Los recientes vaivenes en torno de la reestructuración de la deuda anticipan que la resolución de esta cuestión no será lograda en breve. El proceso de regularización seguramente trascenderá el mandato recién iniciado de Alberto Fernández.

No es esperable un escenario diferente: la Argentina no es un país muy grande como para que la moratoria de su deuda represente una amenaza sustantiva a la generalidad de los fondos de inversión que mantienen los títulos; no tiene la capacidad de daño que puede exhibir un gran banco, “too big to fail”. 

Los gestores de estos fondos no tienen entonces incentivos para apurar un arreglo; por el contrario, pueden adoptar posturas duras, para resguardar su prestigio antes los inversores. Una renegociación concesiva puede ser vista como un comportamiento poco alineado con los intereses de quienes aportaron dinero, cuando no como una administración infiel. Por otro lado, a medida que se prolongue este proceso, es bien posible que los tenedores actuales vayan desprendiéndose de los títulos; ellos caerán una vez más en manos de fondos buitre, cuya propensión a un arreglo negociado es sustancialmente menor. Ésta es la ingrata lección del ilegal embargo de la fragata Libertad.

El reciente comunicado de la misión del FMI en Argentina es seguramente un espaldarazo, sobre todo porque abre la posibilidad de una senda más sostenible para el financiamiento que otorgó el organismo. Pero no debe tomarse como una señal de que los acreedores privados cederán fácilmente. La postura de hoy del FMI no es sustancialmente diferente a la que adoptó tras la crisis de 2001-2002.

No hay dudas que semejante curso es profundamente irracional, por más que los operadores financieros alardeen de racionales. En definitiva –tal como señaló el ministro Martín Guzmán– la deuda fue colocada a tasas de interés elevadas, precisamente porque los gestores de los fondos incorporaron una previsión de default. Corrían un riesgo, y cobraron por ello. No es “racional” entonces que pretendan recibir la totalidad de lo adeudado, porque en tal caso deberían haber prestado a una tasa de interés menor. 

Pero así son las reglas que emergen de las actuales relaciones de poder. El único antídoto para este escenario es tomar deuda en forma moderada, preferiblemente en el mercado local. O sea, la mejor solución para el actual cuadro de endeudamiento externo es evitarlo a toda cosa; pero ya es tarde.

Solo si existiera una solución política se podría pensar en un proceso más breve. Pero esto no ocurrirá: la deuda es un problema propio de la Argentina, y no una cuestión estratégica para los países desarrollados, que son quienes podrían patrocinar este tipo de salida, como fue en su momento el Plan Brady, un plan destinado en última instancia a rescatar a los altamente expuestos bancos estadounidenses.

El país debe prepararse para vivir los próximos años al borde del default, cuando no en default abierto, sin eufemismos. Esto comporta no disponer de financiamiento voluntario externo, excepto el que puedan aportar los organismos multilaterales de crédito (además del FMI, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco de Desarrollo de América Latina).

No es un escenario terminal para un país de ingresos medios-altos como la Argentina; pero sí demanda una gestión que no es una mera administración ordinaria. Se trata de un escenario de emergencia; así debe ser entendido por la sociedad y por los gobiernos.

Estancamiento

Más allá de la coyuntura macroeconómica, se deberán enfrentar también las causas profundas del estancamiento de la Argentina. El PIB per cápita es hoy 10 por ciento menor al de hace una década, por obra en de la restricción externa, profundizada por la gran acumulación de intereses que conllevó el endeudamiento. Si estas causas no son enfrentadas el estancamiento persistirá.

Se requiere entonces –más allá de lo que se logre de quita de intereses– asegurar el superávit comercial, en una trayectoria de crecimiento sostenible en términos fiscales y externos. Esto puede lograrse encarando una vía de crecimiento que combine la explotación de recursos primarios con la profundización industrial. 

Al contrario de lo que se suele argumentar –sobre todo por parte de los voceros del establishment– el crecimiento no tendrá como requisito previo la renegociación de la deuda: tiene que lograrse al margen de este proceso, mediante una suerte de paraguas. Algo así, en definitiva, fue lo que rigió entre 2005 y 2010, cuando el país creció con cerca del 30 por ciento de la deuda no renegociada; y esto es atribuible no solo a precios internacionales particularmente favorables (aunque los hubo).

Programa

Ahora bien, la experiencia ha sido clara: no puede esperarse capacidad de generar un programa de esta naturaleza, por parte de las dirigencias tanto empresarias como sindicales, como así tampoco generosidad para enfrentar la crítica situación actual. 

Un proyecto que balancee intereses en beneficio del conjunto solo puede originarse en la esfera estatal, y por lo tanto en el ámbito de la política. Por regla virtualmente general, los procesos exitosos de crecimiento en el mundo han sido conducidos desde los estados, los únicos agentes con capacidad de actuar sobre la base de una noción de interés colectivo. China y Corea son claros ejemplos donde las dirigencias privadas fueron formadas desde el Estado. La Argentina no es una excepción.

Se requiere entonces una construcción política sólida y un liderazgo claro, con capacidad de formular un proyecto y de movilizar en su apoyo. Y éste es un tema pendiente. El actual gobierno nacional se ha originado en una suerte de coalición ganadora, poco homogénea. El internismo ha asomado. Así lo indican discusiones abiertas dentro del equipo gobernante; también, las dilaciones en la cobertura de cargos políticos, cuando la perspectiva de una victoria era clara luego de las elecciones primarias. 

Y hay que subrayar algo no siempre presente en los análisis: varios de los actores y grupos que integran la coalición gobernante pueden soportar un eventual derrumbe sin verse erosionados. Ésta es la lección que dejó la crisis de 2001-2002: la consigna “que se vayan todos” no afectó a dirigencias gremiales, patronales empresarias e incluso a la mayor parte de las gobernaciones provinciales, pese a que todos ellos se habían comprometido con la Convertibilidad.

Oportunidad

La emergencia debe ser entonces entendida como la oportunidad que brinda la coyuntura para afirmar este necesario liderazgo. La noción de estado de emergencia podrá ser un instrumento central para neutralizar conflictos y evitar los daños. El argumento: de nada vale ganar espacios en un barco que se hunde.

Se dirá que el fracaso macrista es estrepitoso, por lo que no hay una oposición vertebrada. Pero este tipo de razonamiento ha fallado una y otra vez. Nadie duda del fracaso rotundo de la gestión económica de la dictadura, por ejemplo: la actividad económica se estancó y la inflación se mantuvo por arriba del 100 por ciento durante siete años. Sin embargo, el ideario liberal que propugnó -y que aplicó solo parcialmente- subsistió hasta desembocar en el ensayo de la Convertibilidad y sus profundas reformas.

La Convertibilidad también fracasó, como lo hizo la más breve gestión macrista. Pero el 40 por ciento de sufragios que obtuvo el frente de derecha, hoy en la oposición, indica que hay muchos votantes que omiten cualquier análisis de los hechos. A esto se agrega una clara simpatía por posturas represivas o punitivistas; ese porcentaje en parte fue logrado gracias a la doctrina Chocobar, y no a pesar de ella. Este núcleo duro es un capital que vemos todos los días en acción, en los medios, las redes sociales y los discursos de diversos actores; se constituye en un fuerte obstáculo a cualquier proyecto de crecimiento inclusivo.

Construir un liderazgo y una épica en torno de tal proyecto; actuar en pos de atraer a los sectores del bloque opositor más próximos a lo popular. Éstos son los imperativos de la hora. Tornar la emergencia como una oportunidad para la construcción de ese liderazgo.

* Universidad de Buenos Aires-CESPA-IIE-FCE. Agradezco comentarios de mis colegas del CESPA.