“Deberías decir: `Primero quería felicitarte por tu gran papel en la película. La vi el otro día y me pareció una obra maestra`. Así es cómo se empiezan las entrevistas”. Santiago Segura se muestra seguro con su chispa veloz y “reta” socarronamente al periodista que no lo adula sino que le pregunta qué fue lo más le interesó de la historia de Casi leyendas, el segundo largometraje de Gabriel Nesci. Tras debutar como cineasta en 2012 con Días de vinilo, Nesci vuelve a introducir la música en una historia cinematográfica. Es que el film –que se estrena el próximo jueves–, gira en torno a tres amigos distanciados que se reúnen casi por compromiso: Axel (Segura) es un español con ciertos problemas de socialización que un buen día decide emprender la búsqueda de sus ex compañeros de una banda en Buenos Aires. Hace veinticinco años formaron el grupo que estuvo a punto de ser famoso pero que, misteriosamente, nunca lo logró. Axel se reencuentra, entonces, con Javier (Diego Peretti), un profesor que no logra comunicarse con su hijo adolescente, y Lucas (Diego Torres), un abogado presumido que pierde su trabajo de un día para el otro. Los espera un doble desafío: ser la banda que siempre soñaron y solucionar sus vidas un tanto enquilombadas.
Tras el chascarrillo, Segura contesta en serio: “Disfruté el guión. Generalmente, empiezo a leerlos y en la página 20 o 30 los dejo. Soy muy poco constante. No me interesan los guiones. En general, frente a los que tengo la posibilidad de leer, digo: ‘Pero, ¿cómo puede ser tan aburrido esto?’. Y éste me provocó algo muy especial: quería saber qué les pasaba a los personajes, quería saber qué pasaba con la historia, me reía en cada página”, afirma el creador de la saga Torrente. Segura tiene elogios para sus compañeros. Es que, según explica, siempre hay alguien que no le cae muy bien en los rodajes. “Hay tipos que son muy prepotentes, o que piensan que el papel que le dieron no es el que les deberían haber dado. Siempre hay problema”. Con “los dos Diegos” –como los llama a Torres y Peretti–, asegura que no fue así y que no tuvo ningún inconveniente. Es más: “Son tipos encantadores, muy diferentes. Diego Torres es como se lo ve: un tipo muy querible. Lo ves y dices: ‘No puede ser un tipo tan canchero, tan simpático, siempre de buen humor. Es imposible’. Pero es verdad: el tipo es así, muy sencillo y muy buena gente. Y luego, Peretti es un freak, pero también es entrañable. Es asocial, más retraído, más complejo. Creo que se hizo psiquiatra para entenderse a sí mismo. Pero consigue que se le quiera mucho”, comenta jocosamente, pero con sinceridad por el cariño que les tomó a “los dos Diegos”.
–¿Cómo definiría a su personaje? ¿Es una especie de Forrest Gump a la española?
–Quizás sí, pero es un poco diferente. Si tengo que compararlo con algún personaje cinematográfico yo creo que más que el de Forrest Gump es el de Rain Man. Es un tipo que no tiene ningún retraso mental. Tiene problemas de comunicación. No controla sus emociones, no administra bien los sentimientos, no sabe cómo relacionarse con la gente. En principio, Gabriel Nesci me comentó que está basado en casos de Asperger, un tipo de autismo. Yo conocí a alguien así, estuve leyendo un poco sobre el tema, vi un par de documentales y me pareció que era un personaje muy entrañable. Me gustaba hacer un personaje tan diferente de lo que he hecho siempre.
–Más allá del humor, la película es también una reflexión sobre la amistad, ¿no?
–Sí, por supuesto. Parte de lo que me gustó es que me reía pero me parecía que iba un poquito más allá. Es una comedia emotiva. Hay momentos en que te toca un poco, que te interesan los personajes. El problema que veo muchas veces, como fan absoluto de la comedia que soy, es que por ejemplo en las películas de Leslie Nielsen, que eran el disparate absoluto, a los cincuenta minutos de reírte no te conmovían ni te pasaba nada. Los personajes te habían hecho reír mucho pero si se morían te daba lo mismo. La historia no era lo importante. Lo importante era la risa. Creo que es mejor que la historia también te importe, que puedas estar riéndote pero que quieras ver cómo acaba eso. Eso lo ha conseguido Gaby Nesci.
–Siempre se dice que hay un estilo de humor Segura. ¿Les agrega mucho de su ingenio a los personajes de las películas que usted no dirige o está todo guionado?
–He tenido la gran suerte de que Nesci sea un tipo con una gran sensibilidad para la comedia. Y aprecia mucho cualquier aporte al comic timing. Cualquier sugerencia era estudiada. Eso a mí me ayuda mucho porque intentas aportar y la otra persona lo agradece. Hay directores que son lo contrario, y si dices algo te ponen una cara como diciendo: “Dedícate a lo tuyo, a repetir las líneas y ya está”. Es menos colaborativo. Me parece respetable y lo acepto, pero me gusta más cuando se crea un clima de colaboración. Por supuesto que el director es el que manda.
–La rapidez mental que tiene para generar comicidad es la que sostiene esta teoría de lo que le agrega usted a los personajes ¿Le gusta improvisar?
–Me gusta mucho improvisar con una base sólida. Respeto mucho al público como para la improvisación total. Creo que eso es dificilísimo, sobre todo en cine donde tiene que haber una historia, diálogos, un guión bien armado y, luego sobre eso, todo lo que venga será bienvenido. No creo mucho en la improvisación por la improvisación en el cine.
–¿Cree que el humor se nutre del drama?
–Sí, por supuesto. Está la famosa fórmula que dice que tiempo más drama es igual a comedia. Se la atribuían a Woody Allen, pero ni siquiera es suya la frase sino que es más antigua. En la vida misma nos pasa que cosas que nos parecen muy dramáticas vistas con la perspectiva que nos dan quince años, hace que podamos hasta reírnos de ellas.
–¿Cuál es el tipo de humor que disfruta como espectador? ¿Es el mismo que el que hace?
–Me gusta el humor que me hace reír. Parece una perogrullada, pero no cualquier humor me hace reír. Por ejemplo, el de Woody Allen es un humor inteligente que te acaricia el cerebro de una forma que sonríes. Me gusta que me sorprendan. Que sea un humor más sorpresivo.
–¿Usted es una persona tan divertida en lo cotidiano como se muestra en las entrevistas y en las presentaciones de TV, o tiene momentos melancólicos y malhumorados?
–No, soy una persona maravillosa, optimista, constante las 24 horas del día (risas).
–La pregunta es por si hay que tener un determinado estado de ánimo para crear humor o si el momento creativo le surge en cualquier circunstancia...
–Yo soy un tipo muy pesimista, muy melancólico y eso precisamente hace que me convierta, de alguna forma, en un cínico. O sea, que uno luche contra la depresión. Me gusta mucho reírme y me gusta ver feliz a la gente a mi alrededor. Por eso intento que la gente disfrute y se ría. Pero realmente puedo ser muy melancólico y maníaco depresivo.
–¿Cuándo sintió que quería dedicarse a la comicidad? Porque el oficio de director nació antes que el de actor, ¿no?
–Sí, el de persona que quiere contar historias y entretener nació antes que el cómico en sí. Lo que pasa es que mis primeros cortometrajes eran de terror y la gente se reía mucho (risas).
–Lo frustraban...
–No me frustraban, pero pensaba: “Creo que estoy equivocando mi camino” (risas).
–¿Por qué definió a Torrente como un drama que da risa?
–Realmente Torrente como ser es terrible, es lo peor del ser humano. Lo que pasa es que sacado de su contexto, puesto en una pantalla, sin dinero, sin poder, es para reírse. Es un exorcismo. Torrente tiene todo lo que me disgusta. Un machista, maltratador: ¿hay algo más en las antípodas de lo gracioso? No. Pero, en cambio, si de alguna forma, lo ridiculizas o lo pones para que la gente se ría y vea lo ridículo que es, entonces es algo dramático pero gracioso.
–Le debe haber pasado que muchas veces la gente lo confunda con su personaje de Torrente. ¿Eso es algo que le molesta o son los riesgos del actor?
–Es el riesgo del actor. Cuando hice El día de la bestia me daban drogas en las fiestas (risas). Me invitaban unas rayas, me pasaban tripis, LSD, porque pensaban que era el toxicómano de la película. Y en las emisoras de radio, cada vez que llegaba me pasaban música de AC/DC, Iron Maiden, y decían: “¡Ahí viene Santiago Segura!” Y, no, no, no, si a mí me gustan Sinatra y Dean Martin (risas).
–Les arruinaba el plan...
–Ahí fui cuando me di cuenta de que si uno interpreta algo que la gente se cree, por un lado es un éxito, pero por otro es un pequeño drama personal porque me puedo pasar la vida explicando que no soy así.
–¿Por qué cree que el personaje y la saga no pierden vigencia? ¿Habla de temas que son muy de la España contemporánea?
–Es un gran drama que siga pegando el personaje porque quiere decir que no hemos evolucionado nada. Cuando lo creé hace veinte años, pensé: “Esto es un dinosaurio, esto es la España destinada a desaparecer, la España de la corrupción, de la violencia, del fanatismo”. Veo que han pasado dos décadas y, de repente, sigue vigente. De hecho, no tengo pensado hacer más Torrentes porque la realidad supera con creces a la ficción. Cualquier cosa que yo invente la supera la clase política. La clase poderosa está actuando de una forma torrenteana.
–¿Cómo se explica que hubo gente que entendió a Torrente como una apología y no como una burla?
–Hay que ser tolerante. Tengo que entender y respetar que hay gente que no tiene mi sentido del humor ni mi visión. Hay gente que se toma todo demasiado en serio. Darío Adanti es un dibujante argentino que está viviendo en España y ha sacado un libro que se llama Disparen sobre el humorista. Y habla mucho de los límites del humor, de que cada vez más la gente se toma todo demasiado en serio. Cualquier cosa que dices, te señalan: “Eres nazi, eres machista”. Pues, estoy haciendo humor. Es muy complicado, pero también es verdad que hay mucha sensibilidad. Es duro bromear sobre algo que está tan vigente y que es tan peligroso.
–¿Y cuál es el límite entre el humor ácido o el humor negro y el mal gusto? ¿Cómo se lo plantea?
–Para mí, el límite del humor es donde la gente deja de reírse. Si no te ha hecho gracia y te sientes mal, yo me siento mal. ¿Sabes lo que pasa? Es que en una sala de quinientas personas, a lo mejor hay cinco que se levantan y se van ofendidos y el resto se está muriendo de risa. Entonces, uno como autor, tiene que promediar y decir: “No quiero ofender a la gente, pero tampoco porque se ofendan tres señoras y un cura de Burgos, voy a dejar de hacer reír a estas ochocientas personas”.
–¿Qué es lo que disfruta como director? ¿Nunca pensó en dirigir otro tipo de película que no sea de la saga de Torrente?
–Lo he pensado muchas veces y creo que en algún momento lo haré. Del trabajo de director me gusta más que nada que soy el responsable de que la idea llegue a buen puerto. Hicimos una película con Hugh Laurie, el actor de House, y él decía: “Me gusta ser actor porque me dicen a qué hora me tengo que levantar, qué ropa me tengo que poner, a qué hora voy a comer, qué frases tengo que decir”. Y yo decía: “Es una buena forma de verlo”. El director tiene una responsabilidad enorme. No descansa.
–¿Luis García Berlanga y Fernando Trueba fueron sus dos grandes maestros en la dirección?
–Sin duda, García Berlanga me marcó por el tipo de humor, por las películas que hacía. Y Fernando....más que maestro ha sido amigo, hermano y padrino.
–¿Y Alex de la Iglesia?
–Lo mismo. Es como un hermano. Lo quiero muchísimo, creo que es un genio. De los actuales directores de España, sigue siendo el más interesante o de los más interesantes. Simplemente me gustaría que contara conmigo más a menudo, pero le cuesta (risas).
–Publicó varias series pornográficas bajo un seudónimo. Si hoy volviera a hacer ese trabajo, ¿mantendría su identidad?
–Mantendría el seudónimo.
–¿Por qué?
–Porque me acuerdo además deque, como eran unas historias pornográficas, mandamos unas fotos de unas primas de un amigo mío porque las hacíamos entre dos. Se llamaban Mónica y Vea. Hasta que nos conocieron en la editorial pensaban que éramos dos chicas y las historias les excitaban muchísimo más (risas).
–¿Cómo fue el trabajo de actor de doblaje en películas porno? ¿No es el rol más infeliz en ese tipo de producciones?
–Hombre, pues sí, sobre todo porque a las ocho de la mañana ponerse a jadear al lado de una señora de setenta años no es muy bueno (risas). Pero bueno, es un trabajo como cualquiera.
–¿Es cierto que perdió la virginidad a los 22 años?
–Sí, es triste, es cierto y me hace quedar como un retrasado (risas).
–¿Disfruta de la fama en la calle o por momentos se vuelve una carga?
–Bueno, es una mezcla. A veces, es una carga porque vas a comprar el pan, quieres tardar diez minutos y no media hora. Pero tampoco me quejo porque me agrada ver gente muy amable que te hace sentir muy bien. Te agradecen, te dicen: “Lo que me has hecho reír”, “A mis padres le gustaban mucho tus películas”, “El otro día estaba enferma, puse una película tuya y me hizo reír”. O sea, eso está muy bien. La fama un poco gratuita del tipo “éste es famoso pero no sé quién es” o “A este lo vi en la tele pero....”, y que esa gente me pida una foto, no. Todo eso desvirtúa y hace que sea un poquito más pesado, pero con los auténticos seguidores, fans o simpatizantes, la verdad es que no me molesta hacerlos felices un momento. Si su felicidad consiste en darme la mano, contarme algo, ¿qué me cuesta?