Medio papá puede ser suficiente, y menos también: con la mitad de un padre, Unidos ofrece una historia a la que no le falta nada, y que se trata precisamente sobre lo que falta y lo que no. En un mundo fantástico de ubicación indefinida, dos hermanos cuyo padre murió cuando eran muy chicos descubren la manera, magia mediante, de traerlo de vuelta a la vida por veinticuatro horas y saldar algunas deudas pendientes. Pero acá no se trata de engañar a nadie: la zona suburbana de Estados Unidosa donde las casas son honguitos como en la aldea pitufa no es precisamente un prodigio de creatividad.
Con una mezcla colorida (y colorinche, y estridente también) entremundo élfico, bosque mágico y universo medieval que por momentos tiende al empaste difícil de digerir, Onward puede parecer a primera vista una película de un cualquierismo feroz, y sin embargo su núcleo emocional es tan potente y está tan bien construido que basta para sostener a toda la estructura, incluso con haditas voladoras y castillos devenidos restaurantes de fast-food en el medio.
Los protagonistas son Ian y Barley Lightfoot, dos adolescentes elfos a los que no se les hizo fácil crecer sin su papá, o que por lo menos atribuyen muchos de sus asuntos no resueltos a esa carencia. Ian es responsable pero apocado, incapaz de enfrentar a sus pares en la escuela ni de hacerse amigos, y Barley es un colgado total, canchero, sí, pero aparentemente destinado a flotar en el limbo de una adolescencia eterna. Los dos viven con la clásica madre buena y trabajadora, aunque la película se ocupa prolijamente de inventar para ella, también, una aventura, y de ofrecer una madre aggiornada que en el momento indicado revela su costado guerrero.
La cuestión es que Ian era demasiado chico cuando el papá murió y no lo recuerda; quizás por eso, piensa que de haber tenido un papá, o si pudiera al menos recordarlo, se le aclararían unas cuantas cosas y podría al fin enfrentar sus miedos, guiado por ese modelo. Y Barley… Barley no piensa nada, solo se entusiasma con su combi y con la posibilidad de tener cualquier clase de diversión o aventura. De la nada —porque la “magia” será el comodín de toda la película— los hermanos encuentran un hechizo que puede revivir a su papá y que enseguida sale mal; por una torpe interrupción, solo la mitad del padre (la de abajo, zapatos y pantalones) se hace presente y ese poquito, impedido de hablar, durará solo hasta la próxima puesta del sol.
Unidos es una carrera enloquecida por traer esa mitad del padre que falta de vuelta a la vida antes de que ese plazo se cumpla; como en un tablero que superpone el mundo actual estadounidense y una Edad Media de videojuegos tipo Dungeons & Dragons, los hermanos recorren bosques peligrosos, enfrentan dragones, atraviesan precipicios y también se cruzan con un montón de hadas motoqueras en una estación de servicio. Los personajes secundarios, que representan a minorías como mexicanxs y negrxs, son burdas bestias mitológicas más animales que humanas, a diferencia de los protagonistas elfos (interesante caso para ver lo que pasa cuando las buenas intenciones progresistas salen mal), y representan un poco el espíritu con que está construido este mundo de amontonamiento que parece creer —mientras las primeras y grandes películas de Pixar trabajaban con muy pocos elementos— que agregar, ya sea discursos, sentidos, colores, velocidad, diseño, funciona, aunque en el medio de todo ese barullo haya una bastante convencional buddy movie.
Quizás por eso, a Unidos solo le queda como bastión el modo en que trata el duelo y la pérdida, la actualidad con que afirma a las familias que se conforman de otro modo, la irreverencia hacia el padre e incluso el modo en que no sacraliza las emociones y el dolor (lo cual no es poco para la sensiblidad de esta época). Y la verdad es que la contundencia con que desmiente la idea de desgracia asociada a crecer sin un padre —y sugiere de paso que quizás todxs tuvimos la mitad de un papá, como mucho— es suficientemente feliz, aunque no sea estrictamente buen cine.
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