En los últimos años estamos asistiendo a un fenómeno social y subjetivo singular: el modo en que la gente joven se pone en movimiento, con diversos criterios de agrupación, para expresar en el ámbito público, en calles y plazas, su disconformidad hacia determinadas condiciones de vida críticas para con la salud, el ambiente, el trabajo, la educación, reclamando a las autoridades por cambios legislativos y poniendo en acción variados recursos para expresar su malestar. Desde las protestas juveniles para la defensa del ambiente y denuncias hacia la sobreexplotación salvaje de la naturaleza y por el cambio climático --como lo hace el ecofeminismo-- hasta el repudio a la utilización de armas en las escuelas y de otros modos de violencia, la gente joven sale a la calle. El movimiento feminista no ha quedado ajeno a estos modos de manifestar su protesta y sus propuestas de transformación, y actualmente, con variadas modalidades, la gente joven ocupa las calles denunciando violencias de género diversas, poniendo en crisis los clásicos modelos patriarcales, así como también sus reclamos por la legislación relativa a la interrupción del embarazo, a la salud sexual y reproductiva, a la incorporación de la educación sexual integral en las escuelas, y muchas otras cuestiones referidas a condiciones de vida desigualitarias que merecen ser cambiadas. Las teorías y prácticas feministas, que iniciamos en Latinoamérica hacia los años 70 del siglo pasado, se vuelven a poner en práctica en los grupos juveniles, por ejemplo, mediante los grupos de autoconciencia sobre las condiciones de vida opresivas, subalternizadas, invisibilizadas, ahora con el agregado de nuevos dispositivos, originales y creativos, que hacen que aquella revolución silenciosa iniciada por muchas de nosotras en aquellas décadas, hoy pase a ser una revolución bulliciosa, con una polifonía de voces plena de significados y posibilidades. Antiguos lemas utilizados por entonces, tales como “hacer visible lo invisible”, y “lo personal es político”, son revitalizados actualmente por la gente joven.
Se trata de un colectivo juvenil, formado en su mayoría por adolescentes y jóvenes, que se ha configurado como un nuevo sujeto político, que reclama tener su propia voz, y ser escuchados, no sólo como sujetos de derechos, sino también como sujetos sensibles y atentos al modo en que evalúan sus experiencias, tanto desde el punto de vista subjetivo como social. Quienes venimos del campo del psicoanálisis con perspectiva de género escuchamos sus voces, sus malestares, y procuramos darle sentidos no sólo en clave individual sino también como parte de un colectivo, el juvenil, que padece condiciones específicas de sufrimientos. En una escucha calificada de sus malestares, hemos incorporado la noción de empoderamiento, o sea, la capacidad que puedan desarrollar para ser sujetos de la enunciación de sus conflictos, con su particular lenguaje y modos de expresión, y no sólo objetos de los discursos de quienes hablan por ellos. La gente joven, con sus particulares lenguajes y modos de expresión, trata de demostrar que lo que manifiestan es creíble, a menudo relatando experiencias vividas que sobrepasan sus límites porque se trata de situaciones abusivas. Tratamos de alejarnos de los contextos clásicos de la interpretación de estos sujetos sólo en clave adultocéntrica, además de androcéntrica --tan propia de las teorías y prácticas psicoanalíticas convencionales-- y ofrecer otros recursos de escucha de sus conflictos, a partir de sus mismos protagonistas. Nuestra cultura patriarcal y adultocéntrica, o sea, centrada en las valoraciones y criterios basados en perspectivas masculinistas y de gente adulta, desconoce la riqueza y heterogeneidad con que se presentan los padecimientos de la gente joven actual, por lo cual necesitamos ofrecer nuevos recursos de comprensión para ese colectivo.
Para ello necesitamos disponer de una reflexión crítica respecto de aquel paradigma con que hemos operado hasta ahora, que suponía que nuestra posición como gente adulta nos otorgaba la máxima autoridad para configurarnos como sujetos de la enunciación. Algunos conceptos psicoanalíticos pueden contribuir a encontrar una clave de entendimiento para los nuevos discursos juveniles, entre ellos el análisis del juicio identificatorio y del juicio crítico. Una de las claves de inteligibilidad con que contamos para comprender los rasgos subjetivos creativos, las propuestas innovadoras, la disposición para las acciones específicas que proponen los jóvenes desde el punto de vista del género es la construcción del juicio crítico. El juicio crítico es una forma de estructurar el pensamiento, ligado al sentimiento de injusticia. Es un tipo de pensamiento que se consolida en la adolescencia, pero que ha encontrado sus precursores en la temprana infancia, a partir de la ruptura de un juicio anterior, que es el juicio identificatorio, que se desarrolla habitualmente durante el primer año de vida del infante humano. El juicio identificatorio opera con las reglas impuestas por el narcisismo temprano, donde no hay diferenciación Yo/no-Yo, una fase del desarrollo donde el supuesto es “yo-el otro somos lo mismo”. En el segundo año de vida, con la adquisición de la marcha y del lenguaje, la criatura experimenta la capacidad para alejarse de aquello --su objeto libidinal en la teoría psicoanalítica-- con quien mantenía un firme lazo identificatorio. Poder utilizar sus capacidades psicomotrices y la adquisición de la palabra, fundamentalmente del “no”, lo habilita para alejarse, diferenciarse, de aquel objeto libidinal con quien había establecido un vínculo narcisista en el que “yo-el otro somos lo mismo”. A partir de la experiencia de frustración de ese supuesto, se inicia la ruptura del juicio identificatorio, porque va perdiendo eficacia la premisa de que “yo-el otro somos/deseamos lo mismo”. El juicio crítico consecuente con esta ruptura se instala como resultado de la puesta en crisis de aquel supuesto anterior, con la experiencia de la diferenciación, del recortamiento subjetivo. El colectivo juvenil que participa activa y críticamente en la construcción y deconstrucción de nuevas posiciones genéricas apela a esta modalidad del pensamiento, denominada juicio crítico.
Nuestra ubicación en América Latina también contribuye a que nuestra escucha y nuestras intervenciones androcéntricas y patriarcales pueda implicar la legitimación del modelo patriarcal, naturalizando la masculinidad hegemónica y la femineidad tradicional. El largo proceso iniciado ya hace varias décadas está mostrando sus efectos: ya no es aceptable en la mayoría de los contextos sociales, familiares, educativos, tolerar las conductas violentas, los abusos emocionales y/o sexuales, ni el silenciamiento ante los mismos cuando estos se producen aun en situaciones sacralizadas como las instituciones religiosas, familiares y educativas. Los lemas actuales que circulan en Buenos Aires, “No es no”, y “Yo te creo, hermana”, junto con el movimiento “Ni una menos”, y más recientemente “El violador eres tú”, dan cuenta de estos nuevos posicionamientos ante todo tipo de abuso, gestionados por colectivos de gente joven. Estos movimientos se acompañan de la deconstrucción crítica --y a menudo conflictiva-- de los supuestos del amor romántico en los vínculos de pareja, así como en el vínculo materno-filial y en otros vínculos de intimidad, afrontando la decepción resultante cuando reconocen que este modo de amar y de desear puede llevar a desconocer situaciones de violencia entre los géneros, al interior de un mismo género, o entre las generaciones. No se trata de deconstrucciones sencillas: implican dolor, angustia y una dimensión ética que requiere hacerse cargo de la responsabilidad con que se involucran en los vínculos intersubjetivos. Es una responsabilidad individual y colectiva a la vez, para anticipar y prevenir todas las formas de violencia.
La gestión de la elaboración de estas situaciones conflictivas se realiza a veces en forma individual --es frecuente encontrarlas en las consultas y sesiones de psicoanálisis con perspectiva de género--, así como también en el interior de la vida familiar, y más acentuadamente, en los contextos grupales de las escuelas e instituciones educativas.
Una política de las subjetividades: la gente joven y los movimientos sociales
Estamos asistiendo a modalidades novedosas de construcción de los géneros, autorizando el discurso del colectivo juvenil como nuevos sujetos políticos a partir de sus experiencias subjetivas, lo cual supone adoptar una categoría de análisis que hemos caracterizado como política de las subjetividades, poniendo en foco las relaciones de amor y de poder entre los géneros, al interior de un mismo género, y entre las generaciones. Es una política de las subjetividades de carácter feminista, en que se pone nombre al malestar que anteriormente se sentía en forma difusa, difícil de expresar, percibido como un trastorno íntimo, individual, que merecía escasa credibilidad cuando se lo manifestaba públicamente. Aquella era una modalidad propia del género femenino tradicional, descrita ampliamente en la literatura feminista de décadas anteriores, basada en la experiencia vivida, encarnada y padecida por aquellas personas que anteriormente habían sido desestimadas en su capacidad de agenciamiento. Ahora necesitamos disponer del mismo dispositivo de inteligibilidad utilizado entonces, para comprender el malestar de este nuevo colectivo juvenil, enunciado por sus mismos protagonistas. Su fortalecimiento a menudo se produce gracias a los criterios de alianzas con otros grupos, tales como los de derechos humanos, los de preservación de la naturaleza tales como el ecofeminismo, etc.
En otro momento habíamos desarrollado la hipótesis de que es posible que en condiciones de crisis social, la participación activa en un proyecto colectivo promueve la salud mental de los sujetos, en contraposición con las actitudes de aislamiento y repliegue. Entendemos la salud mental como un estado de bienestar subjetivo que favorece la creatividad y las propuestas innovadoras. En el estudio antes mencionado nos hemos preguntado sobre algunas características que ofrece la incorporación a los movimientos sociales que podrían contribuir a la salud mental de la gente joven, y hemos realizado las siguientes propuestas:
a) Los movimientos sociales como espacios transicionales: el problema del reconocimiento.
Nuestra formación psicoanalítica nos permite suponer que la inclusión de los jóvenes en los movimientos sociales los habilita para integrarse en un espacio social distinto, específico, no asimilable a los clásicos espacios familiares, laborales, deportivos, artísticos, etc. Los movimientos sociales constituirían un espacio transicional, un concepto caracterizado el psicoanalista inglés D. Winnicott (1972) para otras circunstancias vitales, pero que en este caso podemos aplicar a los espacios intermedios entre una situación previamente establecida y el pasaje a otra aún desconocida a la que el sujeto tiende a incorporarse. Estos espacios transicionales participan de una doble inscripción: son objetivos y subjetivos a la vez. En tanto espacios objetivos, los movimientos sociales ofrecen a la gente joven incorporarse a grupos que diseñan actividades específicas, reunidos en determinados lugares, bajo ciertas circunstancias temporales y con objetivos establecidos en conjunto. Cuentan con una cultura propia que expresan mediante consignas, lemas y proyectos que son compartidos por todo el colectivo que está incluido en ellos. En sus aspectos subjetivos, los movimientos sociales contienen las fantasías, ilusiones, deseos, tensiones y conflictos de los sujetos que los componen, y que a menudo depositan en las estructuras de estos colectivos, ya sea para movilizarlos o bien para obstaculizarlos. Desde el punto de vista subjetivo, estos movimientos sociales requieren de quienes los integran una actitud de identificación y compromiso con sus proyectos y actividades, que da como resultado el reconocimiento mutuo. La búsqueda y el logro de reconocimiento por parte de sus pares es una de las motivaciones subjetivas fundantes para la inclusión en estos colectivos. Cuando el grupo fracasa en reconocer y aceptar a algunos de sus miembros, ya sea debido a rasgos de personalidad contrarios a la cohesión grupal, o bien a la disidencia con los proyectos o modalidades de interacción dentro del grupo, la crisis y ruptura del movimiento puede llevar no sólo al quiebre y la claudicación del mismo, sino también a una profunda situación de crisis personal en los miembros que lo integraban. En términos de las condiciones necesarias para contribuir a la salud mental de sus integrantes, este sería un factor de riesgo que operaría en detrimento del bienestar subjetivo de los sujetos involucrados. También se plantean problemas por el reconocimiento cuando hacemos un análisis desde la perspectiva de género. El supuesto de igualdad entre los géneros puede entrar en crisis cuando al interior de la organización de los movimientos se perciben desigualdades e inequidades, por ejemplo en la distribución y asignación de tareas, de tiempos, de oportunidades de acceso a los medios de difusión, a tomar la palabra en público, etc.
b) Los movimientos sociales crean figurabilidad ante la crisis.
Otro aspecto que merece destacarse desde la perspectiva psicoanalítica es que la participación de los jóvenes en los movimientos sociales crea figurabilidad, esto es, vuelven figurable, representable y comprensible, muchos aspectos de la realidad vivida y padecida, por ejemplo, ante la falta de trabajo en sociedades crecientemente desiguales que excluyen principalmente a los jóvenes del universo laboral, así como de otras inequidades generizadas. Esta posibilidad de elaborar una representación subjetiva y social de lo que sucede en situaciones de crisis les permite sobrellevar las situaciones inesperadas, contando con marcos de comprensión para la condición actual, que les habiliten para operar ante las nuevas realidades, si las perciben como desesperantes. El riesgo de catástrofe subjetiva, con una ruptura de todos los recursos previos de comprensión, está siempre como telón de fondo amenazante. Al reunirse con sus pares y encontrar nuevas significaciones a sus conflictos, y nuevas claves de comprensión de los mismos, el colapso subjetivo deja de ser tan amenazante porque puede compartir con otros sus observaciones, el análisis y la reflexión crítica de las mismas, y diseñar acciones específicas para enfrentarlos. Este sería el beneficio de la figurabilidad: volver representable lo irrepresentable, lo indecible, que de lo contrario se inscribiría en su psiquismo como hecho traumático. Contar con estos recursos de inteligibilidad opera como factor de protección para la salud mental de la gente joven.
c) Los movimientos sociales permiten la ampliación del repertorio deseante.
Otro aspecto que contribuiría a la salud mental de los jóvenes que se incorporan a los movimientos sociales consiste en la ampliación de su repertorio deseante. Quizá en este punto es donde podamos observar situaciones más novedosas desde la perspectiva del género, al considerar a las mujeres como el grupo que más ha innovado sus modos de desear en las últimas décadas. En tanto los estereotipos tradicionales de género masculino nos ofrecían figuras de varones que a lo largo de la historia han participado en movimientos sociales de todo tipo, con modos específicos de despliegue en el ámbito público, por el contrario, los estereotipos de género femenino tradicionales se referían a mujeres cuyos deseos se desplegaban al interior de la vida familiar y doméstica, en el ámbito privado. Los tiempos han cambiado, a lo largo de los siglos las mujeres fueron expandiendo cada vez más sus ámbitos de representación social junto con la ampliación del concepto de ciudadanía. Hoy en día la participación de las jóvenes en los movimientos sociales es numéricamente similar a la de los varones, así como también existen muchos grupos y colectivos de mujeres que proponen reivindicaciones específicas para su género, tales como los movimientos que luchan por sus derechos sexuales y reproductivos, y en contra del abuso y de la violencia en sus vidas cotidianas.
Los deseos tradicionales descriptos por la teoría psicoanalítica para ser desplegados en la vida privada, tales como el deseo de ser amada, el deseo de completud narcisística a través de un hijo, y otros, han sido revisados en la actualidad por nuevos grupos de mujeres jóvenes que plantean otros deseos constitutivos de su subjetividad. Se trata de deseos que habrán de ser desplegados fundamentalmente en el ámbito público, que incluyen el deseo de autonomía, de independencia económica, el deseo de reconocimiento social, el deseo de decidir sobre sus cuerpos, y el deseo de equidad y de justicia. Esta ampliación del repertorio deseante se observa no sólo en las mujeres en los movimientos sociales, sino en los sujetos feminizados, y aquellos inscriptos en variados colectivos con modalidades generizadas diversas.
Como se puede apreciar, aquel tradicional concepto de salud mental equiparado a establecer condiciones de equilibrio y armonía está siendo reemplazado por otra hipótesis acerca de la salud mental: es la que los sujetos comprometidos construyen a partir del enfrentamiento de las situaciones de tensión y de conflicto, provocadoras de malestar.
La perspectiva del género nos lleva a preguntarnos si las mujeres jóvenes perciben sus condiciones específicas de exclusión y de discriminación social, o si éstas quedan ocultas tras el así llamado “velo de la igualdad” (Lagarde, M., 2003). Varios estudios indican que aunque los discursos que se enuncian son políticamente correctos en cuanto a la igualdad de oportunidades y de acceso al mundo social y laboral entre varones y mujeres, en las prácticas estas condiciones todavía no se cumplen. Muchas jóvenes consideran que aquellos espacios ya han sido conquistados por las mujeres que las precedieron, y que sus posibilidades actuales no necesariamente están vinculadas con las anteriores luchas de género. La persistencia de ciertos estereotipos tradicionales de género femenino, por ejemplo, respecto de la maternidad, así como la violencia de género aún presente en todos los contextos sociales, nos llevan a considerar que todavía es necesario el trabajo de reflexión crítica sobre una conciencia de género que sigue siendo inequitativa para las mujeres.
Mabel Burin es doctora en psicología, directora del Programa de Estudios de Género y Subjetividad, Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES). El presente texto es un fragmento de la conferencia dictada en el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la Universidad Nacional Autónoma de México, (CRIM-UNAM), enero 2020.