El nuevo documental de Andrea Testa, Niña mamá, parece una clase audiovisual de salud pública pero, en realidad, es una crónica diaria de lo que sucede en los hospitales públicos. Y, claro, en la sociedad. En dos instituciones hospitalarias del conurbano, la directora retrata a adolescentes embarazadas, que recién parieron o que están internadas por complicaciones de abortos inseguros y clandestinos. Atravesadas por la violencia que ejerce la sociedad sobre ellas, muchas viven en contextos de extrema pobreza, con problemas graves de adicciones o víctimas de violencia de género. Sus embarazos son así un elemento que las condiciona aún más a imaginar un presente o un futuro esperanzador. Sus experiencias en primera persona, en diálogo con trabajadoras sociales, dejan entrever el proceso de identificación o no con el nuevo rol que deben ejercer, las tensiones de estas maternidades forzadas y el choque de la realidad con sus deseos. 

La película, que se estrena este domingo a las 18 en el Malba y otras salas del interior del país  se pregunta sobre las posibilidades de decisión en contextos de tanta vulnerabilidad social y de desamparo por parte del Estado. El film . Testa estudió cine en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (Enerc), donde se graduó como realizadora. Escribió y dirigió junto a Francisco Márquez La larga noche de Francisco Sanctis (2016), seleccionada en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes y en el Festival de San Sebastián de hace cuatro años. Testa debutó como solista con el documental Pibe chorro. Niña mamá es su segundo documental sobre un tema espinoso a nivel social. 

¿A través del documental se puede cambiar algo de la realidad o sirve también para visibilizar una problemática que es urgente solucionar? “El cine tiene un poder de intervención en la sociedad muy fuerte”, plantea la directora en la entrevista con PáginaI12. “Ojalá pueda transformar algo. Individualmente, por ahí pensar que pueda transformar las vidas de estas jóvenes niñas es difícil pero sí puede empujar desde este lugar en la batalla simbólica y aportar argumentos para que haya políticas públicas que puedan garantizar derechos que están tan vulnerados. No sé si es directo, pero hay algo de la conmoción social que genera el cine que está bueno que suceda”, agrega la cineasta.

-¿Uno de los objetivos del documental es reflexionar no solamente sobre la necesidad del aborto legal sino también sobre todo lo que afecta a las maternidades en la adolescencia?

-Sí. Primero, lo que se pone en escena son historias de vida de estas niñas adolescentes que están atravesadas por eventos obstétricos. Algunas transitan maternidades, otras están todavía gestando y otras han decidido interrumpir embarazos. Hay algo ahí. Pero la película, además de eso o a partir de eso, trasciende una realidad de clase que nos permite ver otras cosas alrededor de estas posibles maternidades forzadas. La película aporta esa mirada de clase que pone en escena cómo es el tránsito de estas decisiones impuestas, deseadas, quebradas, no planificadas, interrumpidas. También nos muestra toda la violencia que las atraviesa. Desde mi mirada autoral, Niña mamá aporta a la discusión por la necesidad de una ley que nos permita interrumpir voluntariamente embarazos cuando así lo decidamos. Además de eso, complejiza lo que construimos desde un lugar de clase. El film habilita esa escucha desde otro lugar.

-¿Creés que va a salir la ley del aborto legal?

-Yo creo que sí porque hay una presión social muy fuerte. Va a haber un momento de disputa. Ahora, nos quieren sacar la fecha del 8 de marzo desde los sectores más conservadores de las iglesias. Todavía está caliente el debate. Las mujeres y personas diversas estamos llenando de nuevo las calles y vamos a ser más. Si no sale la ley, va a ser una gran desilusión de los que apostamos para esta nueva etapa.

-¿Por qué algunos no entienden que no se trata de un tema religioso sino de un problema de salud pública?

-No lo sé. Si bien yo tengo una postura autoral, la película habilita todas las opiniones que nos fuimos encontrando y cómo cada una de las niñas construye también identidades en lo que dicen con las herramientas que tienen para decir y para elegir en esos contextos tan difíciles. Se puede pensar individualmente y cada cual puede responder esa pregunta. No sé por qué alguien piensa que no es un problema de salud pública. Pero sí entiendo que sobre esas personas operan un montón de estructuras que condicionan la manera de pensar. Es importante hacer ese movimiento, salirnos de nuestro propio pensamiento y poder habilitar la escucha de otros que están sufriendo. No hay que negar una realidad.

-De hecho, el documental respeta las posiciones diferentes a la tuya respecto del aborto.

-Sí, eso marcó. Si bien trabajé mucho en pensar cómo íbamos a filmar esta película junto al equipo, realmente queríamos hacernos cargo del compromiso ético y político que teníamos de llegar a un lugar y ver cómo nos vinculábamos con las chicas. Con la mayoría no podíamos tener una relación previa porque era el pasaje en el hospital. Ellas llegan y por ahí no vuelven. A algunas las pudimos ver dos o tres veces en diferentes etapas, pero era hacer una película desde el amor a ellas, desde la necesidad de verlas protagonistas. En muy pocos planos aparecen sus hijes. Era una decisión no filmar el vínculo entre una niña madre y su bebé. Ibamos a filmar lo que ellas tenían para decir. Cuando una de las chicas dice firmemente: “Yo estoy en contra del aborto”, eso me interpeló, me incomodó. Pero dije: “Si ella aparece en la película, yo no le puedo sacar esta palabra”. En ese ejercicio es que podemos comprender con mayor complejidad esa realidad. No estamos luchando y batallando para obligar a alguien a pensar distinto sino que estamos batallando por ampliar derechos. Esa corriente de pensamiento desde una posición moralizante y desde el “Salvemos las dos vidas”, es muy tendenciosa y es muy violento posicionar al aborto como un asesinato. Realmente, sensibiliza escuchar a estas mujeres que tienen miedo a morir y, sin embargo, siendo conscientes de ese miedo a morir a partir del contexto, deciden exponerse igualmente a abortos clandestinos e inseguros.

-Este documental va en la línea de la campaña nacional “Niñas no madres” que tomó mucha fuerza en 2019 a comienzos del año pasado con los casos de niñas de entre 11 y 13 años que, producto de abusos sexuales, se les obstaculizó el acceso a la interrupción legal de embarazo, ¿no?

-Va en esa línea. Nosotros filmamos en 2018, antes de la campaña, así que el proyecto empezó muchos años antes. Cuando se lanzó la campaña pública “Niñas no madres”, se nos planteó el interrogante de si había que cambiarle o no el título a la película porque adherimos a esa campaña pero, a la vez, estábamos haciendo este documental, donde encontramos niñas y adolescentes madres. Hayan o no hayan deseado sus embarazos, ellas construyen después cierta idea de maternidad sobre eso. Nos parecía que teníamos que ser fieles a lo que filmábamos y también a no negar una realidad: hay niñas madres. Podemos profundizar y analizar también junto a ellas qué pasa en esos recorridos: por qué muchas terminan decidiendo ser madres. Mi pregunta es: ¿cómo se decide en contextos de tanta vulnerabilidad y qué otras decisiones posibles tienen? Si esa es la única decisión en ese tránsito de vida, de construirse como un rol social, ¿hay posibilidad de ejercer otros roles? Además de hablar de los embarazos en la adolescencia, de las interrupciones legales y de las obstaculizaciones y de las maternidades, la película habla del rol social de la mujer. Lo hace en este escenario más trágico. Esta imposición que sufrimos todas por una cuestión de género es una imposición que cada una batallamos de una manera distinta: si queremos o no ser madres, cómo nos construimos en esa maternidad. Por ahí, las mujeres “privilegiadas” tenemos más posibilidades de decidir otras cosas. ¿Qué pasa cuando esas posibilidades se reducen al mínimo? Es una realidad que hay mujeres jóvenes, adolescentes madres, hay niñas forzadas a ser madres. Existen esas niñas. Entonces, el título de la película termina siendo esa incomodidad y esa interpelación. Con Pibe chorro decíamos: “¿Qué estamos haciendo con una sociedad que está produciendo niños que matan?”. Acá, esta sociedad está permitiendo que niñas estén pariendo. ¿Qué otra cosa se les ofrece?

-¿Cómo fue el trabajo para  filmar las charlas con profesionales en los hospitales públicos?

-Primero hicimos toda una investigación de todo el mapa cercano nuestro de la temática. Desde la mirada de la película, fuimos generando un lazo con eso, con los límites y las potencialidades que tenían los equipos de salud específicos de Adolescencia y de Embarazo Adolescente. Una vez que yo iba encontrando el clima de la película, elegimos a qué hospitales efectivamente ir. Hubo toda una etapa administrativa de conseguir los avales institucionales. Explicamos el proyecto. Tuvimos reuniones y conseguimos las autorizaciones. En ningún momento nos guardamos nada. Esta es una película sobre embarazo adolescente. Y los que están en los hospitales saben que el embarazo adolescente tiene diferentes aristas y aparecen también las interrupciones. Esa fue la parte más administrativa. Después estuvo la otra parte que encaramos: cómo generar la confianza de los equipos de profesionales con la película. Lo más importante fue ser muy sinceros de lo que estábamos buscando, de cómo queríamos trabajar. Nosotros elegimos filmar con un lente fijo. Eso no permitía hacer un acercamiento del dispositivo, salvo que nosotros también nos acercáramos con los cuerpos. Había ahí un compromiso ético-político de la película. Todes les que estábamos presentes ahí sabíamos lo que se estaba filmando. Yo no iba a hacer ninguna cámara oculta, no iba a tener un micrófono prendido sin que nadie supiera. Explicitar el dispositivo cinematográfico fue un pacto de confianza, de sinceridad y de ética del documental. Después, había que tener tiempo sin la cámara y encontrar cuáles eran los equipos de profesionales con los cuales nosotros queríamos trabajar. Ahí tomó un protagonismo fuerte todo el Servicio Social de los hospitales en los que filmamos. En las trabajadoras sociales de los dos hospitales encontré compañeras, mujeres fuertes que estaban luchando con los límites institucionales para garantizar los derechos a las chicas. Muchas veces no lo logran. Es muy fuerte lo que sucede en los hospitales públicos. Por más que la mujer esté súper consciente que quiere un método anticonceptivo, a veces no están esos métodos anticonceptivos. Sentía que en el Servicio Social también habilitaban la integralidad de la salud. Primero que hay tiempo en esas entrevistas, hay ganas de acompañar, de conocer, de habilitar la palabra. Humanizan a la persona que tienen del otro lado. Por ahí, en otras prácticas no encontraba eso. Yo decía: “Esto tiene que ser la película”. Y a partir de ahí, se podían ver los límites de esta salud pública.

-¿Fue un trabajo complejo lograr la intimidad de esas charlas manteniendo, a la vez, la distancia necesaria para no resultar intrusiva?

-Fue un ejercicio de acercamiento. Dependía del espacio. Sabíamos que lo más importante de todo era ese evento médico porque en el proceso previo también encontraba mujeres que no hacen su control obstétrico y llegan a los pocos días del parto, o se van antes de que les den el alta, o vienen y después no vuelven. Entonces, había algo de ese único momento que las trabajadoras sociales podían brindarles una información, un dato o resolver algunas de las cuestiones con las que llegan, que era lo más importante. Entonces, yo no quería, por ejemplo, filmar un plano y un contraplano porque eso implicaba cortar esa intervención. El lugar de observación era uno solo. Si decidíamos mover la cámara iba a haber una interrupción. Nosotros nos teníamos que quedar ahí. Desde ese marco, la idea era molestar lo menos posible. O sea, era hacernos presentes, explicar todo y que íbamos a filmar, pero a la vez el molestar lo menos posible nos hizo los primeros días de rodaje pararnos lejos. Veíamos el material y decíamos: “Tenemos que estar más cerca”. Y, de a poco, iban pasando las jornadas y cada vez estábamos más cerquita. Después, había salas que eran un cuadrado muy pequeño y donde entrábamos nos quedábamos y estaba bien ese espacio.

-¿Qué sentiste frente a las chicas que manifiestan un miedo a la muerte por las condiciones de clandestinidad en que se realizan los abortos? Son varias las que lo dicen...

 

-Sentí distancia de clase, y sentí mucho dolor al escucharlas porque ese miedo a morir es latente y está en casi todas. Y hay otras que dicen: “Llegué casi muerta”. O sea, vivenciaron la muerte, aunque estén vivas y hayan sobrevivido. Eso me sigue estremeciendo. Veo la película y me provoca miles de sentimientos de dolor, también una indignación profunda. Es como un llanto que no tiene mucho más que decir “Basta”. Esto no lo podemos tolerar más como sociedad.