"Nadie cuestiona el aire, uno respira: por eso el tango”, explica Max Aguirre. En su familia abundaban músicos y cantantes, y aunque se volcó al plumín, no es el único dibujante de su generación con el berretín tanguero (ahí están Tute, Ariel Olivetti y Pablo Fayó). Pero ahora, ya con una carrera como humorista gráfico, lanzó Terco, su primer disco, producido por Pelu Romero y editado por Ultrapop. Terco nació por la persistencia de algunos amigos con quienes Aguirre se juntaba a ensayar y lo empujaron por cada etapa del proceso.
“Siempre me asumí tanguero, pero desde un lugar más dado a la experimentación o a ofrecer algo nuevo”, reflexiona Aguirre, que en el disco compone y canta. “Siempre me peleé con mis tíos acerca de cierta ortodoxia feroz, que además llevaban adelante con una trampa muy fea, que es que tenían un grado de excelencia musical y un grado de conocimiento por ósmosis por el que no había manera de superarlos”, recuerda. “Ellos te exigían que no trajeras nada nuevo sino que recrees lo que ya hacían de manera perfecta. Eso se transforma en un club exclusivo donde capaz no tenés ganas de fumarte que te tomen tantas pruebas, es el anti-Carabajal”.
-¿Cómo es eso del “anti-Carabajal”?
-¿Viste que los Carabajal nace un nenito le ponen una guitarra y le dicen que toque una chacarera? Si le sale mal no importa, se ríen, lo alientan. Hasta que al final, el pibe, cuando tiene 20 años toca chacarera que la rompe. El tango era el anti-carabajal.
-En una vieja entrevista dijiste que el tango y la historieta tenían recorridos similares en la historia cultural y económica del país, pero el tango había resuelto el dolor de ya no ser.
-Sí. Creo que el tango y la historieta, o la cultura popular masiva, de alta calidad, con una lógica de industria cultural de la primera mitad del siglo XX, tuvo al cine, la historieta y la música en el centro del candelero. Tuvieron etapas de oro que fueron consecuentes. La Patoruzú que vendía 250.000 ejemplares por semana en un país de 4 millones de personas es de la misma época en que Pugliese llenaba la cancha de Atlanta. Comparten el recorrido mucho tiempo y un rango de excelencia muy grande que no se da fácilmente. La complejidad del tango en su poética y musicalidad, o la complejidad estética y visual que logran de Oski a Breccia. A la vez, había una industria que bancaba eso y generaba un piso de calidad muy alto que hacía que todos fueran muy buenos.
-¿Y qué pasó?
-Al tango se lo llevaron puesto un montón de cosas, porque todo se mueve y el tango intentó no moverse, y esa será una de sus responsabilidades. Creo que a la historieta le pasó que ese golpe lo sufrió de manera más agónica hasta mi generación, que somos las “viudas de Columba”. Eso nos condenó a ser una generación de transición. Cuando tuvimos un momento alto, en nuestro caso Historietas Reales, lo fuimos a la sombra de lo que quisimos haber hecho. Nosotros éramos los últimos que intentábamos recrear algo que ya había hecho muy bien Oesterheld, Robin Wood, Trillo, Mandrafina, Oski, Caloi, Quino, Fontanarrosa... Y además nunca desarrollamos un parricidio simbólico, porque hubiese sido un acto de cobardía. No era el parricidio del punk contra Freddie Mercury llenando Wembley. Era el parricidio simbólico contra un viejo que tocaba en un bar mitzva, eras un hijo de puta total. ¡Llevátelo a tomar una birra! Ahora entramos en un mundo donde dejamos de ser lo que sucede y la generación que vino después se saco de encima eso. Creo que en este momento la historieta está viviendo lo que el tango hace 20 años.
-¿Y vos por qué hacés un disco de tango ahora?
-¡Porque estoy equivocado! Mirá, nacía en el '31 y la rompía toda! Hacía tango e historieta. Imaginate: Divito. ¡El chabón hacía películas! Ahora tiro la manga en el subte. Hablando en serio, lo hago por muchas razones. Las más íntimas y afectivas son, creo yo, que se hayan muerto casi todos los que hacían música en mi casa, que sólo hayan quedado mis viejos, no tener hermanos, no tener hijos. Me dio la necesidad. Un tema del disco, “Mi casa”, habla de eso.
-En ese tema dice “volver con la frente marchita / ya no hay a dónde volver”. Puede ayudar a explicarlo, ¿no?
-No sé. Pero si bien puede sonar muy melanco-depresiva la frase, es todo lo contrario. Me parece que el tango tiene una manera de entender las cosas de los argentinos aunque no escuchen tango nunca y es siempre querer volver a algún lugar. La melancolía incluso por lo que nunca pasó. Creo que el tiempo que nos sucede es tan limitado y chiquito como el presente. Y eso no tiene nada de new age del tipo “viví el presente”, “si no fluye que no influya”, y ese tipo de pelotudeces de gente que se piensa que porque hay una cosita escrita, ah, guarda, sos Sartre. Creo que si el tango, la historieta, si nosotros argentinos entendemos que hay que tratar de vivir lo que te toca ahora porque no hay a dónde volver, tal vez se puede hacer algo que está bueno, aportar algo distinto. Realmente no hay dónde volver. Eso de "¿Y si yo hubiese nacido en el '31?" Bueno, me tocó ahora. Nunca me llevé muy bien con lo contrafáctico y el tango ha pecado mucho de eso. Hizo un precepto filosófico de un recurso estilístico. Y eso es contraproducente.
-¿Qué se hace entonces?
-¿Qué puedo aportarle yo a la historieta que no le haya aportado ya Cacho Mandrafina? Tal vez nada. Pero tal vez todo, porque no soy Cacho. Por poner como ejemplo a un astro indiscutible, digo. Tal vez puedo aportar algo diferente. Por eso la mayoría de los temas son míos. ¿Cuánto podría aportar haciendo un disco de versiones, considerando la cantidad de versiones infinitamente buenas que hay? El tango tiene un repertorio tremendamente increíble interpretado de una manera que no se puede creer no por uno, sino por muchos. ¿Qué puedo sumarle yo? Tal vez esto. No digo que sea maravilloso, pero sí es algo mío.