Las reflexiones que me gustaría presentar en este pequeño libro son hijas de lo que, ahora que me propongo explicar cómo surgieron, se me presenta bajo la forma de un doble impulso, de una doble instigación. Por un lado, recogen una pregunta que hace rato que me viene preocupando y que es la pregunta por el interés o por la pertinencia de las herramientas conceptuales que nos proporciona el mundo de la tragedia (de la poesía trágica y del tipo de pensamiento trágico construido en torno a ella o a partir de ella) para pensar los problemas de la vida política de los hombres y de los pueblos. Me gustaría volver a preguntarme en este libro por qué es que la tragedia nos sirve para pensar los grandes problemas de la política, y me gustaría que volvieran a auxiliarme en mi intento de responder esta pregunta un par de piezas del enorme William Shakespeare a las que ya he recurrido otras veces en relación con estos mismos temas. Una de ellas, Hamlet, es sin duda una tragedia. La otra, El Mercader de Venecia, es, en cambio, una comedia. Pero una comedia -como se ha dicho alguna vez- "que hace llorar", y que no deja de contener en su propio seno, como por debajo de su superficie cordial y un poco banal, de parábola con "final feliz", la historia ciertamente tremenda de la humillación y la derrota de dos de sus protagonistas principales. Por eso, en efecto, como si se tratara de un juego de cajas chinas, o de muñecas rusas, El Mercader de Venecia tolera, y casi reclama, que la abordemos desplazándonos entre su rostro superficial o aparente (lo que por supuesto no quiere decir falso) de comedia y su fondo más secreto (pero de ningún modo inaccesible: hay que rasguñar un poco, nada más) de tragedia, que es el ejercicio que vamos a tratar de llevar adelante.
Por otro lado, este ensayo que someto aquí al benévolo escrutinio de los lectores está decisivamente inspirado en la lectura de un excelente libro de Francisco Suárez, La reina del Plata, publicado por el sello editorial de la Universidad Nacional de General Sarmiento, que es una notable investigación sobre la historia de los modos de tratamiento de los residuos sólidos urbanos (de la basura) en el área metropolitana de la ciudad de Buenos Aires. Lo que aquí quería anticipar sobre su interés para nosotros es que es un trabajo que nos permite pensar la vida de una sociedad multitudinaria y compleja como la de la ciudad más grande de nuestro país a partir de los residuos que esa sociedad produce, de los restos y de los desechos que esa sociedad genera y con los que no deja de verse obligada a lidiar. Porque esos restos y desechos, esos residuos, esa basura, constituyen, en efecto, un problema para cualquier sociedad, y por eso toda sociedad, y entre todas ellas esta de la ciudad de Buenos Aires de la que se ocupa Suárez en su libro, tiene como un problema importante del que ocuparse el de qué hacer con eso que produce como remanentes o sobras o despojos, con los que por supuesto no puede convivir, y que tiene que expulsar de su seno de los modos más diversos. Suárez hace, en su libro, una historia de esos modos en los que los habitantes y los gobiernos de la ciudad de Buenos Aires lidiaron a lo largo del tiempo (de los siglos) con la basura que producen, y de los impactos que esas decisiones tuvieron sobre vastas zonas de la vida popular.
Escribí "restos"; escribí "desechos". Por cierto estas dos palabras suelen funcionar en nuestro lenguaje corriente, como sinónimos perfectamente intercambiables, y servirnos de manera más o menos indiscriminada para nombrar, sin que nos andemos preguntando mucho por sus sutiles diferencias, los residuos, la basura que producimos en nuestras casas, en nuestras industrias y en nuestras ciudades. Pero estas mismas dos palabras, convertidas en cambio en categorías teóricas, han tenido un tratamiento particularmente sugerente en un cierto campo de conocimientos donde sí suelen funcionar como dos conceptos bastante nítidamente distinguibles y diferenciados, y es por eso que quizás pueda resultarnos útil echar al menos un vistazo (un vistazo inexperto y casi de turista, si puedo decirlo así) sobre algunos textos de esa tradición, que es la tradición del psicoanálisis, donde podemos encontrar, a propósito de los más diversos asuntos (desde el trabajo del duelo hasta el "trabajo" del sueño, desde el tratamiento de la melancolía hasta la discusión sobre la psicosis), reflexiones sumamente sugerentes sobre lo que permiten nombrar estas dos palabritas que apenas hemos anunciado y que dan título a este libro. No será este el centro de esta discusión, desde luego, pero vamos a tratar de aprovechar algunas de las enseñanzas que seamos capaces de extraer de esta visita para reflexionar sobre el sentido que pueda darse a estas dos categorías en un campo diferente: el de la política. Pensaremos pues a los restos y a los desechos como formas o como modos o como dimensiones de lo residual en la política, y lo haremos entonces volviendo sobre las dos grandes piezas shakespeareanas que presenté hace un momento, sobre las que, desde ya, no es poco lo que el psicoanálisis (pienso en textos notables de Sigmund Freud, de Theodor Reik o de Jacques Lacan) nos ha enseñado.
Pero nos preguntaremos qué es lo que esas dos grandes piezas shakespeareanas tienen para decirle a nuestra reflexión teórica sobre la política examinándolas, por así decir, por su reverso: estudiando en ellas, o a través de ellas, lo que quizás podamos llamar la dimensión "residual" de la vida colectiva que ellas nos ayudan a pensar. Estudiando esa vida colectiva no como un conjunto de actividades de producción de bienes, de riquezas, de instituciones o de subjetividad, sino como un conjunto de actividades de producción de restos, desechos, residuos, detritus, excedentes, sobras. O quizás preguntándonos -mejor- si la producción de bienes, riquezas, instituciones y subjetividades no tiene siempre, como su contracara necesaria, como su complemento inseparable, una dimensión de producción de restos, desechos, residuos, detritus, excedentes, sobras. Si en ese sentido, los restos y los desechos de los que vamos a hablar no son la materia misma de la vida de los individuos y de los pueblos. Si los propios sujetos que somos no son (no somos), acaso, restos, desechos, vestigios, de los procesos de los que está hecha nuestra vida y que -como suele decirse- nos "constituyen". Y si no es acaso por ese motivo que para nombrar la actividad que nos permite comprender algo de esa nuestra vida usamos la preciosa palabra investigar, a la que desde ya que debemos rescatar del maltrato a la que viene siendo sometida por la hegemonía del pensamiento pobremente positivista, fetichista y burocrático que sigue gobernando nuestras rutinas universitarias más convencionales, y que quiere decir, exactamente, hacer hablar a los vestigios.