Argentina y Brasil iniciaron hace tres décadas y media un camino irreversible de integración, desde que la Declaración de Foz de Iguazú de los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney en 1985 cerró décadas de recelos mutuos. Desde entonces hubo muchos avances, y también algunos retrocesos. Hoy nos toca un nuevo desafío en ese proceso histórico: profundizar nuestra integración productiva.
Aquellos dos líderes hicieron de su visión de integración una política de Estado a ambos lados de los más de 1.200 kilómetros de frontera que hoy nos unen, gracias a que ellos zanjaron la grieta histórica que había entre los dos países. Desde entonces sabemos que nuestra relación tiene que estar dominada por la cooperación más que la competencia, más allá de los liderazgos de turno.
Hay razones económicas muy fuertes para que sea así: Brasil es nuestro principal socio comercial. Da cuenta del 18 por ciento de todos nuestros flujos comerciales; el 16 por ciento de nuestras exportaciones y el 35 por ciento de nuestras exportaciones industriales van a Brasil; la mitad de los autos que fabricamos van a Brasil.
Pero además, juntos somos un jugador clave en el convulsionado mundo actual: la sexta economía del mundo, los principales productores mundiales de soja (48 por ciento de todo lo que se produce en el mundo), el 4° productor más importante de granos, los 8° productores mundiales de vehículos.
Esta semana junto a Sergio Massa mantuvimos una reunión con el presidente del Banco de Desarrollo de Brasil y los equipos de trabajo del BNDES y de BICE, para analizar juntos el aporte que nuestras entidades, tan vinculadas el desarrollo regional, pueden realizar para acelerar la integración productiva de ambos países.
Nuestro desarrollo y el brasileño será conjunto o no será: la integración no es una opción. En el contexto internacional actual, donde los cambios geopolíticos reacomodan todas las piezas, no podemos ser ingenuos: el mundo no quiere que la región concrete la integración porque nos quiere primarizados, meros proveedores de materias primas y recursos naturales. Para que nuestros países se desarrollen, la integración es una condición necesaria. Pero no nos sirve cualquier integración.
En 2002, como ministro de la Producción, promovimos junto al ministro de desarrollo brasileño Sérgio Silva do Amaral el concepto de “Integración Productiva”. Lo que creíamos (y creemos) es que tenemos que ir más allá de lo puramente comercial, que termina siendo siempre un juego de suma cero. En aquel año organizamos la primera misión comercial conjunta de gobiernos y empresarios argentinos y brasileños a China, que recién se encaminaba a ser la potencia que es hoy.
Luego en 2011, durante mi segunda presidencia en la Unión Industrial Argentina (UIA), realizamos una cumbre bilateral con las presidentas Cristina Kirchner y Dilma Rousseff, con ambos gabinetes, empresarios, intelectuales y pensadores de ambos países. De ese encuentro surgió un libro cuyo título fue “Argentina y Brasil, integración productiva para el desarrollo regional”. Allí dijimos claramente que un desafío que teníamos era resistir al canto de sirenas de la primarización. Y que para hacerlo teníamos que pasar de luchar contra un mandato político que nos llevaba al fracaso (2001), a trabajar para hacer realidad un mandato político acertado.
En los últimos años el proceso se truncó. Cada uno por su lado, dándonos la espalda, nuestros países retomaron el camino fácil de nadar con la corriente mundial que nos divide y nos lleva, efectivamente, a primarizarnos.
Hoy tenemos que retomar aquel objetivo. Nuestras bancas de desarrollo son cruciales en ese proceso, que requiere combinar y articular esfuerzos para orientar el ahorro de la región a la inversión productiva, inter-fronteras y de largo plazo. No habrá desarrollo sin bancos públicos que los financien. Eso es lo que estamos propiciando.
Mientras el gobierno encamina la renegociación de la deuda pesada que heredó, es momento también de acelerar los motores para empezar a andar por el camino correcto que señaló el presidente Alberto Fernández: el que muta la lógica de la especulación financiera que predominó en el gobierno anterior por la lógica productiva. No hay que ir solo por el crecimiento sino por el desarrollo. Para eso la integración regional enfocada en la producción es clave. Y por eso es nuestra obligación histórica honrar el mandato de Alfonsín y Sarney, profundizarlo y convertir a nuestros países en protagonistas de la nueva globalización.
* Presidente del Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE)