Adam Castillejo, de 40 años, es venezolano pero reconocido mundialmente como “el paciente de Londres”. Se sometió a un trasplante de médula ósea en 2016 porque también afrontaba un cáncer y desde hace 29 meses, pese a suspender el tratamiento antirretroviral, no registra ningún rastro de la infección del virus en su sangre. La investigación, llevada a cabo por el profesor Ravindra Kumar Gupta de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), fue publicada en la revista The Lancet HIV. En ella, el líder del trabajo plantea: “Nuestros hallazgos muestran que el éxito del trasplante de células madre como una cura para el VIH, reportada por primera vez hace nueve años en el paciente de Berlín, puede ser replicada”. Y completa: “solo se advierten restos fósiles de ADN viral y sin capacidad infecciosa”.
“Aunque, efectivamente, la persona fue curada no es la solución para el VIH que todos queremos. Simplemente es una excepción a la regla, ya que en cualquier caso siempre es más riesgoso hacer un trasplante de médula ósea que tener el virus en la sangre. Desde el punto de vista de la investigación no hay nada concreto que nos permita afirmar que podemos curar a todos como le ocurrió a este”, afirma Horacio Salomón, Director del Centro Nacional de Referencia para el SIDA (Facultad de Medicina, UBA) e Investigador Superior del Conicet. Y continúa: “En la actualidad, con el tratamiento que se utiliza mundialmente –en general, tres drogas combinadas– las personas infectadas tienen una vida muy similar a la de que aquellas que no lo están. Es un logro médico muy importante. No obstante, tampoco es la solución porque deben tomar los medicamentos religiosamente, todos los días y con frecuencia suelen interrumpirse por diferentes motivos”.
El antecedente inmediato al que hace referencia Gupta había sido denominado “el paciente de Berlín” (2011) y en poco tiempo podría sumarse un tercero al que se lo conoce como “el paciente de Düsseldorf”. Usualmente, cuando se interrumpe el tratamiento, el virus aparece nuevamente durante las primeras semanas. Sin embargo, en Castillejo el rebote no se produjo porque los genes modificados que aportó el donante de la médula resisten al VIH y ello disminuyó las chances de infección del parásito. “Tanto el de Berlín como el de Londres están curados. Ahora bien, la pregunta es por qué en otros pacientes que recibieron el mismo trasplante de médula, con las mismas características, volvió a aparecer el virus”. Salomón lanza esta pregunta retórica y desarma la ecuación.
Castillejo había descubierto que tenía VIH en 2003, cuando apenas cumplía 23 años. En 2011, además, supo que había desarrollado un linfoma –tumor en el sistema linfático– al que debió enfrentar con quimioterapia y otras estrategias a las que se recurren de manera tradicional para mantener a raya a la enfermedad. Así transcurrió su adultez, entre el virus y el cáncer. De a ratos, su realidad se puso tan oscura que, según narra, pensó en quitarse la vida. En 2016, ante la falta de salidas, se sometió a una intervención quirúrgica de mucho riesgo, ya que solo entre el 40 y el 50% de las personas sobreviven al trasplante de médula. Por ello, fue empleada como último recurso y, afortunadamente, tuvo éxito.
En Argentina, la Fundación Huésped comandada por el referente Pedro Cahn, es una organización pionera en el estudio de VIH/sida. El tratamiento habitual, de cumplirse correctamente, asegura una “vida normal” para los pacientes; ya que si bien no promueve la cura es efectivo en relentecer la multiplicación del virus. Aunque Cahn ya está jubilado, desde principios de los noventas fomenta una línea de investigación para reducir el número de drogas suministradas. La premisa es clara: sostener su eficacia a partir del establecimiento de un régimen de no-inferioridad de dos drogas respecto a tres.
El estudio “Gardel” fue pionero al tratarse del primer ensayo que logró demostrar que con una menor cantidad de drogas se podían obtener resultados similares. Luego, esa línea fue continuada por “Paddle” (que comprobó la duración de los efectos benignos de los compuestos en los organismos) y “Andes”, que todavía está en curso. En los últimos exámenes se combinaron lamivudina (3TC), una droga muy económica, con darunavir/ritonavir. La respuesta obtenida tras 24 semanas de ser suministrada a los pacientes con VIH sin tratamiento previo, exhibió que la biterapia es igual de efectiva que el esquema tradicional (que también incluye tenofovir, un tercer fármaco). La utilización de menos drogas es favorable porque las personas consumen menos químicos y, con ello, se reducen los efectos adversos. La propuesta es más económica y requiere de una menor necesidad de monitoreo y control periódico por parte de los profesionales de la salud.
A nivel global, el Programa Conjunto elaborado por las Naciones Unidas (ONUSIDA) tiene como objetivo poner fin a la epidemia en 2030. No obstante, si bien se han obtenido resultados muy auspiciosos en el descenso de la cifra anual de infecciones en la población infantil causada por la transmisión de madre a hijo (de 290 mil en 2010 a 150 mil en 2015), el panorama en los adultos es más complejo. Desde 2010, la cifra de infectados se estacionó en 1,9 millones en todo el globo. En Argentina (según datos extraídos del Plan Estratégico Nacional 2013-2017, elaborado por la Dirección de Sida y ETS) viven alrededor de 120 mil personas con VIH: 4 de cada mil jóvenes y adultos tienen el virus, aunque el 30% de ellos desconoce su condición. Por eso, aunque el tratamiento antirretroviral se distribuye en forma gratuita en hospitales públicos para los pacientes que no gozan de cobertura, 1400 argentinos fallecen cada año.