Las multitudes movilizadas fueron las protagonistas de la semana. Participaron cientos de miles, no importa la cifra exacta. Algunas o algunos habrán concurrido a dos de las marchas o acaso a las tres. Las jornadas rebosaron de civismo, afirmaciones de pertenencia, júbilo compartido. Expresaron a amplios sectores  activos, que se perciben agredidos por el gobierno del presidente Mauricio Macri. Subestimarlos o ningunearlos es siempre una tentación en Palacio. La conjunción de cuerpos, espíritus, cánticos y consignas revela que sería una gigantesca necedad, de la que nadie está exento. Menos que nadie un oficialismo de derecha, ensimismado, predispuesto a creer los libretos que se inventa o a vestirse con  los disfraces que provee la prensa dominante. Quien quiera oír que oiga y ya se sabe quién es el peor sordo.

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La CGT está en orden: “El primer paro a Macri lo hacemos nosotrxs” pudieron expresar militantes, dirigentes o mujeres de a pie que redondearon el formidable 8-M. 

La acción colectiva es política por definición: interpela al Estado y a los gobiernos, exige cambios. La versión argentina del paro internacional de mujeres produjo aciertos políticos organizativos, más allá del discurso. Una oradora única al cierre es un acierto cuando confluyen (y también contienden o discuten) grupos diferentes. Un documento colectivo, consensuado  es un método atendible. La notable verbalización  de Liliana Daunes  desgranó demandas o afirmaciones que aludían a la sociedad civil, al mundo laboral, a las relaciones familiares, al aborto libre gratuito y seguro. En su torno se coreó, de entrada, “paro general”: el clamor que fogueados sindicalistas no supieron o no quisieron escuchar o interpretar o encabezar.

La Plaza de Mayo versus una asombrosa esquina de la city porteña, otra diferencia abismal. La Plaza es el espacio simbólico ideal para la protesta. Es, además, logísticamente adecuada: un ámbito relativamente amplio al que se accede por tres anchas avenidas: la de Mayo y las Diagonales Norte y Sur.

Escoger la sede del ministerio de la Producción (un damero de calles incomprensible, estrecho y desconocido) fue la primera opción amateur del acto de los trabajadores. No importó  porque la marejada humana, expresiva del vasto abanico de la clase trabajadora, desbordó el marco, se ramificó en calles aledañas. Columnas enormes, grupos numerosos de personas “sueltas”, choris, empanadas fritas en el acto, gaseosas o birra, la tranquila alegría de pertenecer y afirmarse. 

Esa movida, como las otras dos, fue transversal en lo político, pluripartidista, con un enjambre de “independientes”. Los triunviros que conducen la CGT podían haberse anotado un poroto con jugar lo que les marcaba el tablero. “Nadie le impone una fecha a la CGT” explicaron después, confusos, enojados, a la defensiva. La traducción clavada es que se dejaron “conducir”; no por las plurales bases sino por el gobierno. Una falla garrafal para tres peronistas, que deberían saber de eso.

El orden de los oradores pudo ser la enésima metida de pata. El más flojo, último, para cerrar. Héctor Daer, superado por el acontecimiento, le puso la frutilla al postre cuando enunció que el paro se hará “este año”. Furcio o lapsus freudiano, no es simple dictaminar a ciencia cierta. El punto es que la idea que el subconsciente de Daer habló por su boca es verosímil al mango. Leyó mal el contexto como quienes lo antecedieron en el parco y olvidable uso de la palabra. 

Los organizadores no (auto) garantizaron el control de las cercanías del palco, otra impericia. Macanearon al afirmar que solo se embroncaron contra ellos los grupos que rodeaban al estrado.

Este cronista divagó con los pies por las avenidas. Estaba en Belgrano y 9 de julio cuando comenzaron los discursos, una hora antes de lo establecido mientras seguían llegando multitudes. Desde mucho antes que una sola consigna prendía en todos los grupos, sindicales o de organizaciones sociales o del territorio. Era “Paro general”. Se transformó de volea en “poné la fecha/la puta que parió”, como respuesta a la defraudación. 

La cúpula cegetista divulga que quería saltear la fecha del 30 de marzo, que conmemora una formidable jornada de lucha contra la dictadura encabezada por Saúl Ubaldini. Les asiste parte de razón y un sayo les cuelga: ni el macrismo es la dictadura ni ellos son parangonables a Ubaldini. Quedaron expuestos, frustrando a quienes los hubieran vivado  (o por lo menos, se hubieran retirado conformes y en calma) si hubieran cumplido con el mandato “de abajo”… que era, a la sazón, el motivo de la convocatoria.

Sería impropio también el cotejo con el Hugo Moyano de sus buenos tiempos o aún con el vandorismo que entendía que había momentos para golpear, para después dedicarse al deporte predilecto: negociar.

Conceder al gobierno un plazo adicional (una semana, un mes) para que cambie la política económica es un abuso de ingenuidad o de hipocresía. El matutino “Clarín” divulgó que Macri en persona llamó a los triunviros y les pidió que enfriaran el acto. Los concernidos negaron las conversaciones que no son verificables sin la cooperación de quienes pinchan teléfonos. Pero, de nuevo, la especie es creíble aunque no fuera estricta.

La conducción cegetista se ablanda en pos de una reunión, así derive en fiascos tan chocantes como el “pacto anti despidos” o la promesa del bono para fin de año.

Rehusamos hacer vaticinios sobre el futuro inmediato de la cúpula cegetista. Los triunviratos son inestables, por antonomasia. Marco Antonio podría dar fe desde ultratumba.  Hubo uno en la Central Obrera con José Luis Lingieri, Hugo Moyano y Susana Rueda, la ciento y única mujer que fue (un tercio de) Secretaria General de la CGT. El ensayo duró un añito, entre 2004 y 2005 y decantó en la figura del líder camionero. Los triunviros actuales quedaron descangayados. Anunciarán la huelga, se traducirá como una nueva derrota o una concesión in extremis.

El peso específico de la CGT excede el bajo desempeño de sus referentes: pervive. Las convenciones colectivas son una institución que contiene y expresa al conflicto entre patrones y obreros. Cada dirigente mostrará entonces su carnadura, hay varios que llegan con necesidad de revalorizarse, demostrar la representatividad que malversaron en el palco. Habrá que ver.

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Otras voces, otros ámbitos: La Capital concentra la atención pero las revueltas ocuparon otras geografías. Nuevos frutazos, laburantes que se plantan ante los establecimientos que cierran… Son menú cotidiano, más expresivos que guarismos estadísticos de los que algo hablaremos, de todas maneras.

En los próximos días las organizaciones sociales prometieron copar la parada. La Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), la Corriente Clasista y Combativa y Barrios de Pie anunciaron centenares de cortes para el miércoles 15. La Ley de Emergencia Social, estuvo sin reglamentar casi tres meses. En los hechos, es una promesa que cuelga de un cuadrito. El oficialismo se prodiga en encuentros y promesas vacuos. Por lo que parece, los referentes sociales captaron mejor que los cegetistas el pulso de la calle: no hay margen, hoy en día, para dejarse dormir con palabras o conciliábulos sin sustancia.

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Cifras e indicadores: Se conocieron el (excesivamente) célebre informe del Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) y el índice de precios al consumidor del INDEC.

Ambos refutaron los embustes optimistas del gobierno. 

Este cronista jamás fue devoto de los datos de la UCA. De cualquier modo, son más creíbles (relativamente) cuando evalúan la evolución o involución que en sus valores absolutos.

El titular del INDEC, Jorge Todesca, habrá intentado retocar un poquito los índices. Pero no hay modo de encubrirlos del todo.

Los indicadores de la calle son, en la mirada impresionista de quien esto escribe, más impactantes. Despidos y suspensiones, a menudo en cupos de cientos de empleados, se reiteran en la crónica cotidiana. Expoagro festeja a la élite “del campo” mientras las economías regionales zozobran. Los tambos caen como moscas, también las grandes corporaciones lecheras que los explotan desde el fondo de la historia. American Express relocaliza sus locutorios, los traslada a México: pésima nueva para el gobierno que no consigue bajar (tanto) los sueldos en dólares para consagrar su modelo de competitividad. Salarios todavía no irrisorios en dólares pero insuficientes en pesos, ese es el escenario que se configura. 

La inflación, el achatamiento del consumo, la devastación de ramas de la producción, de pueblos y ciudades conformados en torno a ciertas actividades evocan demasiado a los finales agónicos de la etapa neoconservadora de la convertibilidad. Los trabajadores son otros, distinta su conciencia, menor su abatimiento. Se creyeron, no más, que son portadores de derechos que exigen y reivindican. La calle no macanea, la polifonía es un desafío para las fuerzas políticas y un mentís para el relato macrista.

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Distracciones y realidades: Parafraseando al presidente Juan Domingo Perón: cuando los gobiernos de derecha agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento policial. El macrismo atravesó una semana espinosa y terminó, fiel a su idiosincrasia, atacando con sadismo a mujeres, en las postrimerías del 8-M. Los uniformados violaron derechos básicos, con la anuencia de funcionarios judiciales y del poder político. Ensañarse con el cuerpo de las manifestantes concuerda con el paradigma oficial… mucho más que el ensayado “ni una menos” que Macri tenía escrito en su discurso del primero de marzo. 

Episodios de violencia como los del martes y el miércoles preocupan, siempre. Pero fueron nimios, laterales, numéricamente insignificantes comparados con la magnitud de las jornadas y la cantidad de manifestantes. El Gobierno, con buena ayuda de los medios audiovisuales (que hacen foco en esos detalles morbosos, en detrimento de lo esencial) se esmera en presentarlos como lo más importante que sucedió. Personalizar, criminalizar, judicializar son rebusques para despolitizar el eje.

Terminemos esta columna en capicúa, pues. Las multitudes movilizadas fueron las protagonistas de la semana. Sus voces, sus presencias concuerdan con el cuadro general de empobrecimiento de la clase trabajadora y devastación de buena parte del aparato productivo. La calle habló y su mensaje fue preciso, rotundo, quizá pionero, posiblemente inolvidable.

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