El pequeño mentiroso que simula ser finlandés, con un padre heroico y anticomunista, es un adolescente judío humillado que no encuentra su lugar en ese mundo hostil de principios de la década del 40. El antisemitismo no es un fantasma en Río Ceballos (Córdoba); muchos políticos y militares argentinos estaban convencidos de que Hitler iba a ganar la guerra y dominar el mundo. Moisés Berel Travinsky, más conocido como Travin, el protagonista de La amenaza (Obloshka), es una suerte de Raskólnikov atribulado (no hay vieja usurera a quien asesinar) que comprende que “la vida era una suma de altibajos en los que descender te destruye, ascender te agobia y quedarte en la medianía te idiotiza”. La primera novela de Abrasha Rotenberg –que se presentará este miércoles a las 19 en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, junto a su hija Cecilia Roth, Fito Páez, Flavia Pitella, Vicente Muleiro y María O’Donnell- es un híbrido perfecto entre autobiografía enmascarada y la historia política argentina.

“No tomo nada que no tenga alcohol; ese es el secreto para llegar a los 93 años”, cuenta Rotenberg mientras camina liviano y ligero, como si flotara en su propio cuerpo, en busca de un café. “Esta novela la tenía en la cabeza, y sobre todo en la boca del estómago, pero no sabía cómo escribirla”, confiesa el escritor que nació en Teofipol (Ucrania, 4 de mayo de 1926) y que participó en la fundación de las revistas Primera Plana, Confirmado y el diario La Opinión, del cual fue director durante un período, hasta que se exilió en Madrid, en 1976, donde creó la editorial Altalena junto a Manuel Aguilar. “La tapa del libro es una tarjeta postal de Los Sauces, donde se reunía la elite de Río Ceballos o los turistas de muy buen nivel económico. En ese ambiente yo fingí que era finlandés porque había leído el libro Santa Miseria de Sillanpää. Cuando me descubrieron, me humillaron con eso que decía Schopenhauer que los judíos tienen un olor especial fácilmente reconocible, el faetus judaicus, y esa humillación no pude sacármela de encima. Varias veces intenté contar esta historia, pero no encontraba la forma”.

La amenaza –novela dedicada “a los desaparecidos en la Argentina y a todos los que fueron asesinados, exiliados, condenados o castigados sin justicia”- empieza con la voz de un narrador que habló con Travin antes de que desapareciera. Por él sabemos que Travin -“periodista honesto, intrépido e incorruptible, el más brillante de su generación”- le entregó un manuscrito con la aventura que le deparó haber estado las primeras dos semanas de febrero de 1942 en la “Pensión Don José” en Río Ceballos, Córdoba. “La novela puede ser interesante para los que no vivieron esa época y para los que en esta época no se dan cuenta de que estamos repitiendo las mismas historias”, advierte Rotenberg, autor de La opinión amordazada, Última carta de Moscú, Raíces y recuerdos y Chistes judíos que me contó mi padre.

--¿La amenaza sigue?

--Sí, la amenaza sigue y representa una constante retrógrada y muy oscura en la historia argentina. Los mismos conspiradores del año 42 son los que dieron el golpe en el 76 y que ahora, pero bajo otras formas -sin golpe porque está desprestigiado al menos por un tiempo- intentan hacer exactamente lo mismo y quedarse con la torta.

--El Perro, el personaje que aparece conspirando y reprimiendo en el 42 y en el 76, ¿está inspirado en un personaje real?

--No, es ficción. Pero había una muchacha muy guapa, la China en la novela, y su hermano, que no era militar, era un hombre de temer, un discriminador y violento que lo transformé en alguien con mentalidad represiva y de servicio de inteligencia porque en varias escenas lo está probando y desconfía de Travin. El personaje es ficción, pero también es realidad porque tuvimos muchos personajes como el Perro. Travin es un chico de clase media baja que tiene inquietudes y que repite los eslóganes de la época. El mundo estaba claramente dividido: o estabas a favor de los aliados o estabas a favor del Eje. No había otra.

--¿En el 42 se gestó lo que fue ideológicamente la dictadura cívico militar?

--No, ahí se gestó el GOU (Grupo de Oficiales Unidos), donde la figura preponderante era Perón y ellos estaban convencidos de que Alemania ganaba la guerra. Es un mundo que la gente joven no conoce. Nadie habla de patriotismo; parecería que diera vergüenza ser patriota porque es ser fascista, nazi, reaccionario… No. Es la idea de que pertenecés a una comunidad, a un mundo que es tuyo y que querés defender y que mejore. Esto forma parte de la historia argentina ya con (Cornelio) Saavedra y (Mariano) Moreno; ahí estaban definidos los dos contrincantes que bajo disfraces diferentes siguen luchando para imponer una Argentina más civilizada. En una época Sarmiento era el Dios de la educación; después pasó a ser el enemigo, el imperialista que creía en el extranjero. Seamos sensatos, miremos un poco objetivamente cómo se desarrolló la historia argentina y qué conseguimos con esos enfrentamientos. Conseguimos dañarnos todos, salvo algunos que siempre se salvan. El país merecía después de la Guerra ser uno de los más importantes países el mundo; estábamos mejor que Australia, a nivel de Canadá. Yo fui testigo del consenso en España, del Pacto de la Moncloa. (Santiago) Carrillo, del Partido Comunista, y la derecha más absoluta, (Manuel) Fraga Iribarne, tenían en común un objetivo: sacar a España de la postración, después de cuarenta años de gobierno semifascista, verticalista, autoritario, para ver qué podían hacer. En España se consiguió llegar a una democracia por consenso, que creo que es lo que le espera a la Argentina. Hay que cambiar la mentalidad de gobiernos que no entienden que el mundo va a una velocidad tecnológica que la mente humana es incapaz de entender. Cuando te encontrás para resolver un problema, ese problema ya no significa nada; aparecieron diez más. ¿Cómo hacés para enfrentar eso? No estamos preparados y no educamos a la gente como hay que educarla. Corea del Sur, ¿de dónde venía? De un mundo de campesinos; pero ahora está industrializada. ¿Qué es Israel? Israel se dio cuenta de que no tenía ni tierra –la mitad era desierto- ni nada que valiera la pena como materia prima. ¿Entonces a qué se dedicó? Se dedicó a desarrollar inteligencia y ese desarrollo le permitió que un alto porcentaje de sus ingresos brutos provenga de patentes porque se hizo una conexión educativa entre la universidad, el ejército y las empresas. Pero La amenaza es una novela y trato de contar sobre la vida de algunos personajes entrañables, otros enigmáticos, grandes mentirosos o hipócritas.

--¿En que se parece Travin y el adolescente Abrasha?

--Yo no era tan inteligente. Pero era caradura porque eso de que me hice pasar por finlandés es cierto. Vivíamos a trescientos metros en una pensión donde todos sabían quiénes éramos. Travin se pregunta por qué un personaje como él, que es socialista, que cree en la humanidad, se siente fascinado por gente que pertenece a una clase explotadora que se ha quedado con las tierras matando indios. Me atraía lo inaccesible; quería demostrar que yo era capaz de entrar a ese mundo y que me podía sentir igual que ellos, cosa que era absolutamente falsa, porque era un mundo cerrado, de gente que había comido bien toda su vida, que había recibido la leche de sus niñeras y había sido educada para mandar.

Abrasha llegó a Buenos Aires en el barco Cap Arcona cuando tenía ocho años. Vivió en La Paternal, en la calle Vírgenes, ahora Galicia, y Morelos. En la Plaza Irlanda pasó su infancia. Antes de ese gran viaje hubo otros desplazamientos: de Teofipol (Ucrania) a Magnitogorsk, en los Montes Urales; de Moscú a Berlín. “En las calles de Berlín entendí lo que era la arquitectura nazi. Yo que venía del comunismo ruso que era triste, muy dostoievskiano ya que nombraste a Raskólnikov, estaba admirado con la felicidad que veía en los desfiles de los niños y jóvenes nazis… Yo hubiese sido nazi...”. A los ocho años perdió dos idiomas: el ucraniano y el ruso. Apenas llegó aprendió tres: el idish, el hebreo y el español. “En Argentina descubrí que era judío; en la casa de mi abuelo se hablaba el idish, pero yo no le prestaba atención. Yo pertenezco a una generación que nació con un sueño: íbamos a ser todos iguales y las fronteras iban a desaparecer… Era de una ingenuidad total”, reconoce con una sonrisa piadosa hacia el adolescente que estaba convencido de que el mundo podría ser un lugar mejor.

Yo nunca estuve en el Partido Comunista –aclara Rotenberg-. El azar me llevó a una agrupación sionista de izquierda, que en esa época se llamaba Joven guardián y luego Mapam, que era una mayoría muy sólida en Israel, que armaron los kibutz o colonias colectivas. Esa colonia colectiva que me hubiese correspondido está a quince kilómetros de Tel Aviv y es el centro de flas iestas más importante de Israel; tienen una vaca de recuerdo de la época en que pensaban que tenían que ser campesinos y obreros”. El escritor advierte que “ahora vivimos una época más aterradora” y que pronto “nos vamos a preguntar qué hacer cuando nuestro trabajo lo hagan robots”. “¿Quién va ir primero a Marte: nosotros o los robots? Se plantean problemas que todavía no entendemos porque estamos con la mentalidad y el idioma del siglo XX. Ahora estamos en el medio del bullicio de la revolución tecnológica, de la comunicación inmediata, de la noticia de la cual sos testigo: no te la cuentan, ves lo que está pasando. Hasta 1984 de Orwell queda antiguo –compara-. Pero estos no son los problemas que plantea Travin en la novela. El problema de ese chico es que todavía es un ingenuo que soñaba con la utopía.

--¿Qué explicación encuentra al antisemitismo? ¿Por qué está tan arraigado en la historia cultural de Occidente?

--Todas las cosas que dijo Hitler fueron dichas hace 2.000 años en Alejandría por un filósofo que se llamaba Apión. Los judíos tenían habilidad comercial y se destacaban y eso produce irritación; más la leyenda de que no comían cerdo porque su Dios era un cerdo. No querían casarse con politeístas y creían en la libertad. ¿Por qué el prejuicio contra los negros o ahora contra los chinos, “los culpables del coronavirus”? Se prefiere no hacer el esfuerzo de entender al diferente y se va por la vía más fácil: como ese tipo no es como yo es una porquería.

--En el trasfondo de la novela hay una tensión entre la cuestión militar, la disciplina, y la libertad, ¿no?

 

--El problema está entre el orden y la libertad. El orden está muy bien porque nos permite entender las reglas de convivencia. Pero tiene que haber orden dentro de la libertad, no contra la libertad; no el orden como una forma de reprimir, sino como una forma de vivir y entender que hay reglas de convivencia y que no puedo romperlas por una decisión individual. Orden sin libertad es un horror. Libertad sin orden es un horror también. Orden con libertad es lo ideal.