Hinc sunt dracones. Hinc sunt leones. Según Mariana Di Ció –especialista en manuscritos latinoamericanos de la Universidad de Paris III– cualquier investigación sobre Alejandra Pizarnik podría comenzar con estas expresiones latinas que los antiguos cartógrafos empleaban para señalar regiones desconocidas. En efecto, su obra continúa siendo en cierta medida una terra incógnita y vastas zonas de su producción siguen esperando ser descubiertas, recorridas y descifradas.
Una de estas zonas menos exploradas es la de su biblioteca personal. En el año 2007, la Biblioteca Nacional adquirió parte de ella –unos 650 volúmenes– por decisión de Horacio González, Director de la institución en ese entonces. Fue Víctor Aizenman, librero anticuario y detector de tesoros bibliográficos, quién le hizo llegar a González el dato de que el poeta y traductor Pablo Ingberg tenía esos libros, regalo de su viejo amigo Mario Nesis, el sobrino mayor de Pizarnik. Años más tarde, y luego de intensas gestiones, Myriam Pizarnik de Nesis, heredera y hermana mayor de Pizarnik, decidió aportar 122 ejemplares más y una cuantiosa cantidad de material de archivo que incluye un cuaderno y una serie de carpetas con anotaciones personales, postales y cartas que Pizarnik nunca envió, dibujos, recortes periodísticos sobre su figura y su obra –que ella misma recortaba y clasificaba, contribuyendo activamente en la construcción de su propia imagen de autora–, separatas de publicaciones, fotocopias, esquelas, originales –manuscritos o mecanografiados, corregidos a mano con distintos colores– de textos publicados en distintas revistas nacionales y extranjeras. Así nació el Fondo Alejandra Pizarnik de la BNMM, que añade nuevas piezas a la constelación de documentos de la poeta dispersos en bibliotecas y archivos de distintas partes del mundo.
Este invaluable material marca el inicio de una nueva etapa para los estudios sobre Pizarnik en Argentina. Lo que en sentido laxo llamamos “manuscritos”, huella visible de su proceso creativo, era algo que los investigadores de nuestro país nunca habíamos podido consultar sin tomar un avión. He indagado personalmente las marcas de esos libros y las características de sus papeles de trabajo para componer un catálogo crítico, que se encuentra en su etapa final de redacción. La investigación sigue los pasos de Borges. Libros y Lecturas –el coloso de Laura Rosato y Germán Álvarez publicado en 2010 por la editorial de la BNMM– e intenta reponer los procedimientos constructivos que el archivo y la biblioteca personal de Pizarnik permiten ver. Con los cambios de rumbo, la inestabilidad y la ambivalencia propias de esta clase de documentos, los borradores y las notas de lectura arrojan nuevas luces sobre la belleza oscura de su obra y descorren el telón del laboratorio secreto donde Pizarnik sintetizaba sus poemas. Por su parte, los subrayados y las anotaciones marginales de sus libros iluminan las estrategias a través de las cuales Pizarnik se apropiaba de un canon de lecturas, e inscribiéndose en él, lo alteraba de manera inconfundible y fundamental. El conjunto decanta una concepción del trabajo poético como “alquimia del verbo” en la línea rimbaudiana de la creación de un lenguaje nuevo.
Borges decía que “no puede haber sino borradores” ya que “el concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio”. Sin embargo, no todo lo que jamás pasó por la imprenta merece el rótulo de texto o poema inédito. Con el objeto de volver comprensible el magna de documentos de muy distinta naturaleza que conforman el archivo personal de un escritor, la crítica genética establece una diferencia básica entre dos clases de materiales: los escritos redaccionales (aquellos que con legitimidad pueden llamarse “textos” o que están encaminados a serlo, como las versiones o variantes) y los pre-redaccionales (el conjunto de notas preparatorias, fichas, apuntes, bosquejos y planes de escritura). Estos últimos se consideran parte de la génesis de los textos propiamente dichos, pero están lejos de tener su estatuto. La frontera es difusa, incluso existen documentos híbridos, pero en algunos casos contamos con indicios claros que permiten determinar de qué clase de documento se trata. Lo que se desprende del análisis del Fondo Alejandra Pizarnik de la BNMM es, en primer lugar, la práctica habitual de usar la contraportada de los libros como soporte alternativo de escritura. Son muchísimas las contraportadas en las que la poeta se dejó llevar por la inspiración de la lectura y ensayó algunas líneas bajo la influencia de un autor determinado. A veces, este impulso muere en el mismo momento de nacer mientras que otras, fructifica. Cuando Pizarnik veía potencia textual en esos borradores se ocupaba de transcribirlos a alguno de los cuadernos que tenía para tal fin, de pasarlos a máquina, de corregirlos y recorregirlos con saña. También solía insistir con esos proyectos-de-poema en sus diarios, donde leemos, por ejemplo: “Pasar los apuntes literarios al cuaderno grande”, “Pasar a la carpeta negra los poemas más o menos finalizados”, “Planes: pasar las citas de los seis cuadernos de París”, “Corregí dos líneas del poema”, “¿Qué poema corregir? No sé si dejar los recuerdos de infancia”. Para Pizarnik, escritura es sinónimo de reescritura. Lo demás son meros esbozos, tentativas abandonadas que no pueden tomarse por auténticos poemas. Aunque la distinción parezca un tecnicismo erudito es necesario hacerla para subrayar que la BNMM alienta la investigación pero no la publicación de materiales que podrían estar sujetos a derechos de autor.
Otro criterio, tan discutible como cualquiera, para clasificar un texto del archivo personal de un autor, es el de seguir su voluntad (al menos cuando se trata de textos tempranos, que los autores tuvieron la posibilidad de retomar durante años). Las líneas que se leen en la contraportada de los Cantos de Leopardi parecen haber sido escritas en 1957, año en el que está fechado el libro, debajo de la firma de la poeta. Diálogos, el otro de Leopardi subrayado y anotado por Pizarnik, está fechado en 1955. En la página 6, Álvaro Martín, el traductor, finaliza su breve nota introductoria refiriéndose a la lectura de la obra de Leopardi como “exquisita y placentera”. En el margen inferior Pizarnik anota: «Placentera! Quiera el cielo que no me identifique con Leopardi”. / Programa nocturno: Ingerir 10 tabletas de Luminal y luego leer la “Apuesta de Prometeo”.» El mismo año que lee los Diálogos publica La tierra más ajena, primer libro del que luego reniega por no adecuarse al estricto control de calidad que caracteriza al resto de su obra. Se entiende que Pizarnik haya descartado el borrador de la contraportada de los Cantos: estilísticamente pertenece a un momento anterior en la evolución de su lenguaje poético.
De esta clase de materiales pre-redaccionales está llena la biblioteca de Pizarnik. Lejos de ser el Santo Grial o el eslabón perdido de su obra, lo que los hace interesantes es precisamente las fluctuaciones de registro y los forcejeos con la lengua en la búsqueda de un idioma propio. Para exhibir y difundir todas estas cosas la BNMM está organizando “Alejandra Pizarnik. Entre la imagen y la palabra”, muestra que se inaugurará en mayo en las salas Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares.
* Directora de Investigaciones Biblioteca Nacional