De cuando Pappo murió, hace quince años y algunos días, hay hectolitros de tinta desparramados en diarios, revistas (y luego) en libros y enciclopedias de rock argentino y latinoamericano. PáginaI12, por caso, documenta parte de esa producción. Desde la hora del entierro, cuando una multitud de motoqueros, metaleros, bluseros y rockeros clásicos coparon el cementerio de la Chacarita al grito de “Y ahora, ahora, el cielo está de joda” o el consabido “Y Pappo no murió”, hasta la palabra del mismo Luis Alberto Spinetta, cuando se dignó a hablar de su viejo amigo y lo definió, conmovido ante el hecho, y en verbo presente, como “ángel y demonio a la vez”. También canta el archivo de cuando “Pomo” Lorenzo, “Machi” Rufino, Oscar Moro, Héctor Starc y Nico Bereciartua se juntaron para hacer el duelo juntos, en el bar de Belgrano y Chacabuco, justo el día que el hombre hubiese cumplido 55 años. Fue aquel el crepúsculo en el que Moro definió a su compañero en Los Gatos y Riff como “un fierrero pesado, pero con calidad”, y el hijo de Vitico dijo “tocar con él, fue como haberlo hecho con Hendrix”. Todo esto –y muchísimo más-- figura en las páginas de este diario entre el 25 de febrero de 2005 y el 10 de marzo de 2006.
Pero nada aparece sobre él, obvio, el día de su nacimiento. Los periódicos del 10 de marzo de 1950 hablan del tratado de amistad que habían firmado Stalin y Mao, en Moscú, días antes; del primer descenso de Lanús a la “B”; de la victoria del Partido Laborista en las elecciones generales de la Inglaterra; o del soberano desarrollo del plan de energía nuclear que encaraba en la Argentina el gobierno de Juán Perón, a través de la flamante Comisión Nacional de Energía Atómica. En ese contexto nació Norberto Aníbal Napolitano, hace exactamente setenta años, en el barrio de Villa Mitre, en un hogar que mezclaba metalurgia paterna con poesía materna.
En ninguna página mediática aparecería Pappo, al menos hasta algún día de 1968, cuando a Miguel Abuelo se le dio por convocarlo para tocar la viola en los primeros y caóticos Abuelos de la Nada, y su apodo apareció, chiquito, y con una sola “p”, en una campaña de prensa. Poco después, su nombre empezaría a circular ya con algo más intensidad en revistas del palo como Cronopios, donde manifestaba estar a gusto con su ingreso a Los Gatos. En La Bella Gente, donde se menciona el debut en vivo del Pappo´s Blues con David Lebón y Black Amaya, en el artículo “Cada día somos más, loco”, publicado en 1972. “Pappo se tira permanentemente a la pileta, improvisa, va y viene, sin preocuparle el rating. Pudo desarrollar su “¿Adónde está la libertad?” hasta cerca de media hora y brindar a lo largo del camino momentos inspiradísimos”, escribe Miguel Grinberg, cronista pionero en estas cosas del rock.
También su nombre se escribe seguido en la Pelo, donde se lo ensalza y se lo hunde a iguales dosis, e incluso él ensaya conocidas autocríticas. Un comentario en Expreso Imaginario, ya entrado el segundo lustro de la década del setenta del siglo pasado, da cuenta del disco Aeroblus como algo “deprimente” (¿?). Y, ya entrados los ochenta, Canta Rock destina páginas a una entrevista en la que Pappo cuenta cómo y cuáles fueron sus primeras violas. Ni hablar de la tinta que se gastó cuando los conciertos a cadena, alaridos y crudo rock and roll de Riff, a principios de los ochenta. En Ferro y en Unión de Santa Fe, especialmente.
Entre libros del palo, en tanto, su nombre apareció por primera vez cuando al mismo Grinberg se le dio por escribir Como vino la mano, en 1977. En una de las partes que le toca al guitarrista, el editor recomienda para un saludable rastreo sobre las estelas pasadas del Carpo, leer “Cuando las heridas no se aguantan”, título de la entrevista que el autor le hizo a Spinetta, donde el vate de Arribeños habla mucho –bien y no tanto-- de Pappo. La elipsis libresca cierra con el trabajo, aventajado por los tiempos y las redes, mucho más sistematizado que hace Sergio Marchi en El hombre suburbano, de 2011.
Motivos no faltaban para que se ocuparan de él, claro. De a poco pero sosteniblemente, se fue transformando en el mejor guitarrista del rock y el blues de la Argentina. Incluso del mundo y “de todos los tiempos”, como legitimó BB King. De los Abuelos saltó a Los Gatos. De Los Gatos a su propia agrupación Pappo´s Blues. De Pappo´s Blues a Aeroblus. De Aeroblus a Riff. Y de Riff, a su etapa solista. Todo ello, entre 1970 y su final, registrado en mil tintas, voces e imágenes. Por todo esto, dirá Héctor Starc, retomando aquel emotivo encuentro en el bar: “Hay tipos que pasan por la vida y no dejan nada… mirá todo lo que dejó Pappo”. Si habrá sido así que hoy cumplió setenta años y, pese a que hace quince dejó este mundo pegado a su Harley 1200 en una ruta Luján, se lo sigue recordando. Se sigue usando tinta, voces e imágenes, tal como si estuviera ahí, soleando a lo Dios.