Después de leer, de devorar páginas como una bestia salvaje, o de mirar películas donde abundan secretos que se expanden a través de los muros, me voy hacia allá, por la calle de la Trovadora que, al igual que mi sótano, se va llenando de té. Mientras camino, trato de reparar un gran error, de salvar de la inundación cualquier cosa que flota, de alcanzar botes salvavidas para todo el árbol genealógico. Sigo adelante con el té verde hasta las rodillas. No estoy segura de que la dirección que llevo sea la correcta pero, a medida que avanzo, compruebo que Machado tiene razón: hago camino al andar.
Pasos y pensamientos se acompasan. Leonor Manso no sabe que es mi tía Nélida. Debería actuar más seguido en televisión así podría verla desde lejos y podría escuchar cómo les araña el cerebro a esos personajes sosos que le ponen en frente. A falta de Leonor Manso, Judi Dench fue mi tía Nélida, ayer, a la hora del café. Las mujeres fuertes se devoran a las mujeres débiles. Pero también los hombres fuertes se devoran a los hombres débiles. La debilidad es un preciado alimento multigénero. En los canales de cocina hacen ensaladas de debilidad. En los supermercados hay góndolas llenas de debilidad. En las iglesias se comulga debilidad. En las escuelas la materia más importante es la debilidad. Gracias al consumo sistemático de debilidad los fuertes depuran la especie humana.
Ahora que lo pienso, me doy cuenta de que he perdido el gusto por caminar para irme, en realidad lo hago por el placer de regresar. Las inundaciones de té son como los secretos, traspasan los muros. Basta que sirvas una taza de té o que le confíes un secreto a alguien para que se expanda toda su energía verdinegra y tibia por los lugares más inhóspitos del mundo. Recuerdo cuando mi hermano se subía siempre al colectivo para que yo lo viera después de muerto. Incluso antes de que el té comenzara a subir desde el sótano, o inundara las calles por las que camino para que regresar a casa sea una urgencia. Hace años que mi hermano dejó de aparecer, pero, en cambio, su nombre está en mi boca constantemente.
Con todo, la risa de la Calle de la Trovadora se posiciona a 75° latitud norte y se sube a la barca de ceibos sin remos, porque también la barca hace su travesía al navegar, así como todos los fuegos el fuego y todos los rostros de la tía Nélida aparecen en cuerpos de otras mujeres, dentro y fuera de los muros, sean éstos del material que sean. Hay una cantidad siempre creciente de tías Nélidas, no colegiadas, todas y cada una de ellas unidas y hermanadas en su involuntariedad reencarnada. Para qué, me pregunto, ya que todas son actrices y no saben que la tía Nélida nunca actuó, que no va por ahí su viaje kármico. Pero eso hacen ellas: re-presentar.
Me pregunto si el karma también guarda para sí un margen de error, si tiene la humildad suficiente como para dejarle un mínimo espacio al fracaso de su misión, porque claramente lo que ocurre con Leonor Manso siempre, y con Judi Dench, en algunos personajes, es un flagrante error del karma. La tía Nélida no va a poder transmutar mientras ellas sigan personificándola al pie de la letra. Y yo conseguiré beberme todo el té del sótano, salvaré de la inundación las fotografías de la infancia, podré quitarme de la boca el nombre de mi hermano, pero la tía Nélida seguirá de rotation por los sets de filmaciones sin salirse de sí misma. Es un problema de lógica que no puedo resolver, como tampoco puedo resolver el tema de la fortaleza y la debilidad. Esa maquinaria kármica de la causa y el efecto. ¿Al que quiere celeste que le cueste? Tan fuerte la tía Nélida que se pegó un tiro en la sien. Sin embargo, su hermana débil hace años que lleva en brazos un hijo muerto y todavía tiene el poder de sonreír. Hierve el té en el sótano como una caldera mística. Suben los vapores antioxidantes.
A veces, con negar que el sótano está inundado, me alcanza para mirar a la tía Nélida en la televisión, pero otras veces bajo para nadarlo como perrito y aceptarlo, para que en mi próxima vida el té verde me inunde de manera perfeccionada, con nuevos elementos cada vez más coherentes, cada vez más eficaces en la desmaquinización de la máquina de hacer té de karma. En un futuro, voy a colgar la máquina a una altura considerable, para evitar el manoseo y el excesivo consumo. El té de karma es un arma de doble filo. Como el lenguaje. Mucho manoseo, mucho consumo los va vaciando de significado. El té de karma es un menjunje de pesadilla, de ensayo y error, error, error, ensayo, pesadilla, más allá, abajo, arriba, todo es té verde. El agua de los floreros, las lágrimas de cocodrilo, las tormentas de verano, los ríos de engaños, los mares de esperanza. El té verde hace un liquen gigante que cambia de colores y entonces debemos crear los bichos bolitas de la transmutación para limpiar el arsénico, el cadmio, el plomo, todo material pesado del suelo donde alguien plantó la primera semilla de la palabra mujer.