Cuatro cuadras después de la entrada, la cara oficial de Santa Clara del Mar se presenta algo destrozada, un poco por las últimas tormentas y otro tanto por decisiones políticas sin ejecutar. Su manzana circular, la famosa “Rotonda del viejo contrabandista”, demorará en revitalizarse, pero parece que al fin ocurrirá, cuando los juegos de diversiones, los puestos ambulantes y la basura de los shows no sean parte de su cotidianidad. Como siempre, para algunos la medida es buena, y para otros el despojo de su sitio habitual. Pero la idea de devolverle el aspecto amable es ya una decisión, y salvo por el restaurante de fachada patrimonial ubicado en el centro, la rotonda pasará lisa y llanamente a ser una plaza verde. Es una de las pocas novedades de un balneario que ha crecido en los últimos años más por su propia naturaleza que por acción del hombre. Y es que su buena ubicación, en medio de pueblos ultrapacíficos de costa como Camet Norte y Atlántida, y la megacity Mar del Plata, la torna una base perfecta de relax para complementar a sus vecinos.
VUELTAS EN LA ROTONDA Desde la bicisenda que la une a Mar del Plata, Santa Clara se ve como una serpiente dormida al costado del océano. Una imagen que se refuerza sobre todo al amanecer, cuando el sol apenas aparece tiñe el lomo del mar y nadie anda por sus playas cortas y doradas. Algún que otro pescador en las escolleras, pero nada mas. Tampoco se ven muchos turistas en el ingreso, acaso por el fin de la temporada, y por la idea de descentralizar las fiestas allí y llevarlas a la plaza central, tras las exitosas pruebas piloto realizadas con Airbag y Los Pericos, donde más de 80 mil personas vibraron sin generar problemas. El cambio evitó ruido, basura y cierto descontrol, dicen, pero la plaza central aún no cuenta siquiera con infraestructura ni servicios, lo que de algún modo desconcierta. Asimismo, la conclusión de la nueva terminal de ómnibus, ubicada a dos cuadras del arco de entrada (antes paraban también en medio de la rotonda), es otra de las novedades con algo de sinsabor, ya que si bien aporta un cómodo espacio para llegadas y partidas, todavía no hay venta de pasajes ni confitería, y es una suerte encontrar taxi, por lo que el desfile de valijas de a pie hacia las calles centrales es un show en sí mismo. Otro tema espinoso es el de la arena, con varias denuncias elevadas a la Defensora del Pueblo en La Plata por el robo de arena para fines comerciales. Pero no son todas pálidas. La obra de “los chinos”, como le llaman aquí al complejo con supermercado y 30 locales, está aportando prestaciones necesarias a las cercanías de la playa, que luce bastante llena para la fecha. “La playa sigue bien, y no hubo conflictos ni con la gente ni con los guardavidas, que cada año presentaban quejas. Y en la salita de primeros auxilios hicieron un dispensario más. Yo creo que esas son las dos buenas nuevas del lugar”, dice Osvaldo Rodríguez, un inmobiliario local.
UNA VISIÓN Y UN PRESENTE Los Tipitos, Hilda Lizarazu y Los Rancheros realzaron la decimosexta Fiesta de la Cerveza Artesanal, que por primera vez obtuvo el título de “nacional”. Esa fiesta es apenas uno de los subproductos derivados de la visión turístico-comercial del viejo Juan María Orenzans, que allá por los años 80 tuvo una idea genial. Cuentan los locales que el hijo del fundador de la ciudad viajó entonces hasta Seattle, Estados Unidos, y contrató a un técnico para asesorar a la incipiente fábrica de cervezas que Orenzans había iniciado. La producción local, con características únicas en el país por su forma artesanal, comenzó su camino en La Posta del Ángel, una de las instituciones emblemáticas del pueblo que hoy funciona como hospedaje, casa de té y desde luego, cervecería. Pero mucho antes, en los tiempos de Orenzans, un buen día ese viejo casco de estancia recibió a artistas y bohemios con la Cerveza del Ángel, mixtura de tradiciones de Europa del Norte, recetas de colonias estadounidenses y un corte local de malta que determinó un sabor auténticamente santaclarense. Desde entonces, con idas y vueltas y algunas traiciones comerciales de por medio, la producción artesanal es el eje de su celebración anual, y un producto accesible en toda fecha. “Los intelectuales y visitantes asiduos de aquella época enloquecieron con la noticia, y hasta creo que la idea se copió para llevarla a Buenos Aires pero con otro nombre”, cuenta Juancho, que estaciona los autos en la playa de los pescadores, donde el Balcón de los Santos, el viejo refugio de Orenzans (Costanera y Miramar), hoy casa-restaurante-museo, es custodiado por una pareja joven que atesora sus libros, un pequeño escenario para obras teatrales y algunas fotos de ese tiempo de esplendor y cervezas.
A la gran fiesta de fines de febrero se suma el multiespacio Queimada en el barrio Atlántida, el skatepark (Pinamar y Avenida Río de Janeiro), el Museo Municipal De Ciencias Naturales Pachamama (Niza y Bariloche) y el parque Acuasol (kilómetro 385 de la R2). Pero es la pesca de embarcado su otro gran llamador. Solo hay que tener ganas de pescar, levantarse temprano y acercarse a la costanera para contratar algunos de los cinco o seis prestadores que todo el año realizan la actividad. Hernán Soto, de la Escollera I (Costanera y Lastres), es uno de ellos. Ofrece la salida de día completo por $ 800, y la completa con el fileteado de los 40 kilos de pesca promedio que deja la excursión por $ 300 más. Para completar el servicio, brinda también hospedaje, y así uno puede repetir la experiencia en el semirrígido y partir mar adentro en busca de aventuras con tiburones, corvinas de 25 kilos y alguna que otra peligrosa raya. La movida suele hacerse en grupos de cuatro a seis personas, más los guías de pesca, pero si la paga compensa los otros lugares puede proponerse la salida individual. Como toda actividad deportiva y recreativa está abierta a la familia y permite, dependiendo de las mareas y la temperatura de agua, volverse con buenas piezas de corvinas, palometas, brótolas, tutucas y cazones. “Nuestras embarcaciones están equipadas con radios VHF y todos los elementos de seguridad náutica requeridos por Prefectura Naval Argentina. Además, limpiamos y fileteamos lo pescado y lo dejamos en el freezer para que la gente lo retire antes de volver a casa y tenga pescado fresco durante dos meses”, dice Soto, que destaca la importancia del puerto de entrada y salida local, el único entre Mar del Plata y Villa Gesell.
AL MEDIO Inaugurado en 1967 como el primer balneario en kilómetros de arena que contaba con sombrillas, carpas, guardavidas, restaurante, confitería y disco, El Morro supo ser un paraíso de acantilados que convocaba a los marplatenses que visitaban La Posta del Ángel y disfrutaban de la nueva cerveza. Santa Clara ofrecía así un reparo con cierto glamour, y luego nada hasta Villa Gesell. Hoy ha playa cambiado mucho su fisonomía, es muy concurrida aunque sigue siendo buena para juntar caracoles por la mañana entre las paredes marrones de barro duro. En ese sentido, la vecina Camet Norte ha tomado la posta de la tranquilidad y, un poco más allá, La Caleta y Mar de Cobo suman opciones en ese rubro. Separada por el canal de Costa Corvinas, y haciendo alarde de sus casas amplias con ventanales al mar, Camet Norte crece sin pausa pero conserva su aire rural. Sus pocos habitantes, y muchos turistas, encuentran en Santa Clara el centro de operaciones para aprovisionarse, concurrir a un espectáculo o a un buen restaurante, y volver a salvo al silencio de las “casitas de colores”. En sentido contrario, las luces de la bahía de Mar del Plata llaman allá a lo lejos, con todo lo necesario para jóvenes y adultos que quieran sentir el vértigo de una ciudad hiperactiva. Ubicada a 18 kilómetros de Santa Clara, la reina de la costa recibe olas del mar y gente aún en marzo, y sigue siendo la primera ciudad en materia de plazas hoteleras de Argentina, superando a Buenos Aires. La enormidad de servicios gastronómicos y recreativos, desde obras callejeras a espectáculos de cartel, pasando por el casino, bares y boliches repletos, eventos deportivos y la atracción de su complejo portuario, siguen ofreciéndola como una gran metrópoli costera de fuste internacional, y una aliada perfecta de la cambiante Santa Clara.