Parece que tener amigos da felicidad, pero lo que da chapa es tener enemigos. De ahí la frase: "La grandeza de un hombre se mide por la talla de sus enemigos". Podría haberla dicho Napoleón, que invadió media Europa y Africa porque pelearse con un país le parecía una mariconada. O Mao, que guerreó contra media China, que es mucha, pero mucha gente (o chinos, que es casi lo mismo); chinos que cumplieron el apotegma de Perón; parecían gatos peleándose pero en realidad se estaban reproduciendo. Cuando empezaron a pelear eran un millón, y vea hoy.
Un buen enemigo dignifica. "Maté a Juan Moreira por la espalda" no es tan chic como "Me batí a duelo con el conde de Londsbury". ¿Se puede vivir sin enemigo? Se puede, todos conocemos gente que no tiene enemigos. O que cree no tenerlos. Pero ciertos rasgos de la personalidad se definen ante un buen enemigo. ¿Qué sería el Chavo sin Quico, Superman sin Lex Luthor, Sherlock sin Moriarty? ¿Cuál hubiera sido el derrotero del capitalismo sin el comunismo? ¿Que sería el radicalismo sin el peronismo? Un club de bochas, con suerte.
Las clases dirigentes saben que a los seguidores hay que darle un enemigo. El kirchnerismo intentó, y lo logró en parte, hacerle entender a su gente que el enemigo era el poder comunicacional y económico; algo inédito, excepto en procesos revolucionarios. Llámelo estrategia o avivada, pero sucedió. Ahora que la balanza del poder se ha invertido, el poder pone, no tanto al peronismo como enemigo, sino al pueblo raso representado en el negro, el laburante, el maestro, el boliviano.
Si el poder no hubiera logrado poner al pobre en el lugar del enemigo (por vago, ladrón y choriplanero), quizá hubiéramos llegado a desconfiar de los oligarcas, de tanto verlos reírse y andar en autos fosforescentes. Pero no, nos hicieron entender que el enemigo es el pibe que te lava el vidrio del auto. Poco les importó que Nietzsche sugiriera estar orgulloso del enemigo, al que se podía odiar, no despreciar. El desprecio es poca cosa para un enemigo de peso: un gesto de la boca, un giro de cabeza. Saber apreciar la catadura del enemigo es de grandes. Recuerde la frase de Rosas cuando leyó Facundo: "...así es cómo se ataca; ya verá usted cómo nadie me defiende tan bien...".
Así habría dos enemigos posibles: el inevitable (un ejército que te invade), y el necesario, el que se elige para sentirse parte de una épica, de una lucha de la que de otra forma quedaríamos afuera. Por eso la gente común necesita tener enemigos. Para sentirse parte de la historia. El desprecio de la clase media por el negro, el cabeza, el boliviano (para ellos es lo mismo) es entrar en un marco ideológico sobre el que no sabrían teorizar. El enemigo común los hace ser parte de una cultura sin necesidad de abordar esa cultura.
Vea al capitalismo. Al desaparecer el comunismo tuvieron que buscarse otro enemigo. Primero fue el peligro árabe, demasiado enigmático y no tan peligroso. Ahora tiene un enemigo algo volátil pero de nombre musical: el populismo, que nadie sabe bien lo que es y se lo puede aplicar sin ton ni son. Y está la Iglesia, montada sobre la idea de que el que odia primero (a su enemigo) odia dos veces. Durante siglos tuvieron en la mira al pagano, al ateo, al diferente, al librepensador, al irreverente. Y se cobraron sus vidas de a miles. Sin ese miedo a lo que se sale de la norma, al que vive a su aire, al individuo, ¿qué sería de la Iglesia? Otro club de bochas, algo más grande porque hay un premio: el cielo.
Es que sin enemigos es difícil avanzar. Si no está puertas adentro, hay que ir a buscarlo afuera, y así unificarun país ante el mal común. Suena tonto, pero hasta donde se ve, los norteamericanos creen que un grupo de árabes caminando por el desierto y armados con cuchillos es un peligro para ellos.
Quedarse sin enemigo puede ser peor que quedarse sin amigos. Sin enemigos no hay contra quién demostrar la valentía, la oratoria, el ideario, todas cosas que se pueden no tener, pero en tanto hay un enemigo parece que se lo tuviera. El "que se vayan todos"fue un collage de un presunto enemigo sin tener que diferenciar, sin estar obligado a pensar, a desmenuzar.
Tener un enemigo es tener a quién culpar de lo que hacemos mal. Ideal para crear cortinas de humo. Así, los terratenientes monotributistas culpan a los negros de que el hospital de su pueblo anda a los tumbos. No hay necesidad de análisis: tener un enemigo es evitar tener que pensar en los detalles.
¿Se puede vivir sin enemigos? Sí, pero eso no significa que uno sea considerado el enemigo por alguien: vecino, institución, sistema. Nuestros abuelos vinieron a hacer la América porque en Italia o en España alguien los había elegido como enemigos.
En La filosofía y el barro de la historia, José Pablo Feinmann se pregunta por qué la filosofía europea del siglo XX le da la espalda a Marx y toma a Heidegger, que era nazi, como referente. La respuesta de Feinmann es: para no tener que hablar de lucha de clases. Allí (digo yo) el enemigo es una clase, la que te oprime para los obreros, la que te quiere sacar una parte de lo que acumulaste, para los pitucos.
¿Se puede vivir sin enemigos? Europa lo logró luego de la guerra. El estado de bienestar lo permitía. Vivieron en razonable equilibrio, sin enemigos excepto los que buscaban afuera siguiendo el mandato del patrón EEUU. Pero bastó una crisis para que apareciera la necesidad de un enemigo que mostrara una Europa aglutinada contra "algo": el inmigrante, el refugiado, el otro. Y sin necesidad de leerlo, se sumaron a toda una biblioteca al hacer propia la frase de Sartre: "El infierno son los otros", aunque dudo que Sartre se refiriera al árabe que vendía falafel en la esquina.
Quizá el error de la revolución socialista fue expulsar, o eliminar, al garca, al rico. Así, la clase obrera se quedó sin enemigo a la vista, y terminó viéndolo en el proceso revolucionario, en sus burócratas. El capitalismo norteamericano, sirvió por un tiempo para aglutinar, pero era un enemigo fashion, de grandes tetas, joyas y lentejuelas. De odiarlo a desearlo hubo un paso.
Tendrían que haber dejado un rico, uno solo, como en una vitrina, para que los obreros pasaran los domingos ante su casa, lo vieran como lo que era, el que acumulaba y se quedaba con lo de todos. Podían haber jugado a escupirlo. Y quizá hubieran podido mantener el espíritu de gesta revolucionaria. Aunque quién sabe si el rico no se hubiera fortalecido con tanto odio, y se hubiera vuelto un virus de los que resisten cualquier antibiótico y hubiera acabado (o contaminado) a sus enemigos. Así como la realidad se puede pasar por el tamiz de la palabra "grieta", o verla a través del prisma de la palabra "colonia", o "política", etc., también se puede entender desde el sentido de la palabra "enemigo". El gobierno tiene como enemigo al pobre y al que no se arrodilla ante sus deseos o no cree sus delirios. Los popes de la CGT se quedan solos porque no quieren declarar enemigo al gobierno como sí lo hacen sus bases. Las mujeres marchan ante el machismo como enemigo, hartas de haber sido vistas como enemigas por el machismo, y por ciertos hombres, por siglos. Un amigo de ayer puede ser enemigo hoy y volver a ser amigo mañana, como Baradel para este gobierno, ayer querido (mientras le hacía paros al kirchnerismo), hoy enemigo.
Así podríamos estar un largo rato. Como todos, yo también tengo enemigos. Debe ser el mismo que tiene usted. Para estar a la altura de la frase que le atribuí a Napoleón, a Mao, y a las palabras de Nietzsche, es un enemigo del carajo. Casi invencible, como nos merecemos. Nunca duerme ni se distrae. No es una persona. No le deseo la muerte; no puede morir. Y si muere uno de sus alfiles lo vuelven ícono. Me encantaría poder darle una patada en el culo, pero me la devolvería con todo el peso de su poder. No queda otra que vigilarlo de cerca y estar alerta para ver cuando flaquea y muestra su flanco débil. Que lo tiene. De no ser así, la historia estaría detenida en la revolución industrial, y eso no sucedió.