Sus conciudadanos aún lo califican de juntacosas, obsesivo compulsivo y otras lindezas, pero las cosas a lo mejor querían ser juntadas por Carlos Wladimir Mikielievich (1904-1999), el historiador sin licenciatura que fundó la Sociedad de Historia de Rosario. Las cosas le salían al encuentro: partituras olvidadas en una fábrica de cartones, periódicos de siglos anteriores que se apilaban para ser usados como envoltorio de huevos en el Mercado Central; postales firmadas por personajes distinguidos; fotos, revistas, mapas, o volantes políticos arrojados en la vía pública cuya fecha y lugar de hallazgo él anotaba al dorso. Todo eso terminaba en su atiborrada casa-archivo, ordenado por tamaño en cientos de ataditos a piolín, pesadilla y dicha de historiadores diplomados. El fenómeno Mikielievich, la anomalía Wladimir, en la ciudad de mirada pequeñoburguesa y cultura obrera se hermana con experiencias que investigó: el grupo Cucaño, la revista Risario.
"Wladimir", como lo llaman el director y los empleados del Museo de la Ciudad que lleva su nombre y que posee esos cientos de cajas (ya patrimonio público pero aún en catalogación y ordenamiento), fue dibujante industrial, diseñador gráfico y empleado municipal: un hijo de inmigrantes que amaba Rosario, que odiaba al caudillo santafesino Estanislao López y que en 1949 propuso crear una nueva provincia. Ya estaban en la Biblioteca Argentina sus 6000 libros; ya el Centro de Estudios Históricos e Información Parque de España (CEHIPE) había catalogado la colección de más de 600 revistas diferentes que Mikielievich donó al Museo Marc, cuando se resolvió el litigio entre su viuda y el Estado municipal en favor del cual había testado al donarle su archivo. Éste ahora se encuentra en el Museo de la Ciudad, que está a su cargo. Una pequeña pero sustanciosa parte del archivo Mikielievich integra la muestra "Wladimir. El archivo de Rosario", curado y guiado por las historiadoras Alicia E. Megías y Agustina Prieto. Y otra pequeña sección, que en parte coincide, se reproduce en un nuevo libro publicado por la Editorial Municipal de Rosario. "Archivo Mikielievich. Obras y colecciones" fue editado por Érica Brasca, Ernesto Inouye y Bernardo Orge, con digitalización por Matías Sarlo del material que estuvo expuesto a fines del año pasado en la sala Invernadero del Museo.
El jueves pasado, los mencionados más el director del Museo de la Ciudad, Nicolás Charles, y el director de la EMR, Oscar Taborda, hablaron en un concurrido evento que comenzó con un recorrido guiado por la muestra a cargo de las dos historiadoras, y siguió en el patio del Museo con la presentación del libro, donde cerró con un concierto de obras de Fray Antonio Belli (aquel material documental del archivo Mikielievich que Wladimir encontró abandonado en Corrientes) a cargo de José Gago y su orquesta, integrada además por Cecilia Zabala, Gustavo Telesmanich, Fernando Fracchia, Luisa Torres y Germán Nozzi. El proyecto de rescatar para su interpretación tras más de un siglo aquellas piezas seculares del siglo XIX estuvo a cargo del compositor rosarino Ezequiel Diz, quien presentó el concierto de mazurcas, polcas y otros géneros populares extrañamente reiterativos, buen vino añejo para el oído; al final hubo un brindis.
"El museo se llama Wladimir Mikielievich desde el año 2004, y nosotros tenemos la enorme tarea de hacer accesible el material que él juntó durante muchos años", empezó Charles en nombre de la institución que dirige. "Cuando convocamos a las curadoras, el desafío era hacer visible a Wladimir; el archivo es un todo coherente y tenía que funcionar acá". Agustina Prieto contó la relación de Mikielievich con Julio Marc, el coleccionista de arte colonial plateresco que fue su profesor de Historia en el Superior de Comercio y a quien visitó muy fascinado con su colección, según el mismo Wladimir cuenta en un escrito autobiográfico citado en el libro. Un encuentro que ella calificó de "epifanía", si bien lo fascinante para Milkielievich no era tanto la plata como los papeles acumulados en el altillo de Marc, donde él mismo no recuerda bien cómo fue a parar.
Es justo que el Museo Marc y el Museo Mikielievich estén en el mismo parque, el Parque Independencia, siendo análogas las instituciones de sus onomásticos. En su estudio para el libro, señalan los editores como "evidente" que "el espíritu de la desaparecida Filial Rosario de la Junta de Historia y Numismática Americana, formada en 1929 por destacados profesionales de la burguesía local, fue el modelo de la Sociedad de Historia de Rosario". Uno de estos "destacados profesionales" fue Julio Marc. Cada clase tenía sus intereses, y el proyecto de Mikielievich y sus compañeros se centraba en la vida cotidiana y en los cambios que el desarrollo y la modernización producían en la urbe. Calculan Megías y Prieto que le llevó a su autor unas 7 décadas de trabajo, gratis y por su propia cuenta (en el tiempo libre de sus labores pagas como empleado municipal de estadística y como diseñador en su propia empresa, Estudio Mik) amasar en su propio hogar el "archivo Mikielievich", resultado de una vida que abarcó casi todo el siglo XX.
"Dedicó 70 años de su vida a coleccionar testimonios del pasado de Rosario; visitó archivos, bibliotecas, hurgó en dependencias públicas y privadas buscando testimonios del pasado rosarino. Hay cosas que sólo están en el archivo de Mikielievich. Revistas y muchas cosas que considerábamos perdidas, cosas que nadie conocía porque no estaban inventariadas en ningún lado, decenas de publicaciones que salieron a la luz y a las que pudimos acceder. Probablemente no haya otra ciudad de la Argentina que tenga en su museo una colección de esta naturaleza y volumen", resumió Alicia Megías, quien conoció el lugar donde trabajaba Mikielievich. "A las 10 de la mañana, el cigarrillo y la grapa", musitó en un off the record que el grabador indiscreto de la cronista pudo captar. "Fui un par de veces al principio de mi carrera, me atendió, me dio materiales, y pude ver su sala de trabajo y lo que aparentemente era una escalera que conducía a la planta alta, y la mitad de la escalera estaba ocupada por paquetes de libros, de diarios".
Uno de los muchos aspectos que destacó Agustina Prieto fue el valor de sus colecciones cartográficas: mapas y planos "de barrios que se hicieron y de proyectos inmobiliarios que no se llevaron adelante, y eso también cuenta la historia de una ciudad". La gente ya siente suyas sus colecciones de afiches, volantes, fotos de Rosario y etiquetas de vinos. Las historias de cómo obtenía todo esto cautivaron a los espectadores. Y hay más: sus artículos de prensa escritos o dibujados, su artesanal Diccionario... A la pulsión de pérdida de toda una ciudad se impuso el mal de archivo de un solo hombre. Y ganó.