De los poquísimos productos internacionales que ha forjado este país, Pimpinela no es el menor. Su repertorio tiene (o tuvo) el verdadero valor de hit global. Y si algo ha sabido el dúo es manufacturar esa mezcla banal de bajo y soprano con los temas más nítidamente narrables y claramente latinoamericanos. Entre ellos el más férreo: la sólida representación del macho y su hembra ocupando los lugares incuestionables que les fueron otorgados por el estado en nombre de la naturaleza.
Su repertorio es un melodrama dosificado en mínimas secuencias de video clip y no es necesario escucharlos para reconocer en ese diálogo continuo que son sus canciones todos los temas narrativos de la telenovela. Tampoco es una transgresión: todos sabemos que parte del heroísmo que se les otorga a los protagonistas del género está en el modo en que recorren la totalidad del espectro de las emociones disponibles en cada momento histórico. Y en “Traición”, su último hit, con casi dos millones de clicks en You Tube, los Pimpinelas lo hacen nuevamente.
Amor, celos, incredulidad, agotamiento, desdén, ocultamiento, mentira, develamiento, escudriñamiento de la verdad del otro, y más… no queda emoción que no se haya puesto en escena.
La traición se renueva
Y si, en este caso, se trata de una escena típica del misterio policial burgués (el hombre que es puesto al descubierto en la cena de matrimonios) acá cruzamos una frontera. Lucía siempre supo que Joaquín era un incontrolable (se iba con amigas, con hermanas, con parientas y desconocidas) pero esta transgresión masculina es el límite y también una frontera: Joaquín se va con el amigo. Lo que tiene una corrección política doble: ahora ya no son las mujeres las que compiten con un hombre, porque, como buenas sororas, las dos son traicionadas por la masculinidad; notemos que durante la canción el énfasis sobre la palabra “ella” es continuo, y el salto de sorpresa de la canción ocurre cuando se descubre tanto que él es gay como que “ella” no era la traidora: una redistribución de los roles sociales y de los lugares del bien y el mal. El mal, como todos ahora sabemos por efecto de las redes sociales no es lo que se siente o lo que se piensa, sino la falacia, la mentira, el ocultamiento, la sospecha. El mal es no decir, no opinar, ocultar o mentir (que en el siglo XXI viene a ser lo mismo). Porque si en algo se modernizaron los Pimpinela es en permitirnos experimentar una de las emociones más importantes de nuestro siglo lo que dicen todas las cosas en nuestro universo saturado de imágenes: lo que vemos no es la verdad. Y es exactamente lo que le pasa a Lucía, pobre amora… ella ve la traición pero la trata con parámetros de antes… y la moraleja de la canción es que ahora hay nuevos traidores y nuevas traiciones para experimentar. ¡¡¡¡Siiiiiiii!!!!!
El aditamento es que los traidores son dos señores caballeros gays bien pensantes y con casa en el cantri, esposa, perro y palos de golf. Es decir, hay para todos. La telenovela ya percibió hace bastantes años que introducir en sus tramas unos gays y lesbianas le hace bien porque le pone el tema de la trasgresión necesario para toda narrativa familiar. (Porque ¿qué sería hoy transgresión? Es un concepto tan del siglo XX, que parece que ya ninguna práctica puede sostenerse como tal) Pero si ahora lo ponen los Pimpinelas como parte de su repertorio quiere decir sin dudas que el tema no solamente es mainstream, sino también tolerado y hablado en el núcleo más resistente y conservador de la familia latinoamericana.
Hace muchos años los Pimpinela se hicieron famosos mostrando cómo una mujer se atrevía a deshacerse de un hombre que la engañaba, poniendo de su lado la abnegación de los sentimientos y la honestidad de su actuación. Ahora nos pone en escena otro error: el de las chicas que ven en otra mujer una enemiga sin darse cuenta que todo puede ser un pacto entre varones para hacerles pisar el palito. El traidor es el gay que no sale del clóset. El cobarde que no se anima a poner en Instagram su “verdad”. Una nueva trampa del capitalismo: los que no se exponen en las redes no tienen identidad ni verdad ni nada …
Queda para otro momento la hermeneútica de los varones que se debaten entre la amistad y el amor (dos conceptos tan cercanos pero que, según Foucault, la iglesia católica se encargó de escindir, para no llamar a confusión a los curas en los conventos de clausura) y la comprensión del derrotado de estos tiempos… el señor heteronormativo que quiere hacer lo que se le cante, con tal de que nadie se entere. Para eso ya no hay lugar.