Las feministas lo ponen sobre la mesa, existen muchísimas investigaciones al respecto, las estadísticas lo ratifican y hasta Alberto Fernández lo trajo a colación en su primer discurso como Presidente: la desproporcionada distribución de las tareas de cuidado constituye hoy el nudo gordiano de la desigualdad de género

Lo que todavía está por verse es cómo esa inequidad se resuelve y -más allá de los nuevos arreglos que puedan darse al interior de los hogares- qué efectos económicos podría traer aparejados un “nuevo orden” del cuidado.

¿De qué se habla cuando se habla de cuidado? Del trabajo que lleva adelante toda persona que se encarga de organizar y/o ejecutar la maquinaria cotidiana del hogar, que implica tanto quehaceres domésticos (limpiar la casa, lavar la ropa, hacer compras, cocinar, arreglar lo que se rompe) como velar por el bienestar de los chiques, las personas mayores y otros adultos dependientes: todos aquellos que por alguna razón necesitan que otros les “regalen su tiempo”.

El punto central es que en todo el mundo y sin excepción las mujeres cargan con tres cuartas partes del trabajo de cuidados no remunerados. No hay un solo país que registre una distribución igualitaria entre las horas que hombres y mujeres destinan al cuidado: 4 horas y 25 minutos al día es el promedio de ellas, frente a la hora 23 minutos de los varones. 

Brecha

Los datos provienen de un estudio que hizo la Organización Internacional del Trabajo (“El trabajo de cuidados y los trabajadores del cuidado para un futuro con trabajo decente”). Aclara que si bien en ciertos países la contribución de los hombres al trabajo de cuidado no remunerado fue creciendo en los últimos 20 años, la brecha de género ha disminuido apenas en siete minutos entre 1997 y 2012. “A ese ritmo -calcula - cerrar la desigualdad en este campo nos estaría llevando 210 años."

Los resultados de la encuesta sobre trabajo no remunerado y uso del tiempo que el Indec encaró en 2013 van en la misma línea: advierten que la mayor carga de trabajo doméstico no pago recae sobre las mujeres (76 versus 24 por ciento de los hombres). Señala que para las mujeres ocupadas el trabajo doméstico es prácticamente similar al de las mujeres desocupadas o inactivas (alrededor de 6,8 horas diarias de las últimas y solo una hora menos de las primeras). Es más: hasta las mujeres con un trabajo full time dedican más tiempo a las actividades de cuidado que los hombres desocupados.

Un estudio realizado en 2015 por la consultora Voices! y la Fundación UADE preguntó a más de mil personas de todo el país qué actividades domésticas habían hecho el día anterior. Y las diferencias resultaron elocuentes: “tender la cama” fue en un 92 por ciento tarea de las mujeres contra 38 de los hombres; “limpiar los baños”, 75 contra 20; “lavar los platos”, 92 contra 38; “hacer las compras”, 85 contra 62;  y “cuidar a los chicos” 63 contra 32 por ciento.

Empoderamiento

Con ese panorama empieza a resultar menos extraño que las mujeres sufran mayores tasas de desempleo y reciban menores ingresos. La ministra de Mujeres, Géneros e Igualdad, Elizabeth Gómez Alcorta, suele explicar que la forma en la que sigue organizándose el cuidado no es solo “la base más dura de roer” de las brechas entre varones y mujeres, sino que además profundiza las desigualdades entre las propias mujeres, ya que aquellas que cuentan con los recursos pueden contratar en el mercado a quien realice estas actividades. Pero así y todo la responsabilidad por estas tareas suele seguir a su mando, conformando lo que se conoce como “carga mental”.

El caso es que esta carga de trabajo extra que asumen las mujeres -y que se materializa en el cumplimiento de una doble y hasta triple jornada laboral- no suele ser tomada demasiado en serio, ni siquiera cuando se habla de promover la paridad de género en el acceso a las oportunidades de trabajo y puestos de liderazgo. Es el eslabón que falta cuando se habla de empoderamiento. Y el principal obstáculo para la participación de las mujeres en los mercados de empleo, una diferencia que además las limita en otros ámbitos al disminuir sus tiempos para estudiar, ir al médico o practicar deportes.

A mediados del siglo XX las mujeres lograron incorporarse masivamente al mundo laboral, y si bien ese empoderamiento marcó una transformación hasta hoy celebrada, lo cierto es que solo pudo conseguirse a expensas de una sobrecarga de tareas muy grande. 

La participación de las mujeres en el empleo creció todavía más, y a la vez tuvieron lugar más cambios, en la demografía algunos y en la estructura y composición de las familias otros. Frente a quienes necesitan que les regalen tiempo, el Estado no ha sido capaz de brindar respuestas satisfactorias. Y ahora sí los cuidados han entrado en crisis.

Autocastigo

El modelo que coloca al hombre como proveedor y a la mujer como cuidadora sigue enraizado en lo profundo

“Los estudios muestran que el éxito laboral en las mujeres parecería tener en el seno de la familia algunas consecuencias. Hicimos una encuesta en la que cuatro de cada diez entrevistados señaló que cuando la mujer triunfa, los hijos sufren. Y las que más lo sostienen son las mujeres. Cuando les pedimos a las argentinas que se autoevalúen en cuanto a su performance como madres, vimos que las mujeres que trabajan se castigan más con relación a su maternidad que las que no trabajan. Pero entre varones ocurre a la inversa: el hombre que trabaja se autoevalúa mejor como padre que el que no trabaja”, reveló en el marco del encuentro “Mujeres líderes” la directora ejecutiva de Voices!, Constanza Cilley.

Las desigualdades en este terreno no tienen nada que ver con motivos biológicos: nacen de muchísimos prejuicios sociales que fueron entretejiéndose en la construcción del género. 

“Son consecuencia de aprendizajes sociales, con lo cual existe la posibilidad de transformarlos”, escribe la economista Candelaria Botto en uno de los artículos que integran el volumen No es amor. Aportes al debate sobre la economía de cuidado. “Es esperable que el presidente de una compañía gane más que su secretaria. La pregunta es por qué sistemáticamente los presidentes de empresas son varones y las secretarias, mujeres”, advierte Botto para introducir el concepto de “techo de cristal”, esa superficie invisible pero resistente que dificulta a las mujeres ascender en sus carreras laborales.

Las mujeres faltan en la cima como sobran en las bases. Para explicar ese fenómeno se utiliza el concepto de ‘pisos pegajosos’ en referencia a las fuerzas que mantienen a gran parte de las trabajadoras atrapadas en los escalones más bajos de la pirámide económica”, agrega Botto. Concluye que esta situación se debe principalmente a la sobrecarga de trabajo doméstico, pero también a lo que se llaman las paredes de cristal, que relegan a las mujeres a ciertos sectores económicos tradicionalmente feminizados como la enfermería, la docencia y el trabajo doméstico.

Aporte a la economía

La economía feminista viene clamando por la necesidad de reconocer, valorizar y redistribuir las tareas de cuidado, una misión que además exige romper con siglos de estereotipos. 

Por lo pronto, Argentina empezará a medir a partir de este año y cada dos la magnitud, distribución y aporte económico del trabajo doméstico y de cuidado, diagnóstico al que se sumará el “mapa federal de cuidados” que el ministerio que comanda Gómez Alcorta ya está creando con apoyo de la Cepal.

La OIT indica que los únicos trabajos que a nivel global estarán creciendo son los de cuidado, tendencia que va de la mano del aumento de la población, el envejecimiento de las sociedades y las familias “cambiantes”. 

Otro dato para remarcar es la contribución que el cuidado hace a la economía: una estimación en base a encuestas de uso del tiempo de 64 países reveló que cada día se dedican 16.400 millones de horas al trabajo no pago, y que si estos servicios se valoraran sobre la base de un salario mínimo representarían el 9 por ciento del PIB mundial. Algo de eso recoge el lema “nosotras movemos el mundo”.

Políticas públicas

Las siguientes acciones pueden formar parte de un programa de política pública que aborde la temática en forma integral y desde el Estado. Proporcionar servicios de cuidado infantil, y también una mayor cobertura de cuidados para adultos mayores y discapacitados. Promover la flexibilidad horaria para conciliar la vida laboral y familiar a la vez que jornadas de trabajo más breves tanto para mujeres como para varones, de modo que no acaben por crearse empleos de primera y segunda categoría. Ofrecer guarderías en los establecimientos productivos. Redefinir los esquemas de licencias por maternidad y paternidad. Pensar incentivos para que los hombres tomen en las tareas de cuidado un rol más activo. 

Carolina Brandariz, directora de Cuidados Integrales del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, afirma a Cash que “nuestra dirección se enmarca en una Secretaría de Economía Popular, y estamos pensando en todas las personas que puedan profesionalizarse en cuestiones de cuidado, campo en el cual existen ya experiencias previas”. 

Enfatiza que el cuidado debe plantearse como un derecho. “Todas las personas necesitan ser cuidadas en algún momento de su vida. Tenemos que resolver eso en comunidad y pensando en garantizar el acceso a ese derecho. Es ahí donde me parece importante apuntar a la profesionalización, porque es una forma de reconocer social y económicamente esas tareas. Luego estará la transformación cultural para que la de los cuidados no se convierta en una carrera de mujeres”. 

Para Brandariz el costo de estas prestaciones debería estar articulado con las obras sociales, de modo que “aunando esfuerzos podamos solventar el salario de un cuidador o cuidadora”. Advierte que de manera desregulada el mercado ya ha hecho su ingreso en el tema a través de aplicaciones que al estilo “Uber de los cuidados” ofrecen estos servicios. “El Estado tiene que regular y elevar la vara del debate, porque no estamos hablando de cualquier prestación. Necesitamos un buen cuidado”, explica.

En un artículo publicado en este suplemento, Virginia Franganillo y Lucía Cirmi (actual directora nacional de Políticas de Cuidados del Ministerio de la Mujer) plantearon una serie de políticas que no solo sirven para paliar las brechas de género, sino también por su potencial para activar la economía, generar empleo y reducir la pobreza.

“Si no se modifica esta relación de explotación en torno al trabajo doméstico y de cuidados tampoco habrá igualdad entre los géneros”, indicó en diálogo con Cash Franganillo, quien recientemente coordinó un documento programático sobre el tema creado desde el Partido Justicialista. Y concluye: “Hay una deuda de la democracia con las tareas de cuidado. Y está todo por hacer”.