Habrá tiempo de visiones y revisiones, como decía el gran poeta T. S. Eliot, para analizar cada uno de los proyectos que el presidente Alberto Fernández anunció en su primer mensaje de inauguración del año parlamentario durante, exactamente, una hora y veinte minutos. Para comprender la letra chica de las leyes prometidas que abarcan la economía, la política, el funcionamiento del Estado, la justicia social, el trabajo, la producción, la educación, la ciencia, los derechos humanos y personalísimos, la reforma judicial, la seguridad y las relaciones internacionales. Para evaluar, en el tiempo, esos cambios. Pero lo cierto es que Alberto Fernández hizo honor a lo que se sabe de él: inició su discurso, emocionado, como sólo se ha visto en la historia conmovidos a quienes asumen la conducción de un pueblo al que pertenecen con orgullo, desde los textos calientes de nuestros próceres como Moreno, Belgrano, Sarmiento, Alberdi, Alem; los discursos decisivos de Irigoyen, Perón, Evita, Alfonsín, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner, para citar a padres y madres fundadoras de la historia nacional, y a quienes lo emularon y que en sus discursos escritos u orales sabían que sellaban un compromiso con la Historia.
Ellos defendían su idea de la Argentina como posibilidad y como esperanza. Defendían, como si fuera la guía no escrita de su historia política, la palabra empeñada. “Gobernar es decir la verdad. En la democracia, la mentira es una perversión”, dijo Alberto. Así comenzó jurando, sin jurar, la biblia del nuevo tiempo: el compromiso es decirle a los argentinos la verdad.
No prometer pobreza cero o una inflación que no es un problema; no prometer como el último habitante de la Rosada un próximo semestre de felicidad o la luz al final de un túnel que deviene un infierno crítico. “Este es un gobierno de científicos y no de Ceos”, dijo, para hablar de la naturaleza de su tiempo.
Volvió a jurar que lo que dice, lo hará. ¿Y, más allá de la letra específica de cada ley, a qué convocó el Presidente con esa promesa? ¿Qué país doliente y herido definió que debe ser transformado para que tenga posibilidad de sobrevivir? Tres ovaciones del pueblo acompañando el acto en la Plaza Congreso, y dentro del recinto, marcan el camino de la esa promesa de refundación: un nunca más a la deuda externa; un nunca más a la impunidad de quienes la tomaron para saquear el futuro de generaciones enteras; nunca más a los sótanos de la democracia con el espionaje y el uso de los servicios de inteligencia para perseguir opositores; nunca más a una justicia infestada; nunca más al sometimiento medieval del cuerpo de las mujeres reconociendo su derecho a decidir.
Un diagnóstico de 81 días de gobierno le bastó a Alberto Fernández para convocar a los Nunca Más en los que Argentina se vertebra y se traduce: socialmente justa, económicamente soberana, políticamente independiente e integrada sobre todo a identidad latinoamericana. El Presidente prometió, así, volver al futuro que el país tiene en su genética histórica: la Argentina fue libre, justa y soberana cuando logró que sus hombres, mujeres y niños fueran felices. Cuando tuvieron trabajo, salud y derechos; cuando el Estado los protegió; cuando defendió el derecho a la autodeterminación de los pueblos; cuando construyó el monumento civilizatorio del Nunca Más en los juicios por violaciones a los derechos humanos más importante a nivel internacional; cuando defiende su derecho a negociar con los Estados Unidos y con Rusia y China; y a dar asilo político a Evo Morales por el golpe de Estado en Bolivia. Cuando defiende su derecho inalienable en Malvinas.
La historia hablará del cumplimiento de este sueño nacional. Pero este primer discurso de Alberto Fernandez conmueve por haber comenzado a defender la palabra empeñada. Por haber hecho una radiografía del desastre neoliberal como un camino que no debe tener impunidad. Por pronunciar la palabra Nunca más como el eje moral de una refundación.
Recordé entonces lo que el gran poeta Francisco Paco Urondo dijo alguna vez en otro tiempo de injusticias y furias: “empuño un arma porque busco la palabra justa”. Este tiempo de paz nos da un Presidente que promete empuñar las leyes porque busca una argentina justa. Devolver a la política su juramento de servir a una causa. De unir, a través de la palabra justa, a todos los argentinos más allá de las batallas, duras sin duda de limitar intereses sectoriales y ampliar derechos.
Y parodiando a la gran poetiza Alejandra Pizarnik, se escucha el “llanto de los enlutados, sellar las hendiduras del silencio”. A esa Argentina doliente, ¿le habló, señor Presidente? Porque, como usted siempre dijo, esta patria tiene una poética política que la hace tan distinta a otras: es la resistencia para defender sus derechos conquistados. Para reclamar, por la palabra empeñada. Y que sea ley.