El 4 de marzo de 1985, hace 35 años, se estrenaba en Estados Unidos Robotech y nacía, también, una de las sagas más emblemáticas e influyentes de la animación. Lo curioso del caso es que en Japón Robotech no era una serie, sino tres distintas: The super dimension fortress Macross, Super Dimensional Cavalry Southern Cross y Genesis Climber Mospeada. La única relación entre ellas era su adscripción a la ciencia ficción espacial y bélica y diseños de personajes muy similares, ya que ambas eran producto del mismo estudio y publicadas con apenas un año de diferencia unas de otras. Pero cuando la productora norteamericana Harmony Gold compró los derechos de transmisión en EE.UU. se encontró con un problema: eran demasiado cortas para el mínimo de 65 episodios que exigía la industria. Macross, la más extensa de ellas, tenía apenas 36. Así que Harmony Gold montó una suerte de Frankenstein entre todas.

El resultado fue un relato en el que la Humanidad accedía a tecnología extraterrestre, unificaba su gobierno planetario y luego debía enfrentar sucesivas oleadas de invasiones alienígenas. Hasta allí, nada llamativo. Pero la mezcla de épica, melodrama, romance y personajes que dudaban, tenían miedo y peleaban por sobrevivir funcionó perfectamente tanto en el Estados Unidos que aún se lamía las heridas de Vietnam como en un montón de otros puntos del mundo. De hecho, hoy Robotech puede ser considerado como uno de los antecedentes más fuertes para el boom de la cultura pop y es motivo de devoción para muchos adultos que ya pasaron la barrera de los 40 años.

El responsable de ese puzzle de series fue Carl Macek. Macek hizo un trabajo de ingeniería inusual: eliminó escenas demasiado violentas o con tintes sexuales, mandó a animar un par de capítulos de relleno y reorganizó todo el universo narrativo de las tres series, que devinieron en las historias de distintas generaciones de humanos que luchan contra especies alienígenas por un recurso, la “protocultura” (un invento de Macek), que sirve de energía para las civilizaciones y surge de la flor de la vida Invid. Para eso les cambió el nombre a los personajes –les inventó, incluso, relaciones filiales de una línea temporal a la otra-, agregó una voz en off inexistente en el original que relataba el avance de la línea del relato y, además, mandó a componer una nueva apertura y banda de sonido para unificar estéticamente la propuesta. Una cantidad de trabajo demencial. Y que funcionó perfectamente. Tanto, que no fue hasta mediados de la década del ’90, con el despegue de Internet, que no se conoció masivamente su trabajo.

La “revelación” derivó en dos líneas de fans, claro. Unos aman a las series originales (y detestan a Macek) y los otros reverencian su artefacto. Los primeros definen su trabajo como una “masacre”. Los segundos apuntan a que el “90 por ciento del drama original sigue ahí” y que esa es la base de su éxito y pregnancia entre los espectadores.

Robotech fue una de las puntas de lanza para la llegada del animé a los televisores occidentales. Mientras la competencia triunfaba con Voltron, Harmony Gold y Macek dieron un golpe maestro con Robotech. Y poco tiempo después sumaron a su catálogo películas de Hayao Miyazaki (incluyendo la indispensable Mi vecino Totoro) y la fundamental Akira de Katsuhiro Otomo (cómo llegaron planchas originales de Akira a los estudios norteamericanos es otra historia tan increíble como la de Robotech). Desde entonces los dibujos japoneses se extendieron velozmente e influenciaron a varias generaciones de dibujantes, animadores y artistas de todo el mundo, además de sacudir y redefinir algunos mercados editoriales.

En la Argentina se lanzó un par de años después que en Estados Unidos por Canal 9, y más adelante por las señales de cable The Big Channel y Magic Kids. El año pasado también llegó una remasterización a América TV.

Lo llamativo es que en términos económicos ni con Robotech ni con ningún otro animé Macek consiguió el “gran” hit que soñaba (quizás si hubiese comprado también los derechos para el merchandising de todas esas series...). Se convirtió, sí, en un infaltable de la reproducción hogareña y en una seña identitaria para fans de todo el mundo, aunque la compañía refunfuñaba contra las presuntas pérdidas ocasionadas por la piratería. Macek cuenta, entre otros hitos que engalanan su currículum, con la responsabilidad de documentar la creación de la animación para adultos Heavy Metal (basada en el trabajo de la revista de cómics homónima), fue socio fundacional en el estudio que lanzó Ren & Stimpy y colaboró con el legendario animador de stop motion Ray Harryhausen. Macek murió hace una década, pero sus admiradores aún sostienen su legado. Tienen, al cabo, la protocultura a su favor.