Buena parte del ideario argentino se construyó alrededor de la imagen de ser el granero del mundo. Un país cuyo corazón se encontraba en la productividad incansable de la llanura pampeana, una suerte de oasis agro-ganadero que solo requería de tiempo y paciencia para ver los frutos exorbitantes que sus bondades prodigaban. Ahí se encuentra el punto nodal de nuestras ventajas comparativas, un tesoro enterrado en clave de llanura infinitamente fértil.

Roy Hora, profesor de la Universidad Nacional de Quilmes e investigador principal del CONICET, es uno de los historiadores que más ha trabajado en el último tiempo sobre estos temas. El Suplemento Universidad habló con él para conocer el estado actual de eso que genéricamente llamamos “campo”.

- ¿Qué lugar ocupa el latifundio en el imaginario político argentino?

- Mi último libro (“¿Cómo pensaron el campo los argentinos?”) aborda el tema en torno al cual giró la reflexión argentina sobre el campo: el problema de la gran propiedad, del latifundio pampeano. Cualquier persona que tenga un poco de formación política tiene una opinión sobre el así llamado latifundio, prisma a través del cual se reflexionó sobre nuestro campo.

El libro muestra que el latifundio ha sido un problema que interpeló a todas nuestras tradiciones político-ideológicas. Por supuesto, esto se ve con claridad en la izquierda, para la cual el latifundio era, y todavía es una de las mayores trabas al desarrollo. Pero en otras zonas del arco político-ideológico también hubo críticas a la gran propiedad. En el siglo XIX, liberales como Sarmiento querían construir una sociedad rural parecida a la del medio-oeste de Estados Unidos, un campo de farmers, no de grandes propiedades. Hasta la derecha y la Iglesia católica levantaron el ideal del productor independiente, e impugnaron concentración la tierra. Por supuesto, que hayan logrado cambiar algo es otro cantar.

-¿Cómo se desarrolla esa crítica al latifundio a través del tiempo?

- Los ejes de la impugnación a la gran propiedad fueron cambiando a lo largo de un siglo y medio. En el siglo XIX el latifundio molestaba sobre todo porque se lo veía como una expresión de atraso político, como el núcleo de un tipo de sociedad incompatible con las instituciones de una república moderna y democrática. Es lo que le preocupaba a Sarmiento. En la primera mitad del siglo XX el foco de la crítica giró de la política a la sociedad: el latifundio comenzó a verse, ante todo, como un obstáculo a la constitución de un orden socialmente justo. La concentración del suelo, se insistía por entonces, daba lugar a una distribución muy desigual de la riqueza. No es casual que esta manera de ver el problema se abriera camino desde la década de 1910, y que coincidiera con una etapa de mayor conflicto entre terratenientes y agricultores arrendatarios, y de ascenso de la política democrática.

-¿Y en la segunda mitad del siglo XX?

- Con Perón se abrió una nueva etapa. Perón llegó a la presidencia en 1946 como un justiciero social, prometiendo la reforma agraria. Pero desde 1950 en adelante lo que le interesaba ya no era distribuir la tierra sino producir más carne y más trigo. Y esto porque su principal objetivo era empujar el crecimiento industrial y elevar el nivel de vida de los trabajadores urbanos. No era el único que creía que la ciudad era más importante que el campo. Era el signo de los tiempos, basado en la idea de que la industria era la dueña del futuro, que la economía agraria ya no tenía la capacidad para elevar el nivel de vida de toda la población. Esto tenía sentido en el marco de los desafíos que nuestro país enfrentaba a mediados del siglo XX: un escenario internacional hostil para las exportaciones agrarias, un mundo en donde la industrialización era el emblema de la modernización productiva.

- ¿Qué problemas se le plantean al campo en la actualidad?

- En 1912, la Federación Agraria nació quejándose de que la tierra estaba concentrada en manos de propietarios indolentes, poco productivos, que explotaban a los verdaderos productores de riqueza, los chacareros arrendatarios. Hoy este personaje casi no existe: la mayor parte de esos chacareros hoy son propietarios, en parte gracias a las leyes de congelamiento de los arrendamientos de la era peronista. Sin embargo, muchos de ellos ya no son productores sino rentistas. El proceso de cambio tecnológico y de concentración productiva de las últimas tres décadas hizo que crecieran las empresas de mayor escala a costa de las pequeñas. Así, mientras la tenencia del suelo se ha democratizado, la producción se ha concentrado sobre la base del arrendamiento. Ironías del destino: los viejos marxistas como Karl Kautsky finalmente tuvieron razón: la gran empresa capitalista desplazó a la chacra familiar. En la era de la siembra directa y la agrobiología, el campo se mueve al ritmo de las grandes empresas capitalistas. Y esto abre una nueva agenda de problemas: por ejemplo, la cuestión de la preservación del suelo. Esto se suma a un tema siempre candente: el campo es nuestra principal fuente de divisas, y es necesario promover su expansión.

- ¿Cuál es la tarea del historiador hoy en día?

- Primero, investigar con la mente abierta, sin preconceptos, dispuestos a aprender. Además, dos razones justifican que nos paguen un sueldo con fondos públicos. Por una parte, las humanidades sirven para ampliar los horizontes del debate ciudadano. Deben contribuir a la crítica de los discursos del poder, y de las formas naturalizadas de sentido común. Esto nos obliga, como comunidad científica, a esforzarnos para alcanzar a todos los públicos. La otra tarea importante es la de informar la política pública, enriqueciendo la visión de los que toman decisiones. Toda sociedad democrática necesita de investigadores preocupados por la cosa pública, que ayuden a elevar el nivel del debate y la calidad de la política pública.