Para muchos, el rostro de Max von Sydow será siempre, por sobre todas las cosas, el de Antonius Block, el cruzado que jugaba al ajedrez contra la mismísima Muerte en El séptimo sello. Para otros, sus rasgos resultan indistinguibles de los del Padre Merrin, el primer sacerdote que se enfrenta al diablo en el cuerpo de la pequeña Regan en El exorcista. Para un tercer grupo, seguramente más joven, la figura del actor sueco adquirirá las formas de Lor San Tekka en la más reciente trilogía de Star Wars o la de Three-Eyed Raven en la serie Game of Thrones. Ejemplos de la persistencia de Von Sydow en la pantalla, su carácter multigeneracional, que parecía eterno.
La figura ominosa del film de Ingmar Bergman, con la cual se enfrentó en la ficción hace más de seis décadas, terminó llevándoselo ayer, a los 90 años, según confirmó hoy su esposa, la productora Catherine Brelet. Lo que queda es una prolífica y riquísima filmografía que atravesó geografías, idiomas y décadas. El actor, con su silueta flaca de más de un metro noventa de altura, fue un trabajador destacadísimo del cine que logró aunar sin esfuerzo el prestigio con la popularidad, interpretando papeles muy disímiles con prestancia, singularidad y sutileza. Si algo era imposible, incluso en roles muy pequeños, era que su presencia pasara inadvertida.
Nacido el 10 de abril de 1929 en la ciudad de Lund, en el sudoeste de Suecia, Carl Adolf von Sydow comenzó a desarrollar sus talentos actorales durante los años de estudios secundarios, cursando luego una carrera profesional junto a futuros talentos como la actriz Ingrid Thulin. Su primer papel en el cine llegaría a los 20 años en la película del realizador Alf Sjöberg Tormento de amor, donde interpretó un papel secundario aunque relevante. El lustro siguiente sería de mucha actividad sobre las tablas pero escasa en la pantalla, situación que cambiaría radicalmente a partir de su primera actuación a las órdenes del cineasta Ingmar Bergman, a quien ya conocía por haber participado en varias de sus puestas teatrales. El séptimo sello (1957) se transformó casi de inmediato en un rutilante éxito del circuito de cine-arte internacional que hizo que su nombre comenzará a ser reconocido fuera de las fronteras del mercado nórdico, además de iniciar una colaboración fílmica con Bergman que volvería a reunirlos en casi una docena de oportunidades, incluidos clásicos como La fuente de la doncella, Cuando huye el día, Detrás de un vidrio oscuro y La hora del lobo.
Su desembarco en Hollywood y en el cine internacional llegaría de la mano de George Stevens y la superproducción bíblica La más grande historia jamás contada (1965), en la cual fue elegido para interpretar a Jesucristo. Respecto de ese rol, con su habitual sentido del humor irónico a la hora de dar entrevistas, el actor declaró que fue el papel más difícil de toda su carrera: "Fue como estar en un prisión. No podía fumar ni beber en público. Al mismo tiempo, noté que incluso mis amigos más cercanos comenzaba a tratarme con reverencia”. Idas y vueltas entre los Estados Unidos y Suecia mediante, participó de títulos hoy un poco olvidados como el film británico ¿Quién es Quiller? (1966) o Hawái, del mismo año, poniéndose también a disposición de un realizador de la talla de John Huston en un relato típico de los años de la Guerra Fría, La carta del Kremlin (1969), donde supo interpretar a un coronel ruso. “En Hollywood, usualmente me elijen para papeles de villanos o de sacerdotes”, declararía unos años más tarde. Precisamente, sería su papel de cura en la obra maestra de William Friedkin El exorcista (1973) el que lo transformaría –al menos temporalmente– en una súper estrella de alcance global. Max von Sydow contaba por aquel entonces con apenas 43 años, pero para muchos espectadores su papel como un hombre al menos dos décadas mayor quedaría eternamente grabado en la memoria.
Un par de años antes regresaba a su país natal para participar como protagonista del díptico Los emigrantes y La nueva tierra, de Jan Troell, como así también para colaborar nuevamente con Bergman en El toque. Las nominaciones a los premios de la industria de Hollywood, como los Globos de Oro y los Oscar, comenzarían a llegar al tiempo que su filmografía continuaba ampliando los horizontes creativos. Mientras participaba de coproducciones europeas como El lobo estepario (1974), dirigida por Fred Haynes, Sydney Pollack lo elegía para compartir reparto junto a Robert Redford y Faye Dunaway en el thriller conspiranoico Los tres días el cóndor. Ya en los años 80, luego de participar en la gran película de Bertrand Tavernier La muerte en directo (1980), descubriría la posibilidad de reírse un poco de sí mismo en papeles como el del Emperador Ming de Flash Gordon o el Rey Osric en Conan, el bárbaro (1982), iniciando una extensa galería de figuras veteranas –a veces oscuras, otras luminosas– marcadas por su poder literal o simbólico en el relato. Incluidas –desde luego, con su gato blanco en mano– el villano Blofeld de Nunca digas nunca jamás (1983) y el mayor Karl Von Steiner en la saga histórico-futbolera Escape a la victoria (1981).
Esa década y el comienzo de la siguiente le regalarían la posibilidad de encarnar a uno de los personajes más recordados por la audiencia cinéfila –Papá Lassefar, en el multipremiado largometraje del danés Bille August Pelle, el conquistador (1987)–, además de participar en films de Woody Allen (Hannah y sus hermanas), David Lynch (Duna) y Wim Wenders (Hasta el fin del mundo). De Steven Spielberg, con quien colaboró en Minority Report (2002), afirmó que era un maestro del lenguaje del cine; fue unos años antes de participar por primera y única vez en un proyecto de otro maestro estadounidense, Martin Scorsese: La isla siniestra (2010). Hace algunos años, el sueco declaró que se estaba “poniendo algo viejo para interpretar algunos roles". "Aunque todavía soy codicioso”, dijo. Su última participación en un film estrenado fue en el drama submarino Kursk (2018), de Thomas Vinterberg, donde logra robarse los últimos cinco minutos de metraje, aunque aún resta verlo en la inédita Echoes of the Past, del griego Nicholas Dimitropoulos, sobre la Masacre de Kalávrita durante la Segunda Guerra Mundial, en el que será su único film póstumo. La muerte de Max von Sydow deja a las pantallas de cine sin una de las figuras más importantes del siglo XX y más allá. Su legado actoral, sin embargo, es ahora más infinito que nunca.