Cuenta Pablo Antonio Cuadra, poeta de la vanguardia nicaragüense, que en la historia de su país existieron un cacique, Nicarao, que ante los españoles, dialogó, mientras que otro, Diriangén, los enfrentó para echarlos. “De las dos fuentes nace un pueblo. A este pueblo se le conoce universalmente por dos figuras: Rubén Darío y Augusto César Sandino. De ahí que algunos digan que el nicaragüense es un poco poeta y un poco guerrillero. Es un decir, que en el caso de Ernesto Cardenal cobra nueva fortuna. Se trata de un monje. Un monje absolutamente sorpresivo y peculiar: revolucionario y poeta” dice Cuadra en el prólogo a la Antología que realizara de Ernesto Cardenal publicada en 1972. Pariente, amigo y compañero de Cardenal, Cuadra lo recuerda “pequeñito, con un rostro de pájaro distraído, agudo e inquieto, sentado en una butaca, los pies sin tocar el suelo, leyendo totalmente abstraído del mundo, versos y versos sin parar”.
Había nacido en 1925 en Granada (Nicaragua) pero vivió unos años en León, la ciudad de la infancia de Rubén Darío, en cuya basílica está enterrado. Bajo tal atmósfera empieza a escribir. Otro poeta nicaragüense, también de la vanguardia, en una carta dirigida al editor español de El estrecho dudoso –el poemario de Cardenal que protagonizan los conquistadores y en particular Pedrarias Dávila- recuerda lo escrito por Cardenal en su prólogo a Poemas de un joven, de otro vanguardista, Joaquín Pasos: “Una vez me decía José Coronel que el nicaragüense no se siente nicaragüense si no ha viajado, y que la patria de los nicaragüeses es el extranjero”.
En tal contrapunto, Cardenal no olvida su patria, pero sí abreva en lo que la poesía de otras latitudes le sirvió para su escritura. Salió de su tierra para estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de México entre 1942 y 1946 y siguió en la Universidad de Columbia en Nueva York. En Estados Unidos es donde se le revela la poesía de ese país, en particular la de Ezra Pound. Fue entonces que se afianzó su poética. Según Cuadra “de soñador nocturno, Ernesto pasó a ser un nombrador diurno, exteriorista, diáfano y -con frecuencia- épico”. Precisamente el exteriorismo es para Cardenal el modo de hacer poesía (“no propaganda política sino poesía política”), la definición de su poética y también el criterio con que realiza una antología de la poesía nicaragüense, donde anota: “El exteriorismo es la poesía objetiva: narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de la vida real y con cosas concretas, con nombres propios y detalles precisos y datos exactos y cifras y hechos y dichos. En fin, es la poesía impura”. Esto último recuerda a Pablo Neruda, cuando se pronunciaba contra la “poesía pura”. Tanto en El estrecho dudoso con en Homenaje indios americanos hay una referencia común con el chileno -de cuyo Premio Nobel se entera Cardenal cuando estaba en Chile visitando a Salvador Allende- y su Canto General respecto de los conquistadores y del Cuzco. En “Economía de Tahuantinsuyu”, Cardenal lo hace explícito: “El heredero del trono/ sucedía a su padre en el trono/ MAS NO EN LOS BIENES// ¿Un comunismo agrario?/ Un comunismo agrario/ ´EL IMPERIO SOCIALISTA DE LOS INCAS´/ Neruda: no hubo libertad/ sino seguridad social”. Soterrada polémica no sólo ideológica sino respecto de cómo escribir la historia americana.
Cardenal piensa el exteriorismo –contra el interiorismo “poesía subjetivista, hecha sólo con palabras abstractas o simbólicas”- como la única poesía que puede expresar la realidad latinoamericana, y llegar al pueblo y ser revolucionaria”. Decía esto en 1972, dos años después de haber estado en La Habana como jurado de Casa de las Américas, experiencia que hizo cambiar sus ideas respecto del socialismo. Si bien siempre fue opositor a la estirpe dictatorial de los Somoza, al punto que participó en la Revolución de Abril de 1954 para derrocar a Somoza padre, no tenía una postura de izquierda. Su “primera conversión”, como él la llamó, fue la religiosa. Ya tenía un hermano jesuita y partidario de la Teología de la Liberación y no le era extraño el llamado religioso. Entró en la abadía trapense Nuestra Señora de Gethsemaní, en Kentucky, Estados Unidos. La regla trapense incluía la prohibición de escribir, salvo notas, como le indicó su maestro de novicios, el sacerdote y escritor norteamericano Thomas Merton, quien en 1966 prologó Vida en el amor en la que se aunaban poesía, acción y devoción. Allí dice Merton: “Ahora ha sido ordenado sacerdote y ha fundado una comunidad contemplativa” ; se refiere a que en 1965 se convirtió en cura y que fundó la comunidad cristiana de pescadores y artistas primitivistas en una de las islas del archipiélago de Solentiname, de donde surgió El evangelio en Solentiname. Habló Cardenal de una “segunda conversión”, después de su estancia en Cuba y sus conversaciones con el poeta cubano y católico Cintio Vitier. De católico a católico le preguntó qué posición tomar frente a una revolución que se proclamaba marxista y atea, de lo que resultó que Cardenal hablara de Cuba como “el evangelio puesto en práctica”. (Su adhesión al Frente Sandinista de Liberación le valió la condena del Papa Wojtyła que lo privó de su ejercicio sacerdotal, cosa que remedió Francisco al restituírselo). Por el año 1972 circuló profusamente su libro titulado En Cuba, para muchos, primera noticia de este poeta que ya desde 1957 venía publicando Hora 0, Gethsemani Ky (1960), Epigramas (1961); Salmos (1964), Oración por Marilyn Monroe y otros poemas (1965) o El estrecho dudoso (1966).
Cardenal se apoya en una vastísima tradición que se combina en sus poemas para quedar presentificadas y vinculadas en un muy presente hecho de fulguraciones y memorias que intentan abarcar no sólo la historia sino que se proyectan a un Cantico Cósmico. Así como en los epigramas se apropia de una forma poética de la poesía occidental (tradujo a poetas latinos), en Cántico Cósmico, de 1989, titula a los poemas “Cantigas”, género típico de la poesía medieval gallegoportuguesa . Pero las cantigas de Cántico Cósmico no respetan ni los temas adjudicados a éstas ni la métrica sino que son composiciones en verso libre que se proyectan a las indagaciones de la ciencia sobre el Universo entre cuyos pliegues se manifestaría la voz de Dios. Ciencia y religión se acercan vía el jesuita, Pierre Theilard de Chardin, que, según Cardenal, sostiene que “todo el universo es obra de la evolución y entonces los que creemos en Dios como creador creemos que Dios es el creador de la evolución, del universo por medio de la evolución”. En la poesía de Cardenal esto significa continuar su designio escriturario: la coexistencia témporo espacial le permite escribir, por ejemplo el “Salmo 150”: “Alabad al Señor en el cosmos/ Su santuario/ de un radio de 100.000 millones de años luz/… alabadle por los átomos/ y los vacíos inter-atómicos/… alabadle con blues y jazz/ y con orquestas sinfónicas/ con los espirituales de los negros”. Porque “todo es el mismo ritmo, todo es un canto coral que canta todo el cosmos”.