En una entrevista publicada por este diario
en septiembre de 2017, la investigadora del Conicet, Paula Canelo, refería con razón a que las filas del gobierno macrista estaban pobladas de CEOs. A partir de un trabajo realizado desde el Observatorio de las Elites Argentinas afirmaba que, por aquel entonces, existía al menos un empresario de alto rango en todas carteras. Lo que aún significa más, anunciaba que los popes del sector privado representaban nada menos que el 31,3% del total de cargos jerárquicos del gabinete. Con su asunción, Alberto Fernández quebró esta lógica y presentó una realidad totalmente novedosa, en la que decenas de investigadores del Conicet asumieron al gobierno
que inició sus actividades en diciembre pasado.
Los casos más representativos, quizás, haya que encontrarlos en Sabina Frederic
, Roberto Salvarezza y Martín Guzmán al frente de Seguridad, Ciencia y Tecnología y Economía, respectivamente. Sin embargo, existen muchos ejemplos más de nombres fuertes que del campo científico saltaron a la gestión para ocupar cargos en secretarías, subsecretarías y direcciones. Como si fuera poco, Alejandro Grimson y Dora Barrancos –experimentados exponentes del Consejo– conducen el equipo asesor que colabora con el presidente en sus tareas cotidianas.
Nuestras acciones nos definen. Las decisiones que tomamos marcan el rumbo de lo posible y de lo deseable. Por un lado, tuvimos a un PEN que se rodeó de CEOs, pues, como reza el dicho –y si no lo dice lo inventamos en este preciso instante– “nada mejor que un empresario para acompañar a otro empresario”. Por el otro, tenemos a un PEN que escogió a los científicos, investigadores, docentes e intelectuales. Si nos detenemos un segundo y paramos la pelota, las acciones de uno y otro gobernante responden a una rigurosa lógica. No hay incoherencias ni inconsistencias de ningún tipo. Sucede que es difícil –casi imposible– ignorar los orígenes de clase, rechazar las tradiciones de familia, renegar de los grupos de pertenencia.
Durante el mandato anterior, la ciencia y la tecnología, y la educación (en todos sus niveles) fueron desplazadas a un tercer y cuarto plano. El pensamiento crítico fue vilipendiado por los filósofos que acompañaron y le cuidaron las espaldas al hijo de Franco. La soberanía, barrida debajo de la alfombra. El problema era estructural y, como ya intuimos, estaba en el modelo de desarrollo. La cuestión, presentada de manera esquemática, se advierte sencilla: o bien se apuesta al conocimiento autóctono como motor del engranaje productivo y se promueven las potencialidades locales a través de las economías regionales; o bien, se prescinde de las inteligencias domésticas, se anulan los procesos y las sinergias y se importan tecnologías que se realizan por otras manos en otras partes del globo. Dicho en criollo: ¿compramos satélites o preferimos desarrollar los propios? Tal vez el caso del proyecto Saocom –iniciado en 2013– opere como un ejemplo patente.
Además, como siempre, te brindamos todas las noticias relacionadas a la salud y ambiente. Las alertas internacionales que se disparan por el incremento de los casos de coronavirus
más allá de la frontera china. ¿Cómo debemos prepararnos?
Como argentinos, ¿no nos debería preocupar más el dengue
que desde mediados de 2019 hasta la fecha ha infectado a 3 millones de latinoamericanos? ¿Qué dicen nuestras autoridades al respecto? También te contamos cómo avanzan los casos de sarampión y consultamos a especialistas
que nos cuentan por qué este virus resurgió cuando el país había sido declarado libre de su circulación.
En relación al ambiente, la disyuntiva también asume un carácter estructural y siempre es redituable leer a Darío Aranda
que lo narra como nadie. ¿Alcanza con denunciar el uso indiscriminado de glifosato en nuestros campos, o bien, los reclamos deben abrir un poco más el foco y pensar en cómo reemplazar el modelo productivo imperante que privilegia la ganancia de unos pocos a costa de la salud de muchos?
Por último, como es costumbre, te compartimos la referencia audiovisual de la semana. Esta vez llegó el turno de una charla. Venimos tan contracturados que, para el final, queremos que disfrutes un poco. Te presentamos a Claudio Sánchez
, un ingeniero que explica por qué todo lo que sabe de ciencia lo aprendió mirando Los Simpsons. Tan sencillo que produce vértigo ¡No te lo pierdas!
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