Cantor de la Pampa gringa. A él le he dedicado mis afanes, no sé si muy sesudos pero a fuer de sinceros han sido muy sentidos esos rescates cuando del cantor del inmigrante nadie se acordaba.
Ha sido de todos nuestros poetas el que pegó primero y en todas partes nos representa, no por el de más grande retorica si no el que canta con su pequeña flauta de bolsillo y es para todos el que mejor nos representa, como el difusor más firme de nuestro paisajes de nuestros campos, el que los pone junto al hombre y la mujer en esta buena tierra.
El que nunca quiso abandonar su tierra y el que dice que no tuvo por qué hacerlo. Hurgué pacientemente en archivos públicos y privados y llegué a la conclusión de que era un hombre bueno, un hombre sano, un hombre justo y que tuvo para sí el destino del cantor. Y tuvo una presunción y la siguió a muerte: que lo que él no cantara no podría hacerlo nadie. El que bregaba por el pan bueno, por el pan justo y la mujer y el hombre honesto y la maternidad bien habida y tierna, la que venía de lejos, muy lejos, del Antiguo Testamento, de cuando la mujer honraba a Dios cuando se encontraba encinta. Era el hombre del verso recordado, el hombre que estaba feliz, viendo como caminaba su mujer preñada para hacerlo feliz, para hacerlo bueno, para desgajarse como rama al viento.
En otro lugar escribí que aquella mujer miraba por la ventana la cúpula de la iglesia mientras limpiaba la mesa donde su hombre había tomado vino en una jarra obesa y mostrándose las armas y las pipas, y cuando ellos se dormían como niños, ella era un ángel que velaba por todos y apagaba la única lámpara, comenzando a recorrer las habitaciones donde sus hijos dormían, poniendo la palma abierta sobre el tubo para que no se apagara la llama. Mientras un perro ladraba a alguna luna, lejos; mientras un griterío de gallos cavaba el aire negro con sus picos y la gente recogía los muebles del camino.
Hasta que un reloj dio la hora de pronto para la gente allí reunida y su compañero de viaje le leía versos de Virgilo porque sabía que el taciturno de Mantua estuvo de parte de los desposeídos. Él estaba junto a la buena gente, mientras las madres venían en un carruaje y las más lejanas en tren desde otro pueblo y él, temeroso las abrazó a las dos y tímidamente comprendió que el hijo tenía poco de él, muy poco, casi nada, pero sería seguramente bueno de corazón porque así lo deseaba él. Y para siempre.