Eran tiempos convulsos: la era del apartheid en Sudáfrica, de los movimientos de derechos civiles, de la segunda ola feminista. Y curiosamente, todo convergió en uno de los eventos televisados más populares del momento: el concurso de belleza Miss Mundo. El año, 1970. El lugar, el Royal Albert Hall de Londres. Con más 100 millones de espectadores colgados a la pantalla a nivel mundial, el presentador Bob Hope hacía su rutina de chistecitos (tan misóginos que llegó a comparar la jornada con una feria de ganado, mugiendo para acentuar) cuando se desató la hecatombe. Cual grito de batalla, alguien hizo sonar una matraca y, desde distintos lugares de la sala, mujeres empezaron a disparar: bombas fétidas, sacos de harina y verduras podridas, vale raudamente aclarar. El cómico huyó despavorido del escenario, mientras de fondo sonaba un cántico, “Ni guapas ni feas: ¡furiosas!”, entonado por las activistas del Women's Liberation Movement, que cubrieron el pituco Royal Albert Hall de humo y panfletos. Un auténtico pandemónium con intención de boicotear todo lo que representaba Miss Mundo, epítome de cosificación. A punto tal que, por esos días, decía lo más campante el fundador del celebérrimo beauty pageant, Eric Morley, que buscaba “chicas de 17 a 25, solteras, con buena dentadura, abundante cabellera y piernas torneadas”. Ni demostración de talentos ni habilidades deportivas ni pruebas de inteligencia estaban en las cartas. Las chicas no decían ni mu: posaban, sonreían, caminaban, y ya está.

Aunque el plan original de las feministas era esperar a que las concursantes desfilaran en bikini y tacones para poner en marcha la petit insurrección (“sin animosidad contra ellas, nuestra crítica era a la organización”), los comentarios machistas de Hope las indignaron tanto que no pudieron sino adelantar la acción. Sarah Wilson, una de las activistas, fue la encargada de dar la señal. Todas la siguieron. Sue Finch, entonces embarazada de 9 meses, a diez días de dar a luz, asegura que “fue un momento maravilloso, parecía que estaba nevando”. Jenny Fortune se entusiasma al rememorar: “Habíamos tomando el control. Sentíamos que realmente estábamos deteniendo al patriarcado”.

No lo detuvieron, de más está aclarar, pero sí lo pusieron en evidencia frente a millones de espectadores. Y hoy, a cinco décadas de aquel hito, una película recuerda lo acaecido en Miss Mundo 1970. Se trata de Misbehaviour, que estrena estos días en cines ingleses. En clave dramedy, la cinta dirigida por Philippa Lowthorpe cuenta con elenco estelar: Keira Knightley, Gugu Mbatha-Raw, Jessie Buckley, Lesley Manville, Greg Kinnear, Keeley Hawes, Rhys Ifans. Y con un equipo mayormente femenino detrás de escena: en producción, guión, cámara, edición…

“Creíamos en la revolución, estábamos absolutamente convencidas de que podíamos cambiar el mundo”, reconoce la activista Jo Robinson, que también formó parte de la manifestación. Y fue una de las cinco que terminó tras las rejas; la mayoría con cargos menores. “Eligieron defenderse a sí mismas con intención deliberada, conscientes de que las sufragistas habían hecho lo mismo”, cuenta Sally Alexander, entonces en sus 20s, parte del team que pergeñó y dio cauce a la acción. Ella -actualmente profesora emérita de historia en Goldsmiths, reputada universidad londinense- sí necesitó un abogado; los cargos en su contra, mayores, lo ameritaban. “En ese momento, lo último en lo que pensábamos era en quién ganaría el concurso. Mirando hacia atrás, resulta un pelín irónico que ese haya sido el año que decidiéramos boicotear el show”, retoma la académica…

Y es que, tras el despiole, Miss Mundo continuó, y el cetro acabó en manos de Jennifer Hosten: primera mujer negra en hacerse del título. “Ahora comprendo que teníamos más en común de lo que entonces creía: todas estábamos usando el concurso para transmitir un mensaje. En mi caso, acerca de raza e inclusión; en el de las manifestantes, acerca de explotación machista”, advierte la beauty queen, que entonces tenía 23 años y representaba a una pequeña isla caribeña, Granada, que todavía no se había independizado de UK. Para ella, su triunfo fue una victoria contra el racismo imperante: “Fue shockeante ver cómo los medios brit solo veían la belleza según los estándares europeos. Se suponía que era una celebración global que reunía a personas de diferentes razas, de distintas culturas. Sin embargo, nos bajaron el pulgar aún antes de comenzar. Y eso me hizo querer ganar aún más”.

Aunque se desconoce cuándo comenzaron a ciencia exacta, según Camille Couvry, socióloga de la Universidad de Rouen, antecedentes de los concursos de belleza pueden rastrearse en el Medioevo: en la Festividad de los Mayos, por caso, se elegía a una simbólica reina por su virtud, y la muchacha -bonita, virginal, pura- era bañada en flores en un rito que la preparaba… para el matrimonio, entendida su belleza como símbolo de fertilidad. Fast-forward a finales del siglo 19, “cuando las reinas locales están en todas partes: federaciones, sindicatos de comerciales, asociaciones deportivas”: los atributos físicos importan, y mucho, pero también se revisa la moral de las muchachas con magnificada lupa por un ávido tribunal (de varones, de más está aclarar). Nótese que quiso P.T. Barnum llevar la “atracción” al circo: habiendo orquestado concursos de perros, gallinas, ¡bebés!, intentó exhibir en 1850 a las muchachas más hermosas de Nueva York, aunque falló su intentona. El premio -una tiara- no fue suficiente gancho para que las victorianas desfilaran públicamente en sugerentes outfits… Tal como se los conoce hoy en día, ofrece Couvry, los beauty pageants se instalan a principios del siglo 20 y “se presta especial atención a la cara, la cintura, el cuello, las piernas, los dientes de las concursante, como si se tratasen de partes independientes entre sí”, colmo de la cosificación. El muy popular Miss América en Estados Unidos, relata Camille, “fue iniciado en 1921 por una asociación de hoteleros, hombres, en las playas de Atlantic City para atraer turistas durante la época de veraneo, y las chicas ya desfilan en traje de baño”, más carne para el consumo de tipejos, babosos prontos a sacar el centímetro y juzgar, juzgar, juzgar.