para un argentino no hay nada mejor que otro argentino. Solo la unidad del pueblo, según Belgrano, es capaz de sacar a las naciones del estado de opresión. El cuarto de los invocados está vivo. Es el Papa Francisco. Fue citado por Alberto Fernández en el capítulo de la deuda por su cuestionamiento a la codicia.
A la sombra de ese Panteón diverso el Presidente construyó un mensaje que puede ser leído bajo dos claves. La primera es que mientras no quede resuelto el problema de la deuda la Argentina seguirá afrontando, y atendiendo, la emergencia. Con comida, baja de tasas y moratoria para pymes. La segunda es que la emergencia restringe los márgenes de acción pero no los anula. Permite trabajar desde ya en cuestiones institucionales y de ampliación de derechos civiles y un poquito en un proyecto económico de largo plazo.
El proyecto señalado por AF es la explotación “hidrocarburífera y minera” (así la definió) como “palanca” para el desarrollo futuro. Hipótesis que precisará su aclaración: con una centralidad a futuro mayor que el agro. En minería habrá prioridad para metales y litio. En la lista de desastres heredados hay uno que puede ser leído como el prólogo de la renegociación de tarifas con las empresas de energía, a las que en campaña AF daba como propiedad de los amigos presidenciales. “La tarifa de gas se incrementó en dos mil por ciento y la de electricidad en el tres mil por ciento”, reza una parte del discurso que leyó Fernández con sus anteojos redondos que, otra vez, insistían en caerse.
El anuncio con fecha más inmediata fue el comienzo de la discusión parlamentaria, en solo diez días, a partir de un proyecto de legalización del aborto. Fue el momento, además, de máximo aplauso, con el gabinete de pie en el Congreso y llantos en la calle. En paralelo irá al Congreso el proyecto de ley con el Plan de los Mil Días para proteger a las embarazadas y cuidar la nutrición en los primeros años de vida.
Mientras tanto comenzará la discusión para diluir la concentración actual de los 12 jueces de Comodoro Py en 50 juzgados. La letra fina, y sobre todo la realidad, determinará si pesa más la dilución o el impulso práctico que tome otra promesa: la puesta en práctica del sistema acusatorio por el cual los fiscales, y ya no los jueces, serán la locomotora del proceso judicial.
En política exterior el Presidente subrayó hechos diplomáticos que ensancharon el poder negociador en materia de deuda (la gira europea, por ejemplo), prometió agrandar la agenda latinoamericana, reivindicó el multilateralismo y la institucionalidad democrática y dijo que mandaría tres proyectos de ley por Malvinas. Uno, para formar un consejo sobre las islas. Otro, para demarcar el límite exterior de la plataforma continental, “que incrementará la seguridad jurídica en petróleo y pesca”. Uno más para endurecer las sanciones a la pesca ilegal.
El tono del discurso fue distinto del que usó Fernández el 10 de diciembre. Hizo pocas pausas, lo cual supone menor búsqueda de aplausos y mayor búsqueda de atención. Acortó el tiempo de saludos previos y posteriores, como si quisiera marcar el apuro de un Presidente urgido. Utilizó dos veces la palabra “fraternidad”. Una de las veces la dio como condición necesaria para gobernar, junto con la honestidad intelectual y la ejemplaridad en los dirigentes. Tanguero, dijo haber recibido un país “con el alma herida”. Repitió la expresión de la Conadep “Nunca más”. La usó ahora para la contracción de deudas impagables así como el 10 de diciembre habían sido utilizadas contra los “sótanos de la democracia”, es decir los servicios de inteligencia sin control.
Flanqueado por Cristina Fernández de Kirchner a su izquierda y Sergio Massa a su derecha, el presidente del gobierno de coalición evitó el tono épico salvo para un tema. Lo dijo así: “El problema que más nos preocupaba era terminar con el hambre, una epopeya, porque comer no puede ser un privilegio”.
Aprovechó el Presidente para adelantar argumentos en el debate sobre retenciones, que llamó cuidadosamente derechos de exportación. Habrá incrementos solo en uno de 25 productos (adivinen cuál) y se cuidará la situación de los pequeños productores y las economías regionales. Todo sea para que “esta vez” (literal) haya diálogo y acuerdo. Es decir, para que no se repita la crisis de 2008 con la 125. Porque “la verdad es sinfónica”.