Un lugar de encuentro. Eso es Utopía Records. La cueva que está en calle Maipú al 700, a metros de la peatonal. Un reducto amplio, cómodo, donde los discos tienen el espacio mayor. En ellos está la razón de ser de quienes lo habitan. Por estos días cumple 42 años de actividad. Así que aun cuando sean más de las 20, alguien golpea la puerta y exclama un “¡feliz cumpleaños!” entre abrazos. Basta ver en las redes cómo se acumulan los saludos. Entre Alberto Arce y su hijo Diego lo que se conformó es una escudería de amor por la música. Y el clima que se percibe en lugares así, se sabe, no es igual al de ningún otro.
“Si bien soy contador público, siempre estuve ligado a la música. Toqué en conjuntos, con Oscar Moro, soy amigo de barra con Litto (Nebbia), Ciro Fogliatta. Nos juntábamos en el bar Manhattan todas las tardes. Eso sí, como músico ¡que me perdone la justicia! Llegado el momento, me dije: ¿por qué no poner una disquería? La idea era que fuese especializada en rock, que es lo que a mí y a la barra nos gustaba. Arrancamos así, junto a un amigo con Record Shop. Eso duró un año y pico, y luego vino Utopía. Cada uno se quedó con una disquería”, rememora Alberto Arce mientras se remonta al año 1978.
"De toda esta competencia digital, también nos salvó la especialización y el trato con el cliente" Alberto
Lo que agrega es fundamental: “Siempre tuvimos el tipo de música que nos gustaba. Esa fue la idea y eso es lo que nos salvó. Como cuando hubo que competir con los grandes monstruos como Musimundo. Lo teníamos a menos de media cuadra (cuando Utopía estaba en calle Córdoba). Pero la gente se acostumbró a un trato distinto, a que sabíamos lo que vendíamos, cuando en esos lugares les daba lo mismo vender discos o ropa”.
--El cariño por la música es algo que difícilmente provea Internet.
Alberto: --Nuestra clientela es la del tipo fanático y coleccionista. ¡Y no le vengas con que si le gusta algo se lo baje de Internet! Si es así, se compra el disco. Esa es la gran diferencia. De toda esta competencia digital, también nos salvó la especialización y el trato con el cliente. Cuando se empezó a desarrollar la descarga gratuita, hubo un pequeño tiempo durante el cual se sintió. Pero luego la gente volvió a comprar el disco.
Diego: --A veces cae gente que hace mucho que no compra, que se pasaron un tiempo descargando. Pero se cansan. Nos dicen que quieren volver a comprar, a tener el objeto.
Alberto: --No es lo mismo tener el objeto, el librito, las letras, es otra cosa. Esto de las descargas da también la posibilidad de que la cosa se degenere. Tengo amigos que entraron en la variante de bajarse miles de discos que no escuchan jamás.
Diego: --Pero cuando estás en tu casa tranquilo, ¿qué hacés? Buscás un disco original. Lo agarrás, lo ves.
Alberto: --¿No es mejor tener el disco y escucharlo? Como pasa en (la película) Alta fidelidad. Es ese tipo de cosas.
--Recuerdo cómo John Cusack reordenaba la discoteca en función de sus problemas sentimentales.
Alberto: --¡Y la que hace Jack Black! Cuando alguien le quiere comprar un disco, él dice que no está a la venta. Pero después se lo vende a alguien más, y más barato, porque le chocaba la idea de vendérselo a un tipo que no se lo merecía. No voy a decir que uno lo hace, pero a veces lo pensás (risas).
Diego: --Me ha pasado al revés, yo me pongo contento cuando el disco se lo lleva alguien que realmente lo merece.
"Me pongo contento cuando el disco se lo lleva alguien que realmente lo merece". Diego.
--Ustedes han hecho un trabajo de hormiga para traer ciertos discos.
Alberto: --Lo que me gusta es investigar las cosas raras, que están esperando a ser descubiertas. A veces traemos discos que si el músico se entera de que lo pidieron de Argentina quedaría sorprendido. Eso es lo que nos gusta: investigar, buscar, asesorar. Ahora la gente nos conoce, pero al principio había algo de desconfianza, no podías escuchar los vinilos porque venían cerrados y no había Internet. Pero se fueron acostumbrando. Como es el caso de The Cure, lo traje a Rosario y lo recomendaba cuando no lo conocía nadie.
Diego: --Es lindo cuando descubrís una banda nueva. Él se especializa en los ‘60, yo en grupos más nuevos, pero constantemente estamos estudiando. Eso es lo bueno de la plataforma digital, descubrís bandas a las que antes era imposible. En un tiempo le sacábamos fotocopias a revistas de España.
Alberto: --Yo compraba constantemente libros y enciclopedias para enterarme.
Diego: --Ahora tengo clientes que por WhatsApp me pasan una captura de Spotify. “Pedime éste”, “guardame éste”. Los escucharon y les gustó.
Alberto: --La gente sabe que la idea no es vender un disco más, tienen esa tranquilidad. Lo nuestro no es una movida comercial.
--Tener la disquería como prolongación de ese disfrute, y compartirlo.
Alberto: --Uno vive de esto, pero en ningún momento quise poner un negocio para hacer plata. Nunca fue así. De lo contrario hubiera vendido lo masivo. Algo que resultó ser un arma de doble filo, porque a quienes lo hicieron, las grandes cadenas se los comieron. Pero en ese momento no se sabía. Lo que yo quería era el disfrute de esto, ¿para qué vender lo que no me interesaba?
Diego: --Él dice que de tener que vender algo que no le guste, le cambiaría el nombre a “The Dream is Over” (risas). Hubo un caso, con un viajante de una compañía que no podía creer que no vendiéramos a los Backstreet Boys. Igual nos dejó uno y lo escondimos (risas).
Alberto: --Una vez pusimos un vinilo impresentable para nuestro target, en el centro de la vidriera. Vos veías al tipo que se ponía a mirar y le espiábamos la reacción. ¡Se volvía para atrás! Se preguntaban ¿qué está pasando? Lo dejamos durante una semana a propósito (risas). En aquella época, más que ahora, caían todos los bichos raros. A uno le hicimos escuchar un disco de jazz en 45 RPM. ¡Se lo escuchó entero con los auriculares! “¡Qué bueno esto!”, nos decía. Teníamos a otro que venía con una guitarra criolla, se sentaba en una banqueta con los auriculares y cantaba cualquier cosa, a los gritos. Le bajábamos el volumen de la difusión y quedaba cantando solo. Los que miraban bateas se mataban de la risa.
Diego: --¿Y el que iba vestido según la música que escuchaba?
Alberto: --¡Sí! Cuando escuchaba heavy metal se venía con las tachas. Un día apareció con una gorra tipo Sherlock Holmes y fumando en pipa, porque estaba escuchando folk inglés.
Habrán cambiado los tiempos, pero Utopía permanece y sus habitués suman otras anécdotas. El ambiente es el del cariño por la música porque, como señala Diego, “es nuestra vida”. Y agrega: “los sábados a la mañana viene un grupo, también por la tarde. Tomamos café, hablamos, se parece a un club”. Un lugar donde compartir.