Seis historias. Seis países latinoamericanos. Seis motivos para partir al Viejo Continente. Seis aventuras que se viven en presente, arrastrando su pasado y buscando un futuro al que no terminan de alcanzar. ¿Están contentos o tristes? ¿Parten empujados por su situación o por una decisión personal? ¿Se puede empezar de nuevo? “Hablamos sobre el proceso de cada migrante cuando al dejar algo atrás se encuentra en una nueva tierra, y qué es lo que le falta de eso que dejó”, dicen a Página/12 la directora franco-argentina Greta Risa y la actriz boliviana Olivia Torrez sobre Migrantes, espectáculo coral que para hacer más potente la interpretación pone sobre el escenario actores y actrices de Argentina, Bolivia, Ecuador, Colombia, Chile y México. “Casi es un pretexto hablar de migrantes y países para contar ese recorrido, porque finalmente hay algo universal en el viaje de curiosidad hacia lo nuevo, inherente a cualquier ser humano”, destacan de la obra que se presenta los miércoles a las 20.30 en Espacio Callejón (Humahuaca 3759).
Risa vivió más de 20 años en Francia, donde formó su mirada artística y creó la compañía Mirando al Sur. Volvió hace cuatro años, armó una filial de la compañía y encontró el texto de Gabriel Fernández Chapo, hecho en base a entrevistas a más de un centenar de inmigrantes latinoamericanos en España, adaptando historias de vida reales para la representación teatral. La directora reconoce que la temática de la migración, “por mi recorrido personal, me llegó a las tripas. Casi de forma reivindicatoria, porque era volver a mi país y tenía que hablar de lo que me sucedió, de lo que viví, de lo que me transformó. Y esta obra era la mejor manera de hacerlo”, observa. Un popurrí de historias que confluyen en una hermandad construida a base de distancia, añoranzas y el descubrimiento de lo mucho que comparten más allá de las diferencias.
La búsqueda de esa identidad esquiva, que no puede separar lo individual de lo colectivo, encuentra algunos ejes en los que sostenerse: la lengua, la comida, la historia. Risa asegura que lo que ella rescata de esa búsqueda es que “más allá de si cruza una frontera o no, el recorrido de hacerse preguntas. Y en todo viaje migrante está esa búsqueda, que también puede hacerse cambiando de barrio”, analiza y amplía: “La cuestión identitaria viene más del deseo y el coraje de cada ser humano de hacerse preguntas que de cruzar fronteras. Lo primero que se extraña, como una teta materna, es lo relacionado a los instintos: olores, colores, sonidos”, afirma, y Torrez confiesa que “todos aprendimos a comunicarnos con el lenguaje de otro país. ¡Había muchos malentendidos!”, ríe. “Todos nos alimentamos del otro lenguaje, de la otra comida, de pasiones y estereotipos que tiene cada país. Y acá somos una familia”, detalla.
La obra propone recorrer el trayecto de estos seis migrantes desde sus países hasta Europa en tono de clown y teatro físico. Familia, amores rotos, falta de objetivos, prejuicios o trabajo son disparadores para las distintas odiseas. En una escena despojada, pocos elementos construyen los ambientes. Valijas, una escalera y un carrito de comida son las redes que unen los caminos que cada uno va construyendo. ¿Hacen bien en migrar? No hay respuestas sobre el escenario, sino el planteo de preguntas que se transmiten en un teatro sensorial y muy visual, con un vestuario que ayuda a definir el carácter de los personajes, maquillaje diseñado por los propios protagonistas y música en vivo con guitarra, charango, quena, sikus y caja chayera que define el clima en cada momento, desde los monólogos a la fiesta colectiva, en la que los aromas invaden el teatro agregando un sentido más a la experiencia teatral.
Cada personaje recupera algo de su tierra natal para tomar distancia o recuperar aquello de lo que se alejaron. Una forma ritual de exorcizar las angustias, que va desde el lenguaje a la comida. Risa asegura que es el teatro que a ella le gusta hacer, “con una noción de ritmo y de cuerpo que es la base del trabajo, con un músico que está ensayando a la par de los actores. Es una parte vital y esencial de la construcción teatral”, plantea, y recupera a la comida como marca de origen en todas las culturas: “Es una relación con lo más orgánico y profundo de una persona. Va directo a las tripas. Para mí es como un fetiche que haya comida, que estén disfrutando. Es dionisíaco, y lo teatral es celebración. La música y la comida son lenguajes que van más allá del lenguaje”, se entusiasma, y Torrez asegura que en esa búsqueda “vemos realidades que compartimos como latinoamericanos, históricas, sociales y políticas. Son muchos procesos similares, es lo humano que nos aúna en una tierra. Y un migrante se siente siempre casi al límite”, sostiene.
Migrantes ya subió a escenarios en Chile, Uruguay, Mar del Plata, Mendoza, Córdoba y San Luis, y sueñan con llevarlo a todos los países de los protagonistas y presentarse en donde nació el proyecto de la compañía. Torrez cuenta que lo que más disfrutan es “hacer teatro de grupo. Somos una comunidad. Es un moverte sin acomodarte, siempre hay transformaciones”, apuesta, y Risa define a la compañía como “una familia gitana, gente del viaje”, y recuerda que la experiencia de tanta gente de países diferentes “fue muy loco porque éramos migrantes que migraban. Hay pocos momentos más hermosos que todos juntos en los buses, en los ferrys, en los aviones, todos con las valijas que usamos en la obra con miedo a olvidarnos alguna...”, ríen ambas y concluye: “En el momento es terrible pero después lo valoramos.”