Queda bárbaro, da lustre, mentar el embargo de la Fragata Libertad. En quinchos, en saraos donde se eyectan corderos a albercas, en actividades académicas. Los hechos sucedidos en 2012 se usan como ejemplo moral, una fábula fundada en hechos reales. La moraleja consiste en remarcar cuán bajo había caído la reputación argentina en “el mundo”, su aislamiento, las derivaciones lacerantes del populismo.
El relato enlaza mentiras y omisiones, la conclusión es falsa. Los factores intervinientes recobran vigencia hoy en día: el poder de los fondos buitres, sus alianzas con jueces de bajo nivel, los apoyos (taimados o pavotes) de prensa y factores de poder argentinos.
Se atraviesa otra negociación, en la que participan Fondos de todo pelaje. Cuesta imaginar que el sucedido se repita como calco pero es probable que se conjuren circunstancias (y necios) similares. Por eso, este racconto.
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El pedido de embargo fue formulado por Paul Singer, capo del fondo buitre Elliot. La Fragata estaba navegando en viaje de instrucción, anclada en un puerto de Ghana. Singer se amparaba en un fallo del juez de Nueva York Thomas Griesa, un octogenario gagá y de derechas a quien opineitors criollos equiparaban al Rey Salomón. El valor económico de la Fragata era irrisorio comparado con la magnitud del crédito buitre pero la resonancia mediática resultaba funcional a la estrategia de Singer.
Un juez de primera instancia de Ghana hizo lugar al embargo, prohibió que la nave zarpara salvo que se pagara cash una fianza: 20 millones de dólares.
Las adhesiones argentas se sucedieron. El diario “La Nación” publicó un editorial, titulado “Pagar las deudas” privilegiando los reclamos del usurero Singer sobre los intereses nacionales. El bloque de diputados de la Coalición Cívica, con Alfonso Prat Gay como abanderado, exigió poner la plata, sin chistar ni defenderse. Un comunicador coreano del centro promovió una colecta popular para reparar la afrenta. Por suerte la tentativa fracasó.
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner eligió otro rumbo. Descalificó a Singer. Evitó armar un escándalo interestadual contra Ghana, minga de malvinización. Ordenó a la Cancillería iniciar un reclamo jurídico ante el Tribunal del Mar, órgano internacional competente para esas cuitas con sede en Hamburgo.
El recurso prosperó, simplemente por apego al derecho. El artículo 32 de Convención de las Naciones Unidas sobre el derecho del Mar establece “la inmunidad de buques de guerra y otros buques de estado dedicados a fines no comerciales” frente a medidas cautelares como el que se debatía. Un status parecido a las embajadas. El Tribunal ordenó levantar la medida, por unanimidad. Lo integraban magistrados de variadas nacionalidades, incluido un ghanés.
La barca regresó, decenas de miles de personas la recibieron en Mar del Plata.
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El Estado argentino tenía razón y derecho. Empero, el embargo fue aplaudido en estas pampas. La derecha gaucha y su claque tradujeron la decisión como justa e irrevocable. Ambos diagnósticos fueron desbaratados en el vidriado tribunal hamburgués.
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Simplismo, falta de información, alineamiento cipayo para completar… ¿le suena? Prepárese porque pueden replicarse en las semanas venideras. El episodio se redondeó con la gran cooperación prestada por Brasil, presidido por Dilma Rousseff.
Un detalle pintoresco: en 2009 los buitres habían fracasado en otro intento. Quisieron embargar restos fósiles de dinosaurios que Argentina había mandado a un museo alemán. Tampoco pudieron porque el valor cultural de los dinos los resguardaba. El libro, “Los buitres de la deuda” de Mara Laudonia, publicado en 2012 reseñó la parodia, digna de la pluma de Roberto Fontanarrosa. El texto es recomendable para la coyuntura porque repasa hechos, personajes, buitres, lobos de Wall Street y aliados vernáculos. Un elenco que vuelve a ocupar el centro de la escena.