“Como relato (romance, pasión), el amor es una historia que se cumple, en el sentido sagrado: es un programa que debe ser recorrido”, escribió Roland Barthes en su célebre Fragmentos del discurso amoroso. La serie web original de la UN3, Cartas a mi ex, se apropia del concepto desde el final del trayecto. Son historias de amor cuando esto último ya no existe. Jazmín Stuart, su creadora, se despacha con una radiografía diversa y alejada de los querubines tirando flechas. “La idea surge de dos puntos que quería trabajar. Uno son los vínculos y sus nuevas modalidades con toda la confusión, dolor y logros que esto puede traer. Hay relaciones nuevas que estamos probando, estrenando, es un proceso que nos está transformando como individuos. El otro punto es el del lenguaje y formato. Me gustaba mucho lo de recuperar la figura de la carta pero dentro de lo audiovisual, incluyendo al espectador en la problemática de cada caso”, dice la realizadora entrevistada por Página/12.

Los ocho episodios, entonces, comienzan cuando las cenizas de una relación ya están congeladas. Está el chico que extraña la piel que tenía con su amante; la mujer que se libera de un vínculo tóxico y la que aún no pudo superar la pérdida. Un crisol en el que entra el poliamor y las opciones LGTBIQ. La diversidad también manda en los géneros trabajados aunque con el mandato puntual de lo confesional. Cartas a mi ex le escapa a las definiciones tajantes sobre este sentimiento, excepto en el capítulo construido desde el flow Lautaro Rodríguez: “El amor no es asunto controlable, dinámico, sensible, materia permeable es un lugar donde hay que quedar expuesto y sino dale play otra vez y volvé a escuchar”, le dice el rapero a una chica que está por fuera de su clase social.

El proyecto partió de la curiosidad en el estado “más puro” de Stuart. “Es el placer por escuchar historias y observar dinámicas, encontrar esos denominadores comunes en los vínculos que hay a mi alrededor. Hay como un inconsciente colectivo que quería capturar y plasmar”. De todos los episodios, el más duro y urgente es aquel en el que la misma creadora interpreta a una víctima de violencia de género. Los motivos del protagónico fueron de realización e ideológicos. “Me parecía interesante asumir la responsabilidad y el riesgo de dirigir, escribir y actuar ese capítulo. Venía de meses muy intensos de trabajo dentro de La Colectiva de Actrices Argentinas, venía muy empapada del tema de violencia y abuso, había hecho una formación específica para poder asistir a víctimas desde La Colectiva. Había escuchado muchas historias en primera persona. Necesitaba hablar de ese tema. Me iba a costar explicarle a una actriz esas sensaciones que yo había podido captar al hablar con las víctimas. Entonces de alguna manera iba a ser más genuino y más enraizado en una base real si lo podía actuar yo. Por eso es que lo puse todo sobre mis espaldas”, explica.

-¿Por qué contar el amor desde el final?

-Narrativamente ese momento bisagra es muy rico. ¿Cuál es el instante específico en el que una relación se rompe o se transforma para siempre? Ése era el trabajo a desmenuzar y analizar. Son imágenes, momentos o palabras que detonaron un cambio. Es poner la lupa sobre el final de la relación.

-La ruptura de la cuarta pared es omnipresente. ¿Qué te atrajo de este recurso?

-Me interesa mucho esa sensación de vagabundeo de un personaje que está haciendo algo mientras nos habla. Son como dos líneas paralelas. Una es el presente y la otra es el pasado. Pero ese presente aún está en ligazón con ese pasado. Y ese juego de ir y venir siempre me atrajo. Me encanta cuando el relato interpela de manera directa al espectador.

-El amor es un sentimiento universal, sin embargo, Cartas a mi ex está cruzado por cierto clima de época en relación a las reivindicaciones de la mujer…

-Debe haber en la serie una impronta femenina y feminista. ¿Por qué no? Cuando hablamos de reformular ciertas cosas en el mundo audiovisual hablamos de imprimirle una mirada a la ficción que por ser feminista no tenga que ser panfletaria o propagandística, sino que venga impregnada de otra sensibilidad, de otras formas, de otro nivel de observación, y tiempos, tal vez. Voy descubriendo que el universo audiovisual feminista trae estas cosas. El eje de la narración puede ser cualquiera pero lo que cambia es la mirada, la traducción e interpretación de la realidad. Poder empezar a hacer esto es un acto político porque la forma en que nos contamos historias crea realidades. Hace décadas que el relato es siempre parecido y las formas son parecidas y las realidades que nos presenta la ficción viene formateada. Eso formatea nuestros vínculos, nuestra identidad. ¿Qué es una mujer? ¿Qué es un hombre? ¿Qué es la belleza? ¿Qué es lo atractivo? ¿Cómo son los vínculos? ¿Qué es el amor? Todo eso vino con una bajada de línea. Por eso es que transformar las historias que nos contamos también es transformar la realidad.