Desde Chile
El presidente Sebastián Piñera no acusa recibo de las demandas ciudadanas y avanza hacia ninguna parte. Su celebración en el Palacio de la Moneda por los treinta años de democracia ininterrumpida pareció hecha sobre la cubierta del Titanic. Llamó a “aprender de las lecciones de las últimas tres décadas” mientras las barricadas se multiplicaban a lo largo de la avenida Alameda y los incidentes volvían al centro de esta capital, a un puñado de cuadras de donde hablaba el jefe de Estado. Ningún partido de la oposición lo acompañó en el acto, ni siquiera su base social encarnada en las clases acomodadas que le dieron el voto hace dos años.
"La patria y este presidente necesita la ayuda de todos”, dijo el mandatario en un discurso vacío, montado sobre una institucionalidad jaqueada y donde cada día que pasa atrona con más fuerza el “Fuera Piñera”. Jóvenes encapuchados se unieron a estudiantes secundarios a las puertas del Instituto Nacional en las primeras escaramuzas del día que se prolongarían a lo largo de otra jornada violenta por toda esta ciudad. Los carabineros reprimieron con carros hidrantes, gas lacrimógeno y gas pimienta. Hasta hoy las muertes provocadas por la represión llegan a 32 y además hubo 3.765 heridos, 1.835 víctimas de torturas y violaciones, como unas 10 mil detenciones. Los datos son del Instituto Nacional de DerechosHumanos (INDH).
En ese contexto se concretó un paro simbólico de 11 minutos a las 11 de la mañana y para el día 11 de marzo convocaron el Bloque Sindical de la Mesa de Unidad Social y la CUT (Central Unitariade Trabajadores). La medida no fue bien recibida por los sectores más combativos que siguen movilizados por todo el país y que criticaron con dureza esta huelga testimonial a la que definieron como “vergonzosa”. Los grandes gremios no se hicieron demasiado visibles en los cinco meses de movilizaciones que surcaron todo Chile desde octubre del año pasado.
En este país lo que se discute es quién ocupa la calle y establece condiciones sobre ella. El segundo gobierno de Piñera tiene índices bajísimos de aceptación – a febrero eran del 6 por ciento –y sigue en una burbuja desde la que observa la realidad paupérrima de la población con la mirada de un gendarme. Solo propone medidas y más medidas de seguridad. A las que vino aplicando hasta ahora planteó una sobre la custodia de instalaciones estratégicas que se delegaría en el ejército para no sacar a los carabineros de las calles, donde se dirime el conflicto social.
“Chile hoy es otro país. Más golpeado, pero más fuerte y digno. Por eso la protesta social representa algo más que los treinta pesos del Metro, que los treinta años de gobiernos democráticos y que las demandas postergadas de chilenos y chilenas” escribió el doctor en Ciencias Políticas y Sociología Rodolfo Fortunatti, un democratacristiano crítico del actual gobierno. Sobre la Alameda se venden pañuelos a mil pesos (poco más de cien argentinos) con la frase “Chile despertó”. Son las dos palabras que condensan la sensación de la calle que plebiscita cada día a un gobierno aislado que ya no representa a casi nadie.