Provincia de Chaco. Ciudad de Resistencia. Siglo XXI: a Esteban, en un ómnibus urbano, un grupo de evangélicos lo rodearon y le oraron en voz alta. Le pidieron al dios del bien que acabara con lo maligno, con la sangre del mal. A Darío, que es profesor de secundaria, una estudiante de su clase lo filmó en una fiesta e hizo circular la grabación de su profesor dragueadx. Para Darío ser marika en Resistencia es un deporte de riego y para Mauricio es necesario volver a poner el cuerpo en la lucha.
A Franco Ruiz lo atacaron entre 15 adolescentes varones a la salida de una fiesta de quince años. Lo provocaron, le tiraron piedras y trozos de baldosas. A dos cuadras de la plaza principal de Resistencia, en Chaco, le pegaron con rabia mientras le gritaban que lo iban a matar por puto de mierda.
Las cotidianeidades de las vidas disidentes en el norte argentino están narradas a partir del odio que han depositado en sus cuerpos. Lucas, David, Esteban, Mauricio y Darío son marikas que viven en la ciudad de Resistencia, conviven a diario con la acusación y el rencor que les tienen por haber roto con la complicidad del orden. Para ellxs, ser marikas visibles en Resistencia conlleva sus consecuencias. Junto con Franco Ruiz coinciden en algo: la salida es colectiva.
El año pasado, la organización La Cuis junto con Turba Colectivo de Hábitat realizaron un mapeo con el propósito de visibilizar lugares hostiles a la comunidad LGBTTIQ del Gran Resistencia. Una primera conclusión del trabajo final subraya que el centro de la capital, la plaza central y sus cuatro avenidas, es un lugar totalmente hostil para la comunidad. La moral sexual represiva es ese lenguaje cotidiano que se reproduce como un idioma, que se enseña sin diccionarios y que aún se pronuncia con impunidad.
TENSION Y RESISTENCIA
La madrugada del domingo 1° de marzo un equipo de varones intentó matar a Franco en una clave que se viene repitiendo desde el verano. Se intentó calar en su cuerpo al sello de este tiempo: la aniquilación, en tiempos de amenazas estructurales, de las singularidades que vienen a desestabilizar alguna norma. Nuestras sociedades, con sus políticas y sus realidades, siguen militando por el sostenimiento histórico y la multiplicación sistemática de la violencia que nos quita la vida en los microcentros de las capitales.
En Resistencia se convive con una tensión: la irrupción incipiente de las disidencias sexuales en las calles, en paralelo a la potenciación de la derecha fascista, habilitada por el macrismo. Este cruce de época explota en una ciudad que tiene casi trescientos mil habitantes, y se esparce por todos lados, por todos los rincones que no se salvan del rigor heterocisexista: en las plazas, en cualquier esquina de cualquier barrio, en las aulas de las escuelas, en la sección de comentarios de la versión online del diario local, en las fiestas de quince.
Como en cualquier recoveco del planeta, en el Gran Resistencia está operando una consola moralizante con el propósito de modelar los deseos, y ahí va: estigmatizando los placeres corridos de lo normal, rompiendo baldosas y queriendo acabar con ellos. Pero hay que decirlo, de a poco un movimiento sexual le va disputando sentidos y construyendo nuevas formas de vinculación social. Porque si el pacto histórico es reprimir las existencias desobedientes, la respuesta será la lucha por la libertad total de los cuerpos, los deseos y los placeres.