La construcción de una identidad tanto masculina como femenina puede no coincidir con las características sexuales con la cual nos identifican al nacer. O sea, que ser hombre o mujer no se nace, sino que es una construcción que se realiza independientemente de nuestra voluntad.
Y cuáles son las expectativas que rodean a la masculinidad en nuestra sociedad heredera de una concepción patriarcal: el hombre para ser hombre debe ser fuerte, valiente, arriesgado, luchador, que no arrugue cuando la contingencia lo exija y que ostente su virilidad tanto ante sus congéneres como también su potencia sexual con las mujeres. Estas características socialmente compartidas se encuentran agudizadas cuando en determinados grupos constituyen una marca, un signo de pertenencia.
En las relaciones de amistad o de compañerismo, sin distinción de género, reprimimos los deseos sexuales si los hubiera (sin tener conciencia de ello). Si se trata de un grupo o equipo de hombres o mujeres, y si estos comparten ya sea un trabajo o un deporte se crean profundos lazos que son el producto de nuestra bisexualidad originaria.
Cuando el deseo sexual en los varones está dirigido total o parcialmente hacia las personas del mismo sexo, puede suceder que esta circunstancia sea aceptada o, por el contrario, sufra un rechazo tal que el sujeto tenga que estar demostrando a los demás y a sí mismo como baluarte defensivo una masculinidad tan exagerada que nos permite entrever la angustia ante sus deseos homosexuales reprimidos. “Dime de qué alardeas y te diré de qué careces”.
Dado que todos participamos de esta bisexualidad originaria, cuando la presión no es intensa, podemos reconocerlos y tolerarlos sin sentir una herida a nuestra autoestima. Otros, inconscientemente temen ser invadidos por deseos que rechazan porque sienten que menoscaban su identidad y harán todos los esfuerzos correspondientes para ahuyentarlos.
Esta formación reactiva tiene distintas características, correspondiendo cada una de ellas a la predominancia de las pulsiones de vida o de muerte, la lucha constante entre Eros y Tánatos. Cuando predomina Eros, si se dan las circunstancias de encuentros prolongados entre grupos de amigos, en el caso de que las tensiones homosexuales afloren, éstas se resuelven en la búsqueda de mujeres que reafirmen su virilidad. Pero cuando prevalece Tánatos, la forma de alivio se logra mediante la violencia y el grupo puede defenderse de ella externalizándola y la fuerza de estas tensiones homosexuales se reflejará en la potencia de la violencia desplegada.
*Psicoanalista. Nota reducida. Autor de “Vínculos violentos. En familia”.