“Por más que le duela a más de un soldado hardcore del apocalipsis, bien le haría a los metaleros cuidar de sus maltrechos cuerpitos”, recomiendan anónimos al cantar distorsionadas loas a Metal Yoga Bones, iniciativa que aúna dos categorías a priori irreconciliables: la tradicional disciplina física, mental y espiritual (yoga, o sea), y la música heavy. “Prepárense para sacudir su lado oscuro, para gritar, para sudar, para hacer todo lo necesario que permite sacar a la bestia interior”, arenga la web oficial de una propuesta que incita a “levantar los cuernos y abrir los chacras, sostener poses hasta que se sienta el fuego infernal en los cuerpos, descansando luego en posición mortuoria hacia el final de la clase”. Creadas por la alemana Saskia Thode –especialista en estilo vyniasa con residencia actual en Nueva York–, las clases son una oda a clásicos como “el perro cara abajo”, “la pinza” o “la postura de la montaña”, siempre y cuando suene grindcore o trash metal. No así al “saludo al sol”, categóricamente excluido de su clase porque, en palabras de la instructora, “nosotros solos saludamos a la oscuridad”. “Tanto el yoga como el metal tienen la capacidad de ser profundos y conmovedores, ambos son un gran método de liberación. Te permiten entrar en esa zona que te hace ser capaz de olvidar todo lo que te rodea y estar en el momento. Ambos son meditativos. Sé que un yogi que no tiene amor por el metal no estaría de acuerdo, pero ¿cuántos de nosotros metaleros nos perdemos en una buena canción o en un buen show, al igual que un yogi se pierde en su propia práctica de yoga?”, advierte este maestruli con especial debilidad por Bathory, Judas Priest, Iron Maiden o Bloodbath. Y por el headbanging; parte, dicho sea de paso, de las actividades propuestas, al igual que ciertos momentos de peculiar relajación. “Ocasionalmente empezamos en círculo, y para cerrar la jornada levantamos nuestras voces hacia Satán en un profundo aullido”, se regodea la muchacha.