Relata Oesterheld en su historieta El Eternauta: “Los Manos fueron invadidos y conquistados por los Ellos, no son libres, poseen en su cuerpo una glándula de terror instalada por los Ellos, que en caso de desobedecer sentirán miedo, y entonces la glándula liberará una sustancia que envenenará su sangre, provocándoles la muerte”.
El miedo habita en el alma de todo ser humano, ocupa un lugar privilegiado entre nuestros fantasmas y domina en el territorio de nuestras pesadillas.
Componente psicológico básico en la construcción del sujeto. Miedo y angustia nos acompañan desde el inicio de nuestra vida, pero en estos últimos años el miedo se ha instalado como un objeto de consumo cotidiano que los medios replican diariamente. La posmodernidad ha exacerbado los miedos para sostener un nuevo orden que pone en cuestión la solidaridad y la responsabilidad social.
Aparece como temor a lo desconocido y en algunos casos terror paralizante frente a lo conocido o a lo porvenir. El miedo es corruptor, el que lo provoca lo es, corrompe las relaciones y los sentimientos, y deja al individuo apresado entre sus miedos y presto a ser sometido.
Este es el más siniestro de los demonios que anidan en las sociedades abiertas de nuestra época. Es la inseguridad del presente y la incertidumbre sobre el futuro las que incuban y crían nuestros temores más insoportables. La inseguridad y la incertidumbre nacen, a su vez, de la sensación de impotencia acerca de los acontecimientos; hemos perdido el control si es que alguna vez lo tuvimos sobre los asuntos del planeta y de nuestra propia comunidad.
En un momento del film El huevo de la serpiente, Abel (uno de los protagonistas) dialoga (encerrado en su discurso de que nada importa y todo desaparece) con su antagonista, el inspector Bauer. Este denuncia la depresión económica, la imparable inflación y el posible golpe de estado de un tal Adolf Hitler.
Dice Bauer: “Todos tiene miedo y yo también, el miedo no me deja dormir. Nada funciona bien, excepto el miedo. La gente corriente necesita el trabajo diario para compensar el caos cotidiano”.
Excelente definición de lo que ocurre cuando un sector de la sociedad o movimiento político utiliza el miedo para instalar el caos.
Abel asistirá a los terribles sucesos que acontecerán entre el tres y el once de noviembre de 1921: caída del valor de la moneda, asaltos, pérdida de recursos para sobrevivir, linchamientos, hambre, enfermedad y muerte. Salvando las distancias y los tiempos históricos, parecería que siempre hay algo en común cuando se trata de instalar el miedo.
En otro momento de la película, una voz en off explica que el 6 de noviembre de 1921 "estaba impregnado por el olor acre del temor e imperaba la desolación, el sufrimiento y la desesperanza. Todas las personas estaban afectadas por un envenenamiento interno que las llevaba al espasmo y a la náusea".
Descripción que nos permite pensar en el alma del individuo cuando se ve enfrentado a condiciones de vida productoras de miedo, devastación y terror.
El miedo en tanto arma de dominación política y control social, una vez que se lo inocula en forma constante, produce desconfianza y “conflicto” con ese “otro” al que se le atribuye la culpa de lo ocurrido y de lo que pueda acontecer, y crea la necesidad de protegerse de él. Esta ideología sostiene a ese otro como mi potencial enemigo. Odio y miedo se retroalimentan; son una pareja perfecta.
Jean Delumeau en su libro El miedo en Occidente lo describe de esta manera: “En una secuencia larga de traumatismo colectivo, Occidente ha intentado vencer la angustia nombrando, es decir identificando, incluso fabricando miedos particulares y responsabes de nuestros males en la figura del cabeza de turco o chivo expiatorio sobre el que recae la fobia social hasta entonces reprimida colectivamente. Es lo que se ha llamado la construcción del enemigo”.
El miedo es la emoción más contagiosa, afirma Delumeau. En los grupos, la tendencia al miedo engendra su propia amplificación.
Lo característico de la opinión pública es adivinar qué respuesta tendrán los otros, de modo que se produzca una tendencia a la circularidad autorreferente que retroalimenta las interacciones colectivas, hasta el punto de hacerle perder el contacto con la realidad.
Este contagio del miedo se asocia a lo que podemos definir para el autor como “pánico moral”. Estos son miedos sociales que aparecen ante alguna amenaza moral percibida ante la presencia del diferente (extranjero, migrante, despedidos, opositores políticos, etc.) o también portadores de plagas o epidemias.
De esta manera, la opinión pública y los climas de opinión se convierten en un espacio privilegiado para la propagación del odio, el miedo y la alarma social.
Estas imágenes multiplicadas y trasmitidas a toda hora desplazan toda forma de pensamiento racional y confirman y certifican certeza frente al enemigo propuesto. Se privilegia de esta forma la información que corrobora y apoya nuestras creencias y miedos más primarios.
Los instrumentos por excelencia en la construcción el miedo, sus demiurgos, son los medios de comunicación de masas: el miedo es el alimento y el motor de sus narraciones en los períodos de dominación e instalación de modelos neoliberales. Hay una construcción mediática del acontecimiento, un sentido, un direccionamiento que se confirma en la banalización de la vacuidad y de la hiperrealidad.
Frente a la instalación de una pandemia en tanto generadora de fobia social, de paranoia indiscriminada y fogoneada por los medios monopólicos, deberemos estar atentos e informar en lo cotidiano sin descuidar este estado de ánimo generado y fortalecido por la globalización de la información acerca del avance de la mortalidad en el caso de la gripe coronavirus, como antes fue la gripe A o la gripe porcina o a gripe aviar. No olvidemos que hubo una Secretaría de Salud en la gestión anterior que por ejemplo ocultó y favoreció la retención de doce millones de vacunas en la Aduana de Ezeiza.
Monika Arredondo es psicoanalista. Extracto del libro La Clase Media argentina. Modelo para armar II (de próxima aparición). Editorial Luxemburgo.