¿Cómo huelen los teatros? ¿A pintura de la escenografía, a transpiración de los intérpretes, a cuerina de las butacas? Nada de esto es exacto, además que ser una pregunta que muy difícilmente se haya hecho alguien alguna vez. Sin embargo 4 Movimientos para una sinfonía parece despertarla. Y lo hace por contraste. Es realmente extraño entrar a ver una obra escénica, de danza contemporánea en este caso y que nos reciba una bocanada de olor a comida. Olor a pan, a carne, unidos de la forma más argentina imaginable: las milanesas. Es nada más ingresar en la sala y sentir ese aroma que lo invade todo, mientras intentamos ubicarnos en las gradas. Una vez sentados y con la vista hacia el frente, identificamos el origen de la magia. Un horno eléctrico ubicado en uno de los extremos de la sala, encendido y cocinando algo. La obra se inicia lentamente, en un ambiente calmo, apenas abrigado por una luz baja. Una mujer da puntadas a un vestido y acomoda distraída unos utensilios que tiene en una mesa a su costado. Pero no es cualquier mesa. Se trata de un gran tablón blanco –que recuerda la de “La última cena” de Leonardo Da Vinci—único elemento escenográfico donde se apoyan botellas de vino, cubiertos, vasos y algunos bol con contenidos indescifrables, que prenuncian lo que se va a desatar. Al fondo hay una pantalla donde se duplica lo que ocurre en el escenario, a veces con mínimos detalles, otras, sumando espacios reales de la propia cotidianidad del dúo protagonista. En un ángulo cercano al público se encuentra el DJ que digita todo lo que escuchamos. Y mientras la mujer comienza la tarea de preparar las milanesas, un hombre saca y reparte las que están en el horno entre los espectadores. Además de ofrecerles vasos con vino y la recomendación de que tomen, no dejen ir la botella muy lejos de sus manos.
Así comienza 4 Movimientos para una sinfonía, la pieza de danza y performance de la argentina Agustina Sario y el francés Matthieu Perpoint, que hizo algunas funciones en 2019 y acaba de reestrenar en el Centro Cultural Matienzo, para quedarse durante marzo y parte de abril. Hay que saber que Sario y Perpoint además de ser bailarines y coreógrafos, son pareja en la vida real. Se conocieron hace algunos años en Francia tomando un workshop con el prestigioso Mark Tompkins, “Un genio de la improvisación americano que vive en Paris”, cuenta Sario. Luego trabajaron juntos en el Centre Choregraphique National de Rillieux La Pape con Maguy Marin, artista a quien la pareja venera: “Su potencia social, política y estética es muy fuerte. Su obsesión ha sido alimento para nosotros”. Hasta que, enamorados y entusiastas, vinieron a Argentina para quedarse. Aquí tuvieron dos hijos y siguieron los proyectos conjuntos: además de colaboraciones en trabajos de uno y de otra, de interpretaciones en piezas de Luis Biasotto y Diana Szeinblum, entre otros, llegó el momento de hacer una obra en la que su propia pareja y su mundo, se convierta en el material del espectáculo.
Agustina Sario cuenta sobre la génesis de la pieza: “La obra surgió con una residencia en Casa Sofía, que duraba cuatro jueves. Me planteé una estrategia de trabajo, cada día trabajar un rasgo de la mujer, o de mi en particular. El primer jueves fue la mujer-madre, el segundo la mujer-sensual, el tercero fue la mujer-adolescente y el último jueves apareció la mujer-reflexiva, como un cierre a todo lo anterior, en el que aparecieron un montón de preguntas, la necesidad de poner en palabras lo que estábamos probando. Primero iba a estar sola en escena, pero después se sumaron Matthieu y Demián Velazco Rochwerger, en la música. Y a partir de ahí empezó una investigación donde se incorporaron más planos. Adrián Grimozzi en las luces, Leandro Egido en el diseño del espacios, Joaquín Wall en el video. Intentamos que cada uno de ellos trabaje para encontrar el mismo motor de exploración.” Todo esta mezcla de lenguajes explica en parte el título de la pieza: “Cada uno de estos planos no eran elementos que se sumaban a la danza, como un lenguaje hegemónico, para adornarla. Ahí fue donde nos sentimos un poco sinfónicos. Todo esto fue configurando una sinfonía en el que cada elemento era importante.”
La obra va atravesando distintos estados, en los que Sario pasa de manipular los ingredientes culinarios sobre la mesa, a usarlos sobre su propio cuerpo y luego en el piso y paredes del lugar. La música cambia, la energía sube. La sensualidad --en un sentido amplio que incluye los sentidos y el erotismo-- es explorada por la bailarina de un modo hipnótico, vibrante y totalmente excéntrico. Luego llega la explosiva entrada de su compañero. Allí el espacio se quiebra, multiplica y a las dinámicas con el cuerpo propuestas por Sario, se le suma el despliegue físico y vocal apabullante de Perpoint cantando una especie de tema punk. Después de que Sario haya cocinado y haya servido, después de que cada uno haya bailado con un repertorio propio de movimientos, en los que sin embargo coincide lo vital, lo descarnado, lo auténtico, llega el momento en que hacen un dúo. Cada uno de sus solos, confluye en uno de los pasajes más conmovedores de esta sinfonía. Y es cuando bailan un fragmento de la ópera Orfeo y Eurídice de Gluck. Sario cuenta: “Durante el proceso de creación nos pesó mucho ser una pareja hétero. Nos sentíamos medio demodé. No tenemos nada innovador en términos artísticos, practicamos una heterosexualidad, encima somos pareja, con hijos. Nos pesaba. Tuvimos que desandar eso para decir: somos dos personas, nos amamos, vos naciste con un cuerpo de hombre, te identificaste con ese género, yo con el de mujer, y queremos estar juntos. Pero creemos que hay una potencia también en que dos personas se encuentren y se amen.” ¿ Y de qué manera se narra eso en el escenario? Utilizando distintas posturas y técnica de partenaire –aquellos movimientos de coordinación, equilibrio entre dos bailarines, que provienen desde la danza clásica-- por momentos él la sostiene a ella y por otros ella a él. No parece haber otro código que hable de mejor de una pareja, de ser compañeros, dentro y fuera de la danza.
El final de la pieza tiene una sorpresa que no conviene revelar. Pero que es una pirueta más sobre la vinculación entre danza y vida cotidiana. Así como los bailarines mostraron pequeños destellos de su vida en la obra, los espectadores somos invitados, después de haber comido y bebido, a meternos en una danza y llevárnosla a nuestra casa.
4 movimientos se puede ver los viernes 6, 13, 20, 27 de marzo y el viernes 3 de abril a las 20.30hs en Club Cultural Matienzo, Pringles 1249.