Entre las obsesivas conjeturas que circularon esta semana sobre qué diría y que no diría Alberto Fernández en la apertura de sesiones, hay una escena que por más estampita romántica y patriótica que pueda parecer, es clave: rodeado de los funcionarios más cercanos, el presidente construye su discurso, pero cuando se van todos se queda “hasta altas horas de la noche, tachando y agregando de puño y letra cuestiones que quiere decir”.
La imagen es política, pero no porque transmita un grado de autonomía pop como aquella en la que va de su casa al Congreso manejando él mismo su auto. Sino porque al día siguiente de esa escena, el mismo orador que a lo largo de una hora y media definirá con precisión medidas ejecutadas y a ejecutar en diferentes áreas, dedica los primeros minutos a definir los términos en los que se va a dirigir a quien decide nombrar como: “querido pueblo argentino”. Comienza aquí, a delinearse una gramática con sello Fernández donde las palabras aparecen ligeramente corridas del uso que se le viene dando. “La verdad” se define como “verdad sinfónica”, la mentira como “mayor perversión” y las “estafas discursivas” que atribuye al ejercicio de cierta política, son “repugnantes”, un ataque a la democracia.
Usó el término “devaluado” una sola vez, y en el contexto de una de las mayores crisis económicas no lo hizo para hablar de pesos y dólares sino de “la palabra devaluada”. Usó “seguridad” una sola vez, pero no en el sentido de la explotadísima agenda de la seguridad que viene sirviendo para habilitar discursos de odio y restringir el acceso al espacio público de ciertas minorías, sino como “seguridad alimentaria”.
A 44 años del golpe, sin perder verdad, justicia ni memoria, la más preciada síntesis del repudio al terrorismo de estado admite en el lenguaje de Fernández ser aplicada a la violencia económica de estado: "Nunca más a un endeudamiento insostenible. Nunca más a la puerta giratoria de dólares que ingresan por el endeudamiento y que dejan tierra arrasada a su paso". Cobra sentido aquí, en este cruce entre economía, relaciones de trabajo y derechos humanos, el aplauso que recibió el proyecto de Ley para la ratificación del Convenio sobre Violencia y Acoso en el Mundo del Trabajo, casi tan fuerte y emocionado como el que despertó el pronunciamiento sobre el aborto. Algo más: hasta ayer era impensable que en un mismo titular “legalización del aborto” compartiera cartel con “deuda externa”, “reforma judicial” y “retenciones”. Hasta ayer, el presidente que abrió el debate público decidió cerrarlo cuando vio que los pocos votos que le quedaban venían de los sectores antiderechos. Se dirá que la estrategia de presentación de este tema consistió en separarlo del subtítulo “cuestiones de género” para encararlo como una cuestión de salud pública. Pero es más cierto lo primero que lo segundo. Fernández apela a la lógica en términos de eficacia legal en su argumentación: “La legislación vigente no es efectiva. Desde 1921 la Argentina penaliza la interrupción voluntaria del embarazo en la mayoría de las situaciones. Cien años después, la jurisprudencia da cuenta de lo ineficaz que resulta la norma desde un criterio preventivo…” Es decir, más que salud pública aquí lo que está operando es un asunto entre la verdad y la mentira. La verdad será sinfónica pero que no admite hipocresías: “los abortos ocurren”. Pero además, cuando dicho argumento cerraba redondo, Fernández no le hace una consigna política y feminista: “Y en el siglo XXI toda sociedad necesita respetar la decisión individual de sus miembros a disponer libremente de sus cuerpos.”
Acertaron quienes calculaban que habría muchas menos referencias a la pesada deuda de lo que el macrismo se merecía. Pero también es cierto que el enfático “todos sabemos de lo que estoy hablando” que usó con pausa dramática para referirse a la complicidad social frente al aborto clandestino, también vale para lo que (opositores y enemigos incluidos aunque en silencio) acordamos sobre los desmanes de la gestión anterior. Lo prudente no quita la ironía y así es que la palabra récord aparece teñida de humor negro seguida por “inflación”, “deuda”, “pobreza”. Y se permite otra otra tentación: frente a un gobierno de CEOs, Fernández se define como un gobierno con científicos en un discurso donde el futuro, como nunca, muy presente. Aquí entran los celebrados anuncios sobre el Conicet y sobre la recuperación del presupuesto para ciencia y tecnología. Pero…¿de verdad nos salvará la ciencia? Y en este sentido, ¿qué ciencia será? ¿La de la ciencia ficción, la que todo lo sabe, la de las nuevas normalizaciones? ¿La que entra en diálogo con los saberes originarios? ¿La de conocimiento situado y del diálogo entre especies de la que hablan feministas y científicas como Donna Haraway cuando nos advierten que ningún conocimiento está desligado de su contexto ni de la subjetividad de quien nos está hablando?
Este Presidente, que suele presentar sus ideas y propuestas en formato de preguntas, adelantó que el también recibirá la capacitación en género que rige a partir de la ley Micaela. Hay esperanza de que las preguntas, mucho más que las respuestas sobre los mejores futuros sigan y se amplíen.
Además, como parece ya ser una tradición, el inconsciente volvió a traicionarlo a favor de todes. Si antes dijo, “volvimos y vamos a ser mujeres” ahora se le escapó: “vamos a derrotar al hombre que asola a nuestros compatriotas” Ser mujeres y derrotar a ese hombre, entendido en ambos casos como modos de resistir y superar los daños del patriarcado y de la prepotencia del régimen heterosexual es una muy buena propuesta del inconsciente presidencial que acompaña las políticas que acaba de anunciar.