Se ha ido gestando a través de los años algo que he bautizado macartismo bueno. Está ejercido por nosotros mismos, nuestros socios y compañeros de luchas cotidianas. Y el objetivo somos también nosotros, socios y compañeros. Los ateos macartean a los creyentes y los creyentes a los ateos, los peronistas de Perón a los de Néstor, los menos zurdos a los más. Los pro-vida a los defensores del aborto libre y los defensores del idioma inclusivo a los que les parece una tontería. O al revés, es lo mismo. Y todo bajo un aura de superioridad moral, de bondad, de verdadero, de justo, en oposición al otro, al macartismo verdadero, al malo.
Quizá sea una respuesta al cansancio de haber sido macarteados históricamente por hippies, negros, progres, zurdos, vagos, planeros, peronchos, sindicalistas, arribistas, muertos de hambre, etc. Pero si fuera una venganza, o ganas de sacarse la bronca, lo entendería, porque la venganza es pasional. El macartismo bueno es más complicado de entender. Es hacer lo que te hicieron pero con fundamentos opuestos, como si eso garantizara algo. Y no me estoy refiriendo a tener diferencias de gustos con alguien. Eso es sano, lógico y constructivo. Me refiero a acusar, insultar, castigar, juzgar, estigmatizar y desacreditar al otro, al vecino, amigo, primo, hermano, simplemente porque no defiende lo que defendemos.
No me hago el superado, vea. Pero si uno tiene razones para creer una cosa (sobre lo que sea, desde al aborto hasta afinidades de fútbol), el que piensa lo contrario tendrá también sus motivos, muchas veces avalado por libros y pensadores importantes, o por una tradición. No todos lo hacen de ultramontanos y obtusos. Creen en lo que creen, simplemente.
Es cierto que el macartismo “malo” es más feroz: si puede te mete en cana o te mata. Mientras que el de “los buenos” no parece tener ese fin ni el poder para hacerlo. Por suerte. Pero no hay que descuidarse, porque el macartista bueno se puede volver un represor bueno, el que lo hace en nombre de las buenas causas. ¿O esto ya pasó y yo lo olvidé? Represor bueno sería, por ejemplo, que algún estado progresista o de izquierda o revolucionario cierre una revista o mande artistas al exilio (o a Siberia) en nombre de una buena causa, de esas que uno defiende desde siempre. Pero seguramente esto nunca pasó y yo estoy equivocado, ¿no?
Y esto no se ejerce sólo en nombre de gobiernos, procesos y estados. Diría que se ejerce más a nivel individual. Macarteamos al otro por abortista, por antiabortista, por gorila, facho, trosko, todo a la ligera, apurados, como si no importara. Personas que marchan codo a codo en defensa del gobierno nacional y popular, se macartean entre sí cuando el tema es el aborto. Hay más. Impresiona ver con qué facilidad te macartean con la palabra machista. Basta criticar el rol profesional de una mujer para ser atacado. Y a veces no hay ni siquiera que opinar. En mi presencia, una importante dirigente nuestra macarteó a un compañero de trayectoria impecable por ser parte del “patriarcado en retirada”. ¿Por qué?
Ya ni el humor sirve para esquivar esta nueva moralidad. El otro día compartí un chiste de un tierno elefantito y me tildaron de machista. Puse en una nota la palabra puto en modo insulto de barrio y alguien me recordó que “estigmatiza los nuevos paradigmas sexuales… bla, bla, bla”. Dije que no me gustaba el trabajo de una periodista y me pidieron explicaciones. ¡Explicaciones! El macartista bueno se cree con derecho a pedirte explicaciones en nombre de una causa que considera pura, angelical. Supongo que las buenas intenciones son una mala consejera, justamente porque se esgrimen en nombre de la bondad.
Y sin darnos cuenta, caemos en el mismo juego que sufrimos cuando nos negaban un trabajo por tener el pelo largo o estar afiliado al PC.
¿Maltratamos al que está cerca ideológicamente –por muchas diferencias que haya, se entiende– por la imposibilidad de acercarnos al verdadero mal? Se han reemplazado las luchas por los derechos civiles e individuales por rencillas entre pares por cuestiones de sintaxis, de gustos, de matices y de modas. ¿Qué tan lejos estamos de borrar la cara de alguien en una foto histórica, como Stalin hizo con Trotsky, si hay gente que opina que Lolita debía leerse congreso mediante y no según el libre albedrío de cada uno? No bromeo: hay libros que son retirados de las bibliotecas para defendernos del peligro de leerlos y volvernos malos y violadores.
¿Qué tan lejos estamos de que alguien sugiera (u ordene) borrar del corpus colectivo las películas de Woody Allen o Polanski (y no hace falta que me digan que Polanski debe ir preso), si hay gente reescribiendo la historia para decirnos que tal película ya no debe entenderse como queremos sino de la forma que los nuevos paradigmas exigen?
Y mientras nos castigamos por motivos a veces muy difíciles de identificar, el enemigo sigue su camino hacia la victoria. Parte de esa victoria es que han desaparecido de nuestra mira (y de nuestro vocabulario), conceptos como multinacionales, oligopolios, bancos, FMI, capitalismo, lucha de clases, hambre, exilio, distribución de la riqueza, etc.
Incluso habría que revisar el concepto “gorila”, que define sin definir y sin posibilidad de réplica del macarteado de turno. Muchos de esos “gorilas” están con nosotros y además los necesitamos. Y no se crean que yo soy de esos que andan predicando que el amor vence y esas tonterías de almanaque. Me encantaría vengarme de los que nos sacaron las cosas una y diez veces. Pero este macartismo bueno se ejerce entre nosotros, o sea que no sirve ni para vengarse.
Si una de las definiciones de macartismo es “conjunto de acciones emprendidas contra un grupo de personas por sus ideas políticas y sociales”, ¿en qué se diferencia el malo del bueno? Hay que callar a ese censor, don/ña. Eso me incluye. Y además, ¿habiendo tantos hijos de puta en la tierra, usted me viene censurar a mí o yo a usted?